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¿Por qué estamos tan obsesionados con el fracaso?

Por Harvey Deutschendorf

No es difícil de encontrar clichés sobre el fracaso en los negocios:

• El único fracaso es no tener el coraje de intentarlo.
• El fracaso es un desperdicio sólo si no aprendes una lección de él.
• El fracaso es la mejor manera de averiguar lo que no funciona antes de descubrir lo que sí lo hará.

Ciertamente, Thomas Edison suscribió este último. Afirmó que cada una de las miles de veces que fracasó tratando de inventar la bombilla lo llevó más cerca de lograrlo finalmente. Sin embargo, a diferencia de otros clichés, este realmente parece tener un considerable grado de verdad en ello. ¿Por qué?

Fallar como un camino a seguir

Al adoptar el punto de vista del fracaso de la manera que él lo hizo, Edison se encuentra en excelente compañía. Algunas de las personas más exitosas están de acuerdo con que el fracaso es fundamentalmente una fuente de información práctica. Sir Edmund Hillary vio sus primeros dos intentos fallidos al intentar escalar el Monte Everest como un proceso de eliminación, lo que lo ayudó a tachar las rutas que no funcionaban, llevándolo a la que sí lo haría.

Para aquellos que eventualmente tienen éxito, el fracaso es un ritual por el que deben pasar, una especie de pago. Como resultado, es un indicador de fortaleza, de haber tenido la persistencia de seguir adelante mucho después de que otros han abandonado la carrera. Eso podría explicar por qué los ganadores de la lotería no siempre eran vistos con buenos ojos por los que sentían que habían trabajado duro para lograr lo que ganaron. El éxito, muchos creen, primero requiere de trabajo, y el fracaso es una parte importante de hacer ese trabajo.

Recontando rechazos

Las personas altamente exitosas tienden a no tener ningún problema con hablar públicamente de sus fracasos pasados. Lo hacen no sólo como una forma de mostrar sus credenciales (como un ticket de admisión a un club exclusivo compuesto por los que mantuvieron la fe y lucharon por seguir su propio camino) sino también como una forma de celebración. Puede que encuentres esto jactancioso, pero pregúntate: ¿No sentimos el impulso de pasear, al menos un poco, ante los que dudaron alguna vez de que finalmente lo lograríamos?

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Muchos de los autores más exitosos fueron inicialmente rechazados por los editores, algunos de ellos en innumerables ocasiones. La serie Chicken Soup for the Soul  fue rechazada por más de 140 editores. Stephen King tiró el manuscrito de Carrie a la basura después de haber sido rechazado por 30 editoriales. Afortunadamente, su mujer lo cogió y lo convenció de seguir intentándolo. «Una fantasía absurda y poco interesante que era bazofia y aburrida», es como un editor respondió a William Golding por el Señor de las Moscas, antes de que llegara a vender 15 millones de copias.

Del mismo modo, hombres de negocios que alcanzaron el estatus de leyenda tienen sus propias historias de rechazo. Walt Disney fue despedido de Kansas City Star porque, según su editor, «carecía de imaginación y no tenía buenas ideas«.

La mística del fracaso

Por supuesto, los que fracasan y no van tras el éxito consiguen poco reconocimiento. Nosotros sólo oímos hablar de los que lo logran.

Pero el hecho de que el fracaso a veces no nos lleva a ningún lado no mantuvo la idea de que sí puede de la creencia profundamente arraigada en la psique de las personas. El famoso pasaje de Theodore Roosevelt de su discurso de 1910 «The Man in the Arena», lo dice mejor que nadie; y convirtió ese mito en una llamada a las armas:

No es el crítico quien cuenta; ni aquellos que señalan como el hombre fuerte se tambalea, o en qué ocasiones el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece realmente al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo, sudor y sangre; al que se esfuerza valientemente, el que se equivoca y falla el golpe una y otra vez pues no hay esfuerzo sin error o fallo; a aquel que realmente se empeña en lograr su cometido; quien conoce grandes entusiasmos, grandes devociones; quien se consagra a una causa digna; quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso; y que en el peor de los casos, si fracasa, al menos caerá con la frente bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni el fracaso.

Pero ahí está la paradoja de esa idea: Es más fácil enamorarse de los éxitos de aquellos que lo lograron, que apreciar lo largo y arduo que fueron sus viajes anteriores. Como resultado, somos propensos a ver los grandes avances como, al menos en parte, consecuencias de la buena suerte (la cual casi siempre juega un papel importante) pero en algún grado, eso pasa por alto el trabajo duro y los problemas que los precedieron.

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Tal vez por eso las personas más exitosas sienten la necesidad de hacernos saber que fue sólo después de innumerables intentos y frustraciones que fueron capaces de lograr algo transformacional. En ese sentido, no sólo se están jactando; están estableciendo las cosas como son, y advirtiéndonos de algo que el resto de nosotros escuchamos sólo en parte: El fracaso es realmente una fuente crucial de información, pero es difícil saber cuan duramente ganado (y por lo tanto valioso) es hasta que realmente lo ganes.

Fuente: https://escuelapararicos.net/por-que-estamos-tan-obsesionados-con-el-fracaso/

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