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Anticredo

por Gabriela R. Bass
Después de muchos años en la dirección de empresas, no creo en el Management como ciencia.No creo en el Management como teoría. Y creo menos aún en el Management como negocio.

No creo que cada teoría que aparece, pueda o deba aplicarse de manera compulsiva en las organizaciones, creando modas, olas de modas, que llenan las empresas de consultores, que imponen nuevos conceptos, siempre de arriba hacia abajo, sin contar con la gente.

No creo en el Six Sigma, ni en el 5S; no creo en el TQM, ni en la Dirección por Objetivos, ni en la evaluación continua, ni en la evaluación 360º, ni siquiera creo en la evaluación en sí misma.

No creo que las empresas deban planificar pensando en Presupuestos Anuales. No creo que los directivos, ni nadie en realidad, deba tener primas ni trimestrales, ni anuales.

No creo en el control por el control; no creo en las entrevistas laborales donde se habla más que se escucha.

No creo en las estrategias a corto plazo.

No creo en la eficiencia, probada con resultados aritméticamente financieros.

No creo en los directivos que patrimonializan sus puestos, entregando siempre a los accionistas lo que desean, aunque eso lleve la destrucción de la empresa a medio plazo.

No creo en la doctrina de la Creación de Valor para el Accionista, porque la he visto convertirse en Aumento del Precio de las Acciones del Accionista.

No creo en el Marketing, porque lo he visto convertirse en enormes campañas multimillonarias para vender expectativas, que muchas veces ni siquiera son respetuosas con las necesidades del cliente.

No creo en los servicios Post-venta, que solo quieren vendernos más de lo mismo, aún cuando llamemos para reclamar algo.

No creo en la Atención al Cliente, porque solo habla del cliente externo, olvidándose siempre del cliente interno.

No creo que sea verdad que se respeta el know-how, porque cada día es más evidente que la vida laboral en los países desarrollados empieza en torno a los treinta años, y termina en torno a los cincuenta.

No creo que las empresas sean ámbitos de competencia, sino que deberían ser ámbitos de convivencia.

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Sin embargo,

Sí creo en las organizaciones horizontales.

Creo en los valores de las personas.

Creo en la palabra dada, en los compromisos cerrados con un apretón de manos.

Creo en los directivos que sienten amor por sus proyectos.

Creo en las empresas estructuradas como organizaciones neuronales, donde las jefaturas se ganan con el conocimiento del oficio, y no con el baile político.

Creo en los oficios y no en las profesiones.

Creo en el respeto por las industrias, por aquellos que manejan máquinas, tornillos, materiales que se tocan y se moldean. Y me da igual si es encima de un tractor, frente a una máquina de extrusión, o frente a una pantalla diseñando una aplicación web2.0 .

Creo en el honor de las personas.

Creo en la dignidad de los trabajadores.

Creo en la función del Gerente, Director General o CEO como el garante de los derechos de los accionistas frente a los trabajadores, el garante de los derechos de los trabajadores frente a los accionistas y el garante de los derechos de la sociedad frente a la empresa. Y viceversa.

Creo en un mundo cuyo sentido del corto plazo se mida en años de sostenibilidad, y no en horas de cotización bursátil, o en trimestres de liquidación de Bonus.

Creo en los directivos que caminan por sus empresas, llamando a las gentes por sus nombres, que es la forma de conocerles, y por tanto de saber qué esconden en su fuero más interno, y que pueden aún dar, de buen grado y como participación a un proyecto común.

Creo que las empresas nacen como un sueño, crecen como un romance, se mantienen como una joya única y diferente a cualquier otra, y han de sobrevivir para darle sentido al hecho mismo de su fundación.

Creo que las gentes prefieren una labor a un trabajo, un proyecto a un presupuesto, un directivo con oficio a un Manager con un MBA.

Creo que hemos perdido el Norte, buscando fórmulas mágicas que nos empujen siempre un paso más allá: en la globalización, en la internalización, en el control de los mercados, en el control de los canales de comercializacón, en llegar antes que el otro, aún “escalando sobre una pirámide de cadáveres”.

Creo firmemente en las empresas, los empresarios y sus gentes.

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Adoro mi oficio.

Pero aspiro, con entregado entusiasmo, a poder hacerlo de una manera más humana, más respetuosa, más trascendente, más serena, más solidaria. En definitiva, creo que si no recuperamos el sentido común y los valores, seguiremos consumiendo teorías de management y destruyendo riqueza–

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