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Cultivar la singularidad de cada persona. El desafío de la Educación del Siglo XXI.

Por Juan Carlos Casco

Cada uno de nosotros está hecho de dos materiales: singularidad y vulgaridad. En el interior de cada ser humano hay una parte genuina y otra que es común a la especie. Para que una persona alcance su máximo potencial y la mejor versión de sí misma, es necesario cultivar su identidad en un equilibrio entre lo propio y lo compartido. Para lograrlo necesitamos un nuevo enfoque y una nueva agenda educativa.

Detrás de cada niño hay un ser auténtico, un talento reconocible y diferente, un genio creador y un artista en potencia que podría materializarse si la educación cumpliera la función de alcanzar el máximo desarrollo de cada persona. 

A medida que pasan los años, en lugar de identificar la pasión, encauzar el talento y allanar el terreno a la vocación, la educación trabaja para igualarnos en mediocridad hasta convertirnos en miembros reconocibles de un mismo rebaño. De esta manera, nos obligan a estudiar las mismas cosas y en los mismos tiempos, a tener las mismas preguntas y a ofrecer las mismas respuestas, hasta conseguir hacer de las singularidades una masa homogénea, reconocible y maleable.

Pasado el tiempo, nuestra singularidad queda reducida a la mínima expresión, mientras que la vulgaridad se expande y termina definiendo nuestra identidad. La educación en lugar de trabajar para hacer una obra de arte de cada uno de nosotros, se ocupa más de crear copias, como si de fabricar artículos de una cadena de producción se tratase.

El valor que tenemos como especie reside en lo diferentes y geniales que somos y, a la vez, en nuestro carácter social y gregario que nos permite trabajar en equipo y cooperar.  Sin embargo, la educación actual está diseñada para dar respuesta a un sistema productivo capitalista que requería personas con disciplina industrial en las cadenas de montaje en la realización de tareas repetitivas, personas dóciles y obedientes que respondían a los principios de economía de tiempo y movimiento definidos en el manual de Taylor.

Poco a poco, la escuela va matando la originalidad y la autenticidad hasta reducirlas a su mínima expresión. La capacidad de hacerse preguntas, ofrecer propuestas creativas, equivocarse y aprender de los errores… se va erosionando paso a paso, mientras ganan terreno y se imponen los patrones sociales establecidos, las respuestas enlatadas y el miedo al error. 

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Al final de la vida nuestras singularidades quedan reducidas a la mínima expresión, nuestras identidades personales, vocaciones y talentos se diluyen. Tanto es así, que si nos preguntan en la edad adulta cuál es nuestro talento, la mayor parte de nosotros no tenemos respuesta, pues se ha quedado invisibilizado o atrofiado. A tal extremo llega el asunto, que la mayor parte de nosotros acabamos dedicándonos o trabajando en cosas que no nos gustan, simplemente porque abandonamos nuestro instinto y lo sustituimos por el mandato de la manada.

Ahora te pido que hagas este ejercicio: piensa en la cosa que más te gusta en la vida, date un par de minutos. Y a continuación te pregunto por qué le dedicas tan poco tiempo, siendo tan importante para ti. 

Poco a poco vamos alejando a las personas de su pasión, haciéndolas desconectar de su elemento, de su magia personal, de su inspiración de su sensibilidad, de su instinto.

En nombre del trabajo y la economía vamos triturando el talento de las personas, condenándolas a simples engranajes de una cadena social que nos conduce inexorablemente a la minoría de edad como sociedad y a la infelicidad. 

Está claro que la educación ha de dar al individuo una visión del todo, desde un enfoqué holístico que nunca debió ser abandonado (conocimiento de la lengua, la historia, la naturaleza, el cálculo, la evolución de los mundos y sus tendencias, el pensamiento, las fronteras del conocimiento…), pero a partir de ahí y en paralelo, ha de enfocarse en educar la singularidad y la rareza de cada ser humano, porque es ahí donde cada persona hará una diferencia con su vida y creará un valor para la sociedad (cura de las enfermedades, soluciones para el cambio climático, nuevas actividades y trabajos…).

