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3 reglas de oro para simplificar las decisiones del día a día

por Jennifer Delgado Suárez

Todos los días tomamos cientos de decisiones, la mayoría son intrascendentes, pero otras son más importantes e incluso pueden cambiar por completo el curso de nuestra vida. Toda la jornada, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, implica una toma de decisiones constante. De hecho, psicólogos de la Universidad de Cornell estimaron que cada día tomamos una media de 35.000 decisiones.

Si no sabemos gestionar adecuadamente esas decisiones podemos terminar sufriendo lo que se conoce como fatiga decisional. Dado que nuestra “capacidad cognitiva” es limitada, cuantas más decisiones tomemos, más agotaremos nuestros recursos. De hecho, aunque no lo parezca, detrás de cada decisión se esconde un proceso mental complejo. Debemos sopesar las opciones que tenemos a nuestra disposición, evaluar sus pros y contras, analizar las posibles consecuencias, estimar los recursos que necesitaremos y, solo después, podemos tomar la decisión.

Por eso, tomar múltiples decisiones puede terminar sobrecargando nuestros recursos cognitivos y emocionales. Una vez que llegamos al «punto límite», las decisiones que tomemos a partir de ese momento no serán óptimas. Podemos volvernos más impulsivos o, caso contrario, caer en los brazos de la pereza y comenzar a aplazar decisiones.

Para evitar la fatiga decisional, necesitamos aprender a simplificar las decisiones. Así podremos economizar energía cognitiva para destinarla a las decisiones más relevantes que realmente pueden marcar alguna diferencia en nuestra vida.

¿Cómo simplificar las decisiones que tomas cada día?

1. Un minuto para las “decisiones insignificantes”

Para simplificar las decisiones, el primer paso consiste en identificar aquellas menos importantes o que no tienen una respuesta correcta o incorrecta pues una opción suele ser tan válida como la otra. Algunos ejemplos de esas decisiones son: ¿De qué color me visto hoy? ¿Veo una comedia o un drama? ¿Como arroz o pasta?

Incluso puedes llevar un pequeño diario que te ayude a diferenciar las decisiones significativas de aquellas irrelevantes. Es posible que descubras que dedicas una cantidad de tiempo desproporcionada a tomar decisiones insignificantes en las que una respuesta es tan buena como cualquier otra. En esos casos, la clave consiste simplemente en elegir en un minuto. Puedes lanzar una moneda al aire o dejar que tu inconsciente decida. Verás como comienzas a liberar recursos cognitivos.

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2. No dejes para mañana lo que puedes decidir hoy

Postergar continuamente las decisiones no es una buena idea. Esa decisión pendiente se mantiene activa en tu mente, como si fuera una alarma parpadeante que te impide descansar y cuyo recordatorio te puede asaltar en cualquier momento generando ansiedad. De hecho, las decisiones pendientes suelen agotar más y representan un peso mayor que simplemente elegir una opción y ponerla en práctica.

Séneca afirmaba que “la fortuna tiene el hábito de comportarse como le place”, de manera que postergar las decisiones, pensando que aumentarán las posibilidades de éxito, suele ser una falacia. De hecho, a menudo solo sirve para que se acumulen los obstáculos en el camino.

Salvo algunas excepciones, postergar las decisiones no nos ayudará a recopilar más información decisiva, de manera que suele ser más conveniente decidir lo antes posible para pasar página y evitar que los problemas se acumulen generando un nivel de agobio y estrés innecesario que te impedirá pensar con claridad.

3. Aplica lo que ya ha funcionado

Los automatismos suelen tener mala reputación. Sin embargo, existen por una causa: ayudarte a ser más eficaz y liberar recursos cognitivos. Por tanto, cuantas más decisiones poco importantes automatices, más ligero te sentirás. Cuando se trata de decisiones que debes tomar cada cierto tiempo, si las condiciones del juego no han variado mucho, puedes aplicar las rutinas que han funcionado en el pasado.

No es necesario que te cuestiones continuamente las opciones de eficacia comprobada, a menos que quieras introducir un cambio deliberado. La experiencia sirve exactamente para eso: ayudarte a decidir sin agobiarte demasiado. La inteligencia cristalizada que vas desarrollando con los años te permite decidir mejor y de manera más rápida basándote en lo que ya ha funcionado.

Recurrir a lo conocido no es algo negativo, te permite ahorrar una energía psicológica valiosa que puedes destinar a tomar decisiones más importantes que pueden marcar realmente la diferencia. Por tanto, no te sientas culpable por “automatizar” ciertas decisiones cotidianas. A la larga será beneficioso.

A primera vista, estas tres reglas para simplificar las decisiones pueden parecer intrascendentes, pero si tenemos en cuenta que cada día nos enfrentamos a una media de 226 decisiones relacionadas con la comida, podremos comprender que toda economía cognitiva es poca. Debemos pensar en el esfuerzo mental como en una relación de costo/beneficio. Si nos atascamos en las decisiones irrelevantes, restaremos recursos a las decisiones más importantes. Seguir estas reglas nos quitará un peso de encima para que todo fluya mejor.

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Fuente: Wansink, B. & Sobal, J. (2007) Mindless Eating: The 200 Daily Food Decisions We Overlook. Environment and Behavior; 39(1): 106-123.

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