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Un pavo como cualquier otro

Por Pablo Regent

EL CAMBIO NECESARIO EN NUESTRA FORMA DE PENSAR PARA CONVIVIR CON CISNES NEGROS

Había una vez un pavo que vivía feliz en la granja de los Jones donde compartía su vida con otros pavos como él. Su vida era placentera ya que el corral era cómodo y espacioso, a la vez que cada día el granjero Jones se encargaba de traer comida y agua en cantidades abundantes. Este pavo tendía a ser un poco perezoso, le gustaba quedarse cerca de los comederos y no compartía la agitación de sus congéneres que estaban todo el tiempo yendo de aquí para allá. Más aún, le molestaba la insatisfacción de algunos que continuamente estaban avizorando el mundo exterior a través del entramado de alambres que delimitaba su hogar. A él la cerca le parecía algo muy positivo, lo protegía de los muchos animales que andaban por el campo y que cada tanto se dejaban ver intentando entrar al corral con vaya a saber uno cuáles intenciones. A medida que pasaba el tiempo, iba creciendo en peso y talla aprovechando la alimentación y la seguridad que los cuidados del granjero le deparaban. Un día hubo una gran tormenta. Al amanecer, los pavos vieron que se había producido una rotura en el alambre dejando un espacio suficiente para que pudieran salir. Se armó un gran alboroto y rápidamente unos pocos decidieron salir hacia el mundo exterior con el fin de colmar sus ansias de conocer lo que había más allá. Nuestro pavo era más bien inteligente y por eso, pese a su pereza, la posibilidad de salir se le aparecía, incómodamente, como algo atractivo. De no muy buena gana decidió que lo mejor sería seguirlos.

Al intentar pasar por el agujero, su volumen le dificultó el escape, por lo que decidió dejar pasar primero a los demás. Cuando ya no hubo pavos que deseasen la fuga, mientras se aprestaba a salir, notó que el sol estaba a la altura que señalaba la hora en que traían la comida. Orgulloso de su capacidad inductiva, concluyó que, si en los en días precedentes la comida estaba servida en cierto momento, sería válido pronosticar lo que pasaría esa misma jornada unos instantes después. Por otra parte, mejor comenzar su aventura con el estómago lleno, pues vaya a saber uno cuándo podría volver a comer. No había terminado casi su pensamiento cuando, satisfecho consigo mismo, vio acercarse la figura de Jones. Sin embargo, para su sorpresa, esta vez el buen granjero Jones no traía el cajón de la comida. Lo que el pobre pavo no sabía, no podía saberlo, era que ese día era el cuarto jueves de noviembre, el día que en la América anglosajona se festeja Thanksgiving.

Incertidumbre y normalidad

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La incertidumbre no es lo normal. No lo es debido a que el mundo tal cual lo conocemos tiende al orden en todas sus dimensiones. Las tormentas se calman, las lluvias amainan, los enojos se apaciguan o terminan en un conflicto abierto en el que alguien es derrotado. Mirando aquí cerca, la incertidumbre cambiaria y regulatoria de un país como Argentina enseña a los propios argentinos a desarrollar mecanismos de convivencia que convierten eso que algunos llamamos incertidumbre en certezas complejas de manejar, pero certezas al fin. Esto pasa con las fuerzas físicas y también en las relaciones humanas.

EL SER HUMANO TIENDE A RAZONAR DE FORMA INDUCTIVA; CUANDO SUCEDE ALGO INESPERADO QUE ROMPE LA SECUENCIA LÓGICA QUE VIENE DEL PASADO, EL MÉTODO DEJA DE FUNCIONAR Y POR ELLO LAS REACCIONES EN MUCHOS CASOS TIENDEN A SER EQUIVOCADAS.

Sin embargo, es cierto que hay momentos en los que suceden hechos que trastocan lo que el hombre pensaba que iba a suceder. El ser humano tiende a razonar de forma inductiva. De lo particular, de lo que suele suceder en su entorno, elabora reglas que le permiten construir normas prácticas de actuación. Cuando sucede algo inesperado que rompe la secuencia lógica que viene del pasado, el método deja de funcionar y por ello las reacciones en muchos casos tienden a ser equivocadas.

EL MUNDO ESTÁ LOCO

Ciertamente los últimos años se han caracterizado por la aparición de un par de bicharracos desagradables y molestos. Algunos los denominan cisnes negros. Se caracterizan por tres rasgos. En primer lugar, se trata de sucesos imposibles o extremadamente complejos de anticipar. Además, su aparición genera impactos negativos para muchos y en grandes dimensiones.

La pandemia tiene numerosos antecedentes, pero se suponía, por el común de la gente, que con la tecnología y el desarrollo del siglo XXI ya no era lógico que volviera a suceder un desastre como el de las antiguas pestes que diezmaban la sociedad. Pero apareció, se volvió mundial y trastocó la forma de vivir, de relacionarse y de hacer negocios. Lo mismo se puede decir de la guerra de Ucrania. Para el ciudadano medio occidental, la posibilidad de una guerra convencional en plena Europa, más allá de haber antecedentes varios, se consideraba un suceso imposible en el entorno de globalismo e interconexión actual. Sin embargo, ya lleva un año, cientos de miles de muertos y heridos, millones de desplazados, además de daños económicos y materiales enormes.

Por lo tanto, ¿debemos concluir que el mundo está loco? En lo más mínimo. Tan cuerdo está que, a escasos tres años de lo que parecía una peste que nunca más nos permitiría abrazarnos y reunirnos, ya se han visto mundiales de fútbol multitudinarios, enormes conciertos, nos besamos y tocamos, los viajes transnacionales se han vuelto norma y, más rápido que lento, la convivencia con el COVID-19 pasa a ser la normalidad. Se trata de la tercera característica de los cisnes negros. Las personas tienden rápidamente a naturalizarlos como un dato de la realidad que incorporan a sus nuevas reglas de convivencia y lo que fue un shock desconcertante se convierte en parte del paisaje.

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Cierto que ha habido ganadores y perdedores. Primero que nada, los fallecidos, pero también el enorme traspaso de riqueza y fuentes laborales de sectores perdedores hacia sectores ganadores. Todo muy penoso, pero los que hemos sobrevivido y los que no hemos quebrado ya comenzamos a olvidarnos de aquello y pasamos a pensar en lo otro.

La increíble guerra ucraniana también es un buen ejemplo. Allá están los rusos bombardeando y los ucranianos aguantando. Ya va casi un año. Ya no es noticia. Hasta los europeos que viven en países limítrofes con el país agredido se acostumbran a vivir como si nada pasara. Cierto que la energía se encarece, pero justo se da un invierno europeo más bien primaveral y las reservas aguantan. Cierto también que hay malestar con el incremento de precios de los combustibles, pero ya se encargan los gobiernos europeos de subsidiar a quien lo necesite. Y lo que era un shock, que en marzo pasado tenía inmovilizado al mundo pendiente de un conflicto nuclear, pasa a un extraño confort con aquello de que “¡a quién se la va ocurrir tirar una bomba atómica!”. Mientras tanto, Estados Unidos deja de considerar a Venezuela el origen de todos los males prefiriendo valorar sus reservas de petróleo, a la vez que Macron declara que la energía nuclear ha pasado a ser “verde” sin ecologista alguno que lo discuta. Es lo de siempre, pasado el impacto inicial, acomodamos la carrocería, enterramos a los muertos y a vivir, que de tal cosa se trata.

EL FUTURO INMEDIATO

En el futuro habrá más cisnes negros, aunque no necesariamente llegarán pasado mañana. Pero, lleguen el mes que viene o dentro de veinte años, hemos de saber que algunos reaccionaremos bien y otros lo haremos mal. Como no sabemos de qué tipo será el próximo golpe, conviene ejercitarse en algunos hábitos que siempre han sido de ayuda.

LA TÉCNICA DE ANÁLISIS DE ESCENARIOS ES UN BUEN EJERCICIO PARA DESCUBRIR AMENAZAS Y OPORTUNIDADES MIENTRAS SE MANTIENE EL INTELECTO ENTRENADO.

En primer lugar, conocer el pasado para evitar caer en el espejismo del pensamiento inductivo, evitando así el destino del pavo de Thanksgiving. Que un banco siempre haya honrado los depósitos no quiere decir que los pueda honrar mañana; sobran ejemplos. Segundo, imaginar escenarios disruptivos que podrían afectar nuestras bases de competencia, aunque sean disparatados por donde se los mire. Si la carne artificial se vuelve una realidad eficiente y sabrosa, ¿qué hago con mi frigorífico? Aunque nunca vaya a pasar, la técnica de análisis de escenarios es un buen ejercicio para descubrir amenazas y oportunidades mientras se mantiene el intelecto entrenado.

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Tercero, mantener equipos directivos duchos en las tormentas de forma que muevan ficha rápido mientras la mayoría aún permanece congelada. Basta recordar las reacciones tan diversas que se dieron el 13 de marzo de 2020 entre directivos y gerentes, cuando algunos se aterraban ante un estornudo mientras que otros tomaban decisiones rápidas y determinantes. Cuarto, evite que el éxito lo vuelva demasiado gordo y complaciente. Como le pasó al pavo de la fábula, la falta de agilidad y cintura a veces impide dar el paso adecuado. Por último, mantenga una sana actitud que lo aleje del sentimiento de seguridad que es más falso que billete de tres dólares. Vivir, pensar y actuar sabiendo que todo puede cambiar en el momento menos pensado nos prepara para no quedar inmovilizados lamentando lo perdido. Y también nos prepara para aceptar primero e intentar transformar después esa realidad que, caprichosa, nos muestra una y otra vez que, aunque nos creamos dioses, no somos más que simples mortales. Tan pero tan frágiles que hasta el simple estornudo de quien pasa a nuestro lado es capaz de derrotarnos sin levante.

 La anécdota se inspira en un ejemplo que me narró el profesor Josep Ma. Rosanas, mi director de tesis en el Ph. D. del IESE, allá por mediados de los noventa. Recuerdo que fue muy útil para dejarme en claro que en la investigación académica ningún método inductivo es suficiente como forma de afirmar que algo es cierto y, por lo tanto, anticipable al cien por ciento.

Fuente: https://www.hacerempresa.uy/edicion-panorama-2023-un-pavo-como-cualquier-otro/

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