Te pido que cierres los ojos e imagines una gigantesca mesa de billar del tamaño de millones de campos de fútbol sobre la que hay trillones de bolas en movimiento frenético chocando entre ellas y produciendo carambolas que escapan a tu control, porque eso es la vida.
Jugar a predecir y adivinar una foto fija del futuro resultante de esas carambolas es imposible e inútil, al menos por ahora, hasta que nos ayude la inteligencia artificial y la computación cuántica.
Lo que sí es muy productivo y rentable es observar lo que va ocurriendo en esos choques y como se va modificando la posición de las bolas en el tablero, porque ahí es donde aparecen cuatrillones de nuevas posibilidades donde podemos hacernos presentes y aprovecharlas.
Ante esta visión inabarcable e incontrolable de la vida y el devenir muchas personas terminan paralizadas y convertidas en espectadoras del acontecer. Sin embargo esta mirada es compatible con una actitud proactiva, ya que cuando decidimos introducir nuestras bolas al tablero y jugar, estamos condicionando el curso de los acontecimientos y condicionando en alguna medida el futuro. Pero ese futuro no ocurrirá nunca tal y como lo pensamos y diseñamos. Por eso, aferrarnos a la idea de sacar adelante y a toda costa nuestros proyectos, propósitos y metas, puede convertirnos en ciegos y esclavos, impidiéndonos acceder a las oportunidades que surgen en el cambio.
Otra forma de crear futuro es introducir bolas nuevas en un rincón del tablero. Por ejemplo, cuando ponemos en marcha un proyecto. En ese momento estamos provocando que algo acontezca, aunque tampoco podemos controlarlo del todo porque los choques accidentales con el resto de bolas acabará produciendo un dibujo inédito y distinto al de nuestro propósito inicial.
Nos guste o no, todos nosotros somos pura contingencia, un fruto del azar, el producto de una concatenación de casualidades, de un encuentro amoroso donde uno entre millones de espermatozoides se encontró con un óvulo. Y esto nos inquieta porque choca frontalmente con nuestro deseo de seguridad y control, máxime aún cuando hemos entrado en un tiempo donde el movimiento de las bolas, los choques y las carambolas se aceleran en un frenesí mareante.
Vértigo, zozobra, incertidumbre, cambio, transformación, desasosiego, desazón, descontrol, peligro… son sentimientos que definen nuestro estado de ánimo ante la velocidad de los cambios que nos atropellan cada día con más rapidez mientras nos preguntamos qué será de nuestro trabajo, del futuro de nuestros hijos, de nuestra jubilación… Y todo este torrente de emociones se acrecienta cuando vemos, cada vez con mayor nitidez, que nuestra vida es un devenir fruto de un juego de carambolas, donde no hay nada fijo, todo se acelera y nuestros planes se diluyen como un azucarillo en un torrente. Ante esta situación nos preguntamos qué tenemos que aprender para vivir en esta nueva realidad.
Porque no podemos tener el control de todas las carambolas que lo originan, pero esto no nos puede paralizar a la hora de emprender nuevas acciones e intentar provocar todas las carambolas que estén en nuestra mano. El riesgo en el que caemos es esperar a que los acontecimientos se precipiten y acabar reducidos a espectadores del mundo, cuando en realidad lo que más necesitamos es convertirnos en actores del cambio en este frenesí.
Y no asustarnos con ello, abriéndonos a la oportunidad de plantear nuestra vida como una gran aventura, como una cadena interminable de aventuras.
¿Entonces de qué sirve la planeación y la planificación? Planificar y planear será necesario, porque para avanzar y provocar carambolas, siempre necesitaremos una imagen del futuro al que queremos dirigirnos, a sabiendas de que la diana siempre se estará moviendo y cuando lleguemos al destino, éste será inédito.
Sabiendo en el fondo que se trata de fantasías, pero fantasías necesarias que nos proporcionan la fuerza emocional del deseo en forma de voluntad, inspiración y movilización para seguir avanzando.
Esa será la principal habilidad para ser personas exitosas, sin renunciar a nuestros sueños pensados en grande.
Para nuestras mentes cartesianas que tienden a ordenarlo todo y mantenerlo bajo control, será un ejercicio agotador. Tendremos que lidiar con la sensación diaria de que cada mañana hacemos nuestros planes y por la tarde acabarán rotos por las circunstancias, hasta que desarrollemos la fuerza emocional para fluir con el cambio y poner el foco en mirar las posibilidades que surgen de la vorágine de aconteceres.
Todos sabemos que en la vida, con mucha frecuencia, comenzamos a perseguir algo con fuerza y al final terminamos haciendo otra cosa. Si ponemos demasiado esfuerzo en dirigirnos hacia una meta fija, puede ser que la obstinación nos impida cosechar los tesoros que se nos cruzan por el camino (oportunidades).
