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Debemos aprender a convivir con la inteligencia artificial, pero no dejarnos dominar por ella

Por Alicia Díaz Sánchez 

¿Cómo debemos convivir con la inteligencia artificial (IA)? ¿Hasta qué punto influyen los algoritmos en nuestras vidas? ¿Es necesario articular un código ético para usarla o basta solo con regularla desde un punto de vista jurídico? Ese es el trasfondo del libro “El algoritmo y yo. GuIA de convivencia entre seres humanos y artificiales”, de Idoia Salazar y Richard Benjamins.

La obra se estructura en varios capítulos, cada uno de los cuales representa un día de la semana y aborda un tema específico relacionado con los algoritmos (salud, deporte, trabajo, ocio…). Es la segunda entrega de lo que pretende ser una trilogía, tras la publicación de “El mito del algoritmo” hace año y medio.

Según Jaime García Cantero, director de Retina y moderador de la jornada de Fundación Telefónica en la que se presentó el libro, “en Oriente y Occidente tenemos una relación muy distinta con la inteligencia artificial”. Para los asiáticos, por ejemplo, los mekas (robots gigantes tripulados por humanos, como Mazinger Z) complementan y ayudan a las personas, mientras que aquí vemos a la máquina frente al hombreno con el hombre”.

Inteligencia artificial en la vida y más allá de la muerte

Los algoritmos están presentes en la mayor parte de nuestras rutinas diarias. Por eso debemos utilizarlos de una forma responsable y ética, para que no tengan consecuencias negativas, porque “con cada paso que damos, vamos dejando un rastro de datos”, aseguró Salazar.

La IA, aplicada al mundo laboral, supone un aumento de la eficiencia, menores tiempos de producción e incluso permite hacer previsiones de los negocios de una forma bastante precisa. Y en nuestra vida personal también convivimos ya con muchos algoritmos. Por ejemplo, en las recomendaciones de películas que hacen Netflix o Movistar Plus, las de Amazon con sus productos relacionados, o las de Google y Facebook.

La IA está llegando cada vez a más ámbitos. Un ejemplo muy curioso son los denominados griefbots (robots de duelo), que se pueden contratar para entrenarlos con datos de personas que han fallecido. Se “alimentan” con sus conversaciones en redes sociales, vídeos, fotografías, correos electrónicos, etc., con el fin de crear una red neuronal que imite la forma de responder y comportarse de la persona fallecida. De este modo, sus seres queridos pueden seguir en contacto con ella de forma virtual.

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Y esto trasciende incluso al mundo físico. Es el caso de Iternal, una empresa que usa IA para hacer lápidas digitales interactivas, con sistemas de reconocimiento facial. En función de quién se acerque a la lápida, ofrece diferentes mensajes e incluso proyecta imágenes.

Pero no todo son ventajas. Un ejemplo de mal uso de esta tecnología son los deepfakes, una técnica que utiliza algoritmos de inteligencia artificial para crear vídeos falsos, que parecen reales. En ellos se suplanta la identidad de una persona, de tal modo que parece que es ella quien emite juicios, actúa o se relaciona con otras personas en el vídeo.

La IA en el ámbito de la salud

En el campo de la salud, la IA tiene muchas aplicaciones, como puede ser ofrecer servicios médicos a personas que normalmente no tienen acceso a ellos. También sirve para agilizar las listas de espera, la gestión hospitalaria, usando los datos de una forma más inteligente. Y, por último, la IA puede aplicarse a las enfermedades raras, para que los investigadores encuentren más rápidamente tratamientos contra esas patologías.

Carolina Aguilar, CEO de Inbrain Neuroelectronics, contó el caso de su empresa, donde realizan terapias neuroelectrónicas para prevenir ataques en enfermedades neurodegenerativas, como puede ser la epilepsia.

Una de cada seis personas tiene un problema neurológico, y del 25 al 30 por ciento de los pacientes son refractarios a farmacología, es decir, que los medicamentos no les hacen efecto. En estos casos, nuestras terapias pueden ser muy eficaces”, aseguró Aguilar.

“Cuando, en el año 2010, Geim y Novoselov ganaron el Premio Nobel de Física por sus trabajos con grafeno, descubrimos que dicho material, que es muy fino y fuerte, podía ayudarnos a miniaturizar implantes craneales. Hoy en día, se utilizan implantes de platino e iridio, con los que solo se detectan señales a partir de 6 Hz, lo que impide prevenir un ataque epiléptico antes de que se produzca”, dijo Aguilar.

