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Liderazgo: La complementariedad hace la diferencia.

Por Patricia Debeljuh

Siempre que se habla de liderazgo se lo relaciona con ciertas características asociadas a comportamientos propios de los varones, como son la orientación a los resultados, la competitividad, la ambición de poder, la habilidad para controlar emociones, entre otras. Ahora bien, ¿se tratan de verdaderas características masculinas? ¿No será que esas son las competencias acordes con las posiciones de dirección y, debido a que tradicionalmente dichos puestos han sido ocupados por varones, se califican esos comportamientos como masculinos?

Es verdad que abunda la literatura focalizada al liderazgo que asocia dichos comportamientos a los varones, dando casi por sentado que si una mujer pretende dirigir debe asumirlos. Sin embargo, para que una mujer lidere una organización de manera eficiente no es necesario que actúe como un hombre. Lo mejor que ella puede hacer es aportar al mundo laboral lo que le es propio e insustituible.

En la actualidad, las mujeres están en condiciones de revolucionar el lugar de trabajo, precisamente no por dejar a un lado sus capacidades propias, sino por expresarlas con su actuación en el día tras día. La realidad de tantas empresarias y ejecutivas líderes indica que ellas triunfan en las empresas gracias a —y no a pesar de— sus características femeninas. Si bien la historia muestra que han sido los hombres quienes diseñaron las reglas en el mundo laboral, hoy podemos ver cómo la mujer asume un estilo de liderazgo que enriquece el funcionamiento de las organizaciones. Ahora bien, no hay olvidar que el aporte de la mujer ha de ser complementario al del varón, porque ambos estilos son enriquecedores para la empresa. Cada uno tiene sus puntos distintivos para sumar; igualarlos o pretender homologarlos implicaría caer en un reduccionismo estéril o en una competencia inútil.

No es un tema de quién es más o quién es menos, sino de cómo ayudar a que se integren con las competencias de unos y de otros sabiendo qué puede aportar cada uno. Ambos son diferentes y complementarios y en la interrelación entre estos dos estilos se da una modalidad de liderazgo que responde a las tendencias más innovadoras de las nuevas culturas organizacionales. Debemos reconocer que el estilo femenino es diferente al masculino en la forma de comunicar, de motivar, de resolver conflictos, a la hora de tomar decisiones y de establecer estrategias para el logro de los objetivos.

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En líneas generales, puede afirmarse que la mujer tiene una visión global de las cosas y al mismo tiempo no deja pasar ningún detalle. Esta mirada no tan focalizada como la del varón, le permite estar abierta ante lo desconocido, sin prejuicios racionales que la condicionen. Aquí se fundamenta su capacidad de innovación, alimentada por el deseo de escuchar y de preguntar. Valoran la creatividad y la opinión contraria. Dicen abiertamente y sin complejos cuando no saben algo. No tienen miedo a equivocarse, y por eso suelen ser audaces y flexibles.

La intuición está en su naturaleza, pero no son improvisadas. Se habla del “genio” de la mujer y con frecuencia se lo asocia a una delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás. Generalmente la mujer es más cercana y esto se nota por esa capacidad de mostrar interés por las personas o por los problemas de un modo concreto. Ese gestionar con empatía no implica que sea menos rigurosa o que esté menos orientada a resultados, al contrario, es lo que le permite hacerse cargo de las necesidades de los demás y generar relaciones interpersonales más confiables y creíbles.

Esta capacidad de ponerse en el lugar del otro dota a la mujer de una sensibilidad característica que la predispone al servicio de los demás y constituye un verdadero aporte para humanizar las relaciones dentro de las organizaciones. A la hora de liderar un equipo, lo hace contagiando entusiasmo. En un puesto directivo, la mujer suele confiar más en la cooperación que en la competencia. Para eso, necesita descubrir a cada persona, conocer sus talentos, confiar en ellos y en el aporte que cada uno puede dar al grupo. Se dice que su estilo de liderazgo rompe el anonimato y toma en cuenta las preocupaciones y expectativas de los demás, mostrándose solidaria y buscando alternativas sin olvidar que las personas son más importantes que las cosas o que los resultados.

La mujer toma el liderazgo como una responsabilidad de todos. La manera que tiene de ejercer el poder y el control es mucho más participativa y abierta porque, al transmitir su pasión por el trabajo, comunica autenticidad y respeto por la persona.

Más allá de estas u otras muchas diferencias que se dan entre varones y mujeres, es importante, tanto para ellos como para ellas, conocer los propios talentos y limitaciones, lo que implica la capacidad de evaluarse a uno mismo de forma realista, sin caer en las trampas de los estereotipos ni de las etiquetas ni de las idealizaciones.

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Se podrían seguir enumerando otras competencias del liderazgo femenino, pero eso no quiere decir que sean propias de la mujer, sino que hay que considerarlas igualmente indispensables en los varones porque se trata de capacidades que pueden adquirir los dos. Esto explica la complementariedad que puede darse entre ellos y que lleva a que juntos, varón y mujer, solidariamente lleguen a las mejores decisiones, porque cada uno —que es diferente—, saca lo mejor de sí unido al otro.

Trabajando con mujeres, los varones pueden descubrir y desarrollar también estas características propias y positivas del estilo femenino y pueden estar igualmente presentes en el liderazgo de los varones. De hecho, cada vez más hombres cuentan con ellas y es así como, lejos de cualquier competencia, tanto ellos como ellas salen ganando. Por este camino, se demuestra que, a la hora de liderar, la complementariedad hace la diferencia.

Fuente: https://www.hacerempresa.uy/edicion-ser-lider-liderazgo-la-complementariedad-hace-la-diferencia/

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