Las personas audaces clavan su mirada en lo nuevo que aparece con el cambio, en las consecuencias más relevantes de los choques que aparecen en el tablero. No se desaniman cuando sus planes se ven frustrados, no pierden tiempo en quejarse, únicamente se concentran en la pregunta ¿qué oportunidades veo para mí en esto nuevo que está ocurriendo? Y desde el cultivo de esta sensibilidad acaban desarrollando sus funciones creativas, innovadoras, emprendedoras y de liderazgo.
Este ejercicio se convierte en una nueva forma de conocimiento que incorpora funciones como el análisis de prospectiva (plantear escenarios de futuro, no como dianas fijas, sino como futuros plausibles que están cambiando pero que hay que tener en el foco), mirar permanentemente las tendencias asomándonos a las fronteras del conocimiento, los avances de la tecnología y su impacto en las propensiones del consumo, etc.
Hasta ahora habíamos utilizado el conocimiento para defendernos de la incertidumbre, en un ejercicio de reducir el mundo a fórmulas y procedimientos, que desde su aplicación nos podían proporcionar cierto control y seguridad. Pero esto ya no nos sirve, es inútil, una fantasía frustrante. El observar el mundo como un mecano, una máquina gigante (mecanicismo), cuyo conocimiento nos puede dar el control total, es una entelequia.
Descartes ha muerto, el racionalismo cartesiano que tan útil nos fue en el pasado, está obsoleto, lo ha hecho trizas la era del cambio (Virtuceno). Ya no podemos asomarnos a la realidad desde un periscopio para crear fórmulas y aplicarlas como garantía de éxito. Definitivamente necesitamos avanzar hacia un nuevo paradigma del conocimiento fundado en la acción y la innovación que nos permita surfear el futuro.
El futuro no es un sitio fijo al que nos dirigimos, ni un destino que podemos programar desde el método científico, es algo que ocurre como una carambola gigantesca en un campo de juego donde tenemos la opción de mover algunas bolas, renunciando por completo al ejercicio inútil de adivinar la imagen final resultante de los choques entre ellas, igual que no podemos prever cómo quedarán colocadas las bolas en una partida de billar tras una serie de choques múltiples.
Vivir y sacar partido de la incertidumbre nos exigirá aprender nuevas competencias y habilidades (aprender a escuchar, a fundar juicios, a hacer promesas valiosas, a crear visiones poderosas del futuro, a hacer declaraciones transformadoras, a armar ofertas, a dirigirnos, a ser impecables, a desarrollar fortaleza emocional….); todas ellas las hemos ordenado en el Modelo 6-9 para ti.
Tras renunciar a los esquemas del pensamiento cartesiano, quedamos huérfanos a la hora de responder a la pregunta kantiana ¿qué tengo que aprender? Por eso tenemos que construir nuestros propios mapas de conocimiento, una tarea que desde mi punto de vista ha de poner su foco en descubrir posibilidades.
Todos los esfuerzos relacionados con el desarrollo de nuevas habilidades y la creación de nuevos mapas de conocimiento están aún en ciernes, necesitarán del concurso de muchas personas y organizaciones trabajando juntas y, sobre todo, de un cambio de rumbo de nuestro sistema educativo para dar respuesta a las necesidades de un nuevo tiempo en línea con el Tercer Contrato Social de la Educación promovido por Kairós.
John Lennon dijo una vez que “la vida es eso que ocurre mientras estamos haciendo otros planes”. En el mirar esas ocurrencias es donde se revelan las oportunidades, no en la obstinación de llevar a cabo nuestros planes contra viento y marea.
En realidad, todo esto que te planteo no es nuevo, está en las bases de la filosofía occidental de hace más de 25 siglos en torno al debate sobre el ser y el devenir que ya mantenían los presocráticos. También en las bases de la filosofía oriental, donde Buda fue el primero en entender que el mundo y el ser son devenir, y no se desmoronó por ello, al contrario, lo miró con la alegría del fluir armonioso con la vida.
Mientras tanto, el mundo racionalista de Descartes y el mecanicismo han pasado a mejor vida, mientras recuperamos muchos de los postulados de Nietzsche para danzar con el cambio y nos auxiliamos de la filosofía del lenguaje que hoy lidera Fernando Flores.
Nos guste o no, nosotros también tendremos que realizar ese giro existencial y adoptar el cambio como la nueva realidad que nos espera, aprendiendo a vivir la vida como lo que es, una aventura excitante y apasionante.
Fuente: http://juancarloscasco.emprendedorex.com/la-vida-es-lo-que-nos-ocurre-mientras-hacemos-otros-planes-aprender-a-vivir-en-la-incertidumbre-y-no-morir-de-susto/