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Por Rafael Ayala

Cierta ocasión volaba de Los Ángeles a Hermosillo en un SAAB 340 B. Junto a mi se encontraba una mujer de alrededor de cuarenta años. Durante el despegue observé que se persignó, costumbre de muchos pasajeros latinoamericanos, y cerró sus ojos. Por mi parte me concentré en leer la revista de cortesía. Después de unos minutos, volteé y vi que la señora empuñaba algo en su mano derecha. Al sentirse descubierta me confesó que ella era del tipo de personas que experimentan gran temor al volar.

En el hueco de su mano escondía un Rosario, el cual casi pulverizaba por la fuerza con la que lo sostenía. En su rostro había unas cuantas lágrimas y su mentón reflejaba el nerviosismo con una vibración constante. Aunque admito que yo también experimento temor bajo ciertas circunstancias, no me sucede por viajar en avión. Así que, al ver el tormento que ella experimentaba, decidí intentar ayudarle distrayéndola con mi conversación. Una excelente manera de atraer rápidamente la atención de una persona adulta en una conversación es preguntarle por sus hijos. Ella tenía tres, dos varones y una niña.

¿A quien le gusta sentir miedo?

¿Le gustaría nunca volver a sentir temor? Si a mi vecina de asiento le hubiera hecho ese cuestionamiento seguramente su respuesta sería afirmativa. Me abstuve de hacerlo porque mi deseo era desviar su atención del miedo que experimentaba. Esta es una pregunta que he realizado literalmente a miles de personas. La inmensa mayoría de ellas me han respondido con un rotundo “sí”. Por lo mismo, he llegado a la conclusión que la generