Por Alvaro Mendoza
Este, créeme, es uno de los mejores consejos que puedo brindarte: NO se te ocurra competir por precio; más bien, dedícate a ofrecer valor. Si lo haces, si te arriesgas a competir por precio, la vas a pasar muy mal. Y, te lo advierto, quizás lo pierdas todo. Siempre habrá competidores (muchos, no uno solo) dispuestos a ir hasta el final, a bajar el precio a lo mínimo con tal de asegurar la venta.
El problema, porque siempre hay un problema, es que eventualmente aseguran una venta, solo una, pero pierden un cliente. Uno que quizás es bueno, de los que te agradecen el valor que les aportas y están dispuestos a comprarte una y otra vez. En el actual mercado, en el que hay mucha competencia, intentar competir por precio es algo parecido a propinarse un tiro en el pie.
Precio, según el Diccionario de la Lengua Española (DLE), es “el valor pecuniario en el que se estima algo” y también “el importe que se señala a una mercancía y que no admite regateo”. Como ves, el precio está relacionado estrechamente con el dinero, se refiera a la transacción económica que se da entre el vendedor de un producto o servicio y el comprador. A la usanza del siglo XX.
Valor, dice el DLE, es el “grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite”. También, “alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase”. Supongo que percibes la diferencia, pero te hago una puntualización: el valor se conecta con los beneficios de tu producto o servicio, con su capacidad de transformación.
En el pasado, en el siglo pasado, el precio era uno de los dos factores fundamentales a la hora de tomar la decisión de compra. El otro era la calidad del producto o del servicio ofrecido. Vivíamos un mundo en el que el mercado era reducido, la demanda superaba con creces la oferta y el vendedor, en consecuencia, podía imponer las condiciones a su conveniencia, a su acomodo.
Hoy, sin embargo, vivimos (por fortuna) en un mundo distinto. Se incorporaron conceptos como globalización, se acabaron las fronteras y hoy, gracias a las bondades de la tecnología, podemos comprar a la vuelta de unos cuantos clics. Solo requieres una conexión a internet (que puede ser la de tu celular), una tarjeta de crédito o una cuenta bancaria y ser mayor de edad. ¡Así de simple!
Y no importa si la tienda está en tu ciudad, en tu país o al otro extremo del planeta. Lo que compres llegará a la puerta de tu casa (o, en su defecto, a un casillero virtual) o, dado el caso, lo podrás descargar de inmediato. Y, a diferencia de lo que ocurría en el pasado, en el siglo pasado, es posible solicitar la garantía, que bien puede ser la devolución del dinero o el cambio de la mercancía.
Y funciona, créeme que funciona. Es algo que no se dio de la noche a la mañana, por supuesto, y que significó un drástico cambio de chip, tanto para los vendedores como para los compradores. Un drástico cambio que, además, representa un cúmulo de beneficios para el consumidor, que ahora es el centro del proceso, la razón de ser del proceso. Y, claro, el valor es ahora el protagonista.
En virtud de que la demanda supera con creces la oferta, el precio ya no es el factor decisivo. Ahora, las marcas, absolutamente todas, desde las más grandes hasta las unipersonales, están en la obligación de ofrecer valor. Cuanto más valor aportes con aquello que ofreces, más opciones de ser elegido del mercado tendrás. “Tendrás más opciones”, que no es igual a serás “el elegido”.
Esta, así mismo, es una premisa que se aplica a todos los negocios, empresas o profesionales, sin importar qué hacen, a qué se dedican o qué venden (un producto o un servicio). Se aplica a los médicos, a los abogados, a los periodistas, a los coaches, a los consultores inmobiliarios, a los emprendedores que venden infoproductos o que ofrecen servicios basados en su conocimiento.
Fuente: https://mercadeoglobal.com/blog/barato-sale-caro/