Asumir que cada ser humano es genial e irrepetible, es la primera premisa para resignificar la educación, contribuyendo a un proceso de individuación entendido como el cultivo de las cualidades peculiares de cada persona, frente a la desindividuación que practica el sistema educativo para uniformizar la sociedad y convertirla en dócil y manejable. Un proceso que se ejecuta a través de la codificación de la educación (códigos elaborados y códigos restringidos) que descubrió Bernstein, transmitiéndose a través de unas pedagogías invisibles de las que no son conscientes ni los profesores ni los alumnos. Todo un montaje para asegurar el establishment desde el más absoluto control y debilitamiento de la singularidad.

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Cada persona cuando nace es una rareza, la clave para que la rareza eclosione en un genio depende de la educación recibida y del entorno en el que se desarrolle el individuo, la creación de unas condiciones favorables (ecosistema) que faciliten el crecimiento.

Y todo lo dicho no es incompatible con la socialización del ser humano, porque en esencia somos gregarios y nos necesitamos unos a otros. Socializar no es lo mismo que crear “rebaño”, la verdadera socialización es orquestar los talentos para colaborar y cooperar, hacer juntos cosas bellas y buenas, crear riqueza y cuidarnos mutuamente; armonizando esfuerzos para perfeccionar la convivencia, la tolerancia y respeto al otro como diferente, valioso y desigual.

La riqueza social surge de la eclosión de la diversidad en las personas, en la miscelánea, donde se entrecruzan las cosmovisiones y las culturas desde las distintas formas de ver y vivir la vida. 

Cuando ponemos en marcha procesos de homogeneización social desde la negación de la valía individual, la humanidad saca su peor cara, conduciéndonos al fascismo y a las dictaduras más crueles desde donde hemos tenido que pagar un alto precio en destrucción y pérdida de cientos de millones de vidas.

La consecuencia de una educación enfocada en la reducción de la singularidad y la homogeneización, nos ha hecho denigrar del diferente, del extranjero, de los que piensan, sienten, aman y rezan distinto. Un mal que se extiende por los cinco continentes.

Yo viví en la cultura de una dictadura, un régimen que aniquiló la singularidad y creó una gran manada de borregos (como todas las dictaduras), un lastre que se perpetúa en el tiempo a través de la pervivencia de sus códigos y limita el crecimiento de un pueblo, mientras crea ciegas adhesiones en torno a unos valores de hojalata. Por eso concedo tanta importancia a la potenciación del talento de todas las personas sin distinción para crear una sociedad articulada, comprometida y rica.

Cuando mi hija Victoria era pequeña, descubrí en ella su rareza y su pasión,  que era la moda.

Cuando creció, su madre y yo le propusimos que se dedicase a ello, pero ella nos dijo que eso era poco consistente, que prefería estudiar psicología. Y así lo hizo porque la fuerza del rebaño era más fuerte que la nuestra. Después de terminar su carrera y pasarlo mal, decidió tomar su vocación. Ahora es feliz y sus padres también. 

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La libertad es el bien supremo de cada persona, y esto incluye el derecho a equivocarse, mi mensaje a mis hijas siempre es el mismo: la vida es breve, lo primero es la felicidad, no abandonéis vuestro elemento, seguid vuestro instinto, cultivad vuestra singularidad, trabajad en equipo y alimentad vuestra rareza, contribuid a los demás y dejad un legado.

La vida es una lucha entre la fuerza centrífuga que diluye nuestra identidad y la fuerza centrípeta que nos atrapa en la mediocridad de la manada. Y La educación es la única vía para preservar el tesoro de la diferencia, una herramienta para potenciar la identidad propia al servicio de los demás.

Tenemos que librar muchas batallas a favor de la libertad y la igualdad, para romper las cadenas que nos atan a la homogeneización y pretenden igualarnos en mediocridad.

Donde se cultiva la singularidad de los seres humanos, la vida florece. Y esto debe convertirse en una causa para la educación del siglo XXI.

Adelante!!!

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