Gracias al grafeno, se pueden detectar frecuencias cerebrales bajas de 0,1 Hz, que se producen en una fase previa al ataque. “Hemos creado unos algoritmos que detectan la señal, la paran y evitan el ataque epiléptico, con lo que podemos salvar vidas (por ejemplo, en el caso de una persona que sufre un ataque mientras va conduciendo)”.

Pero esta tecnología med-tech, que se podría aplicar también al Parkinson y otras enfermedades neurodegenerativas, «requiere más investigación y financiación, por lo que no estará disponible hasta dentro de tres a cinco años”, concluyó Aguilar.

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La educación, el deporte y el ocio también tienen algoritmos

Si hablamos de IA aplicada a la educación, hay que considerar dos vertientes. Por un lado, cómo ayudan los algoritmos a los colegios y universidades, mediante una mayor personalización de los estudios y más interacción con los estudiantes a través de agentes virtuales y chatbots.

Y, por otro, la formación. “Es imprescindible que todos los alumnos, desde que son pequeños, aprendan sobre privacidad y manejo responsable de los datos. Deben tener suficiente criterio para tomar decisiones y no dejarse influir por lo que digan los algoritmos”, indicó Salazar.

En el ámbito del deporte, la empresa Olocip, cuyo CEO es el exfutbolista Esteban Granero, ha apostado por la visión artificial, sobre todo en el tenis, para recoger datos de forma más eficiente.

«La mayor demostración de que la IA está absolutamente integrada en nuestras vidas es que está en el fútbol», señala Granero.

“Hoy en día, las cámaras pueden reconocer tenistas, pelotas (como hace el ojo de halcón) y mucha más información en muy poco tiempo. Pero también se pueden analizar esos datos, no solo de un modo descriptivo, como se hacía antes (qué es lo que ha pasado), sino también de forma predictiva. “Con ello es posible saber cómo está rindiendo un jugador y qué es lo que va a hacer en su equipo. Y, en consecuencia, se pueden tomar decisiones trascendentales que a veces implican mucho dinero”, indicó Granero.

Si nos referimos al ocio, cada vez más aplicaciones nos ayudan a seleccionar destinos. Millones de personas en el mundo tienen que desplazarse forzosamente a diario (por guerras, pandemias, trabajo…). La IA sirve no solo para elegir un lugar, un alojamiento o un medio de transporte. También nos ayuda a comunicarnos, al combatir una barrera tan importante como es el idioma, mediante aplicaciones de traducción automática a múltiples lenguas.

Cambiar actitudes y aptitudes para no dejarnos dominar

Como vemos, los algoritmos conviven con los humanos en muchos ámbitos, pero quedan aún muchos retos por afrontar. El cambio climático, la igualdad social, la brecha digital son algunos de ellos.

El uso de esta tecnología genera nuevos retos en sí, como la ética. “No tenemos que aceptar tal cual las decisiones que toman los algoritmos, porque al final nos guiamos demasiado por ellos”, remarcó Salazar.

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Por un lado, están las empresas que generan estas tecnologías, que pueden crear sesgos. Los gobiernos deben actuar no solo desde el punto de vista legal, también desde el punto de vista jurídico y ético, regulando algunas partes y prohibiendo otras. “Y los ciudadanos tienen una gran responsabilidad en todo esto, para conseguir una correcta convivencia entre seres humanos y artificiales”, manifestó Benjamins.

La IA se alimenta de datos y, en función de lo que introduzcamos en ella, los algoritmos y robots podrán tomar unas decisiones u otras, que pueden no ser justas. Por ello, es importante identificar dilemas éticos y prejuicios, para evitar razonamientos sesgados que conduzcan a decisiones no acordes con un comportamiento moral.

Todo lo anterior puede resumirse con una de las recomendaciones finales del libro, que deberíamos tener todos presente:

“La memoria de los teléfonos móviles y los ordenadores han sustituido buena parte de la nuestra, que ya no tiene por qué recordar números de teléfono ni muchos otros datos delegados en la máquina. Ahora la IA toma decisiones. Si dejamos que los algoritmos de IA ejerzan este derecho nuestro en demasiadas ocasiones y no lo ejercitamos de una manera u otra, posiblemente en un futuro seamos muy fáciles de dominar. Auguramos gimnasios de la mente, al igual que hoy hay gimnasios para ejercitar el físico.”

Fuente: https://empresas.blogthinkbig.com/convivir-con-inteligencia-artificial-pero-no-dejarnos-dominar/

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