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Si «eso» ya lo sabes… , ¿por qué no lo haces?

Por Juan Pedro Sánchez

El cerebro humano tiene una capacidad de almacenamiento de información prácticamente ilimitada.

Aquellas personas a las que les gusta adquirir conocimientos, que tienen curiosidad por el aprendizaje, pueden almacenar cantidades ingentes de información en su cabeza.

De hecho, cuando hablamos con una persona que lee mucho nos suele decir “sí, ‘eso’ ya lo sé”.

La gran paradoja se produce cuando muchos de esos conocimientos no se ponen en práctica para producir el efecto beneficioso que de ellos se podría desprender.

Por ejemplo, muchos de los profesionales de hoy en día, sabemos que el desarrollo de habilidades profesionales «no técnicas» o transversales (las famosas soft skills) son tan necesarias como las competencias técnicas.

Y si, como profesionales, dirigimos un equipo de personas, ya no son tan necesarias como las competencias técnicas, sino mucho más.

De hecho, hace poco, el manager de una compañía importante me decía que lo que más difícil le resultaba de su trabajo era gestionar las personas bajo su responsabilidad.

Sin embargo son menos los profesionales que trabajan en el desarrollo de estas habilidades profesionales transversales.

Y muy pocos los que perseveran a pesar de las dificultades (no es un camino de rosas, como casi nada de lo que merece la pena lograr).

¿Por qué nos gusta saber mucho y nos cuesta tanto transformarlo en conductas observables? 

La respuesta a esta paradoja la encontramos en los descubrimientos de la psicología y la neurociencia.

Ya lo intuíamos, pero ahora tenemos “datos duros” de que nuestro cerebro activa áreas tanto racionales como emocionales (todo el cerebro), de manera integrada, para tomar decisiones, recordar, pensar, hablar, percibir y aprender.

Y que el impacto de las áreas emocionales en las funciones superiores es muy elevado.

Al mismo tiempo, las áreas racionales también impactan en la regulación emocional. Pero si ambas áreas entran en conflicto…

Puede que la razón gane alguna batalla, pero si perdura el conflicto la guerra la terminará ganando la emoción, ya que tiene un “ejército neuronal aliado” inmensamente superior.

Sabemos que a nivel fisiológico el sistema emocional juega con ventaja, ya que es alrededor de 200ms más rápido que el sistema racional en el procesamiento de la información.

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De esta forma el sistema racional trabaja con información ya impregnada de un valor afectivo asignado en base a experiencias y conocimientos previos, esquemas mentales, motivaciones y expectativas.

A partir de aquí, el sistema racional lo que hace básicamente es buscar argumentos para respaldar o confirmar la información previa que tiene, reforzada por la emoción que sentimos.

Lo curioso es que la emoción que sentimos ha sido activada por el sistema racional en base a la situación o estímulo percibido.

La realidad mental que percibimos es un cóctel que resulta de mezclar la información que llega del exterior con la información previa que albergamos.

Es decir, que lo que vemos no es tal cual lo vemos sino que está rociado con nuestra forma de pensar y sentir en un momento determinado.

Por otro lado, reestructurar estas ideas previas que tenemos organizadas en forma de esquemas mentales, estereotipos, prejuicios, expectativas, etc., tan arraigadas, solo es posible desde el interior, siendo un trabajo personal de cada uno.

Desde fuera solo se puede guiar, inspirar o apoyar el trabajo interior siempre que sea solicitado por la persona con voluntad de mejorar.

Si intentamos “tocarle los paradigmas” a alguien, se va a sentir amenazado y defenderá su forma de ver a capa y espada.

Es un mecanismo natural y automático de protección mental ante una amenaza percibida.

Por todo ello, para poder pasar de la inspiración a la transpiración, es decir de la teoría a la práctica, tiene que haber una convicción no solo a nivel cognitivo o racional sino también a nivel emocional.

De manera que, o sentimos la necesidad de llevar a cabo cambios en nuestra vida personal o profesional (lo que llamamos “interiorizar” el aprendizaje) o no lo haremos, solo lo pensaremos y diremos “sí, eso ya lo sé”.

Hasta que un conocimiento no baja al sistema emocional y lo sentimos parte de nuestra identidad alineado con nuestros valores y motivaciones, no se expresa en nuestras vidas.

La prueba la tenemos en la gran cantidad de directivos y profesionales que asisten a decenas y decenas de eventos y workshops sobre cambio, mejora e innovación y siguen haciendo lo mismo de siempre.

¿Qué podemos hacer para conseguir ese movimiento de lo racional a lo emocional y que ambos sistemas trabajen al unísono a nuestro favor?

Desarrollar nuestra inteligencia emocional y entrenar (llevar a la acción) los nuevos comportamientos.

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Y esto no se hace de la noche a la mañana, sino que supone un proceso de trabajo interior (autoconsciencia y autoconocimiento) y social (empatía y comunicación saludable).

La buena noticia es que entrenar nuestra inteligencia emocional, aunque supone tiempo y esfuerzo, proporciona altos dividendos.

Claro, ahora me dirás “sí, eso ya lo sé”.

Me despido con una cita que se le atribuye a Confucio, que dice así:

“Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes.”

Fuente: https://www.juanpedrosanchez.es/si-eso-ya-lo-sabes-por-que-no-lo-haces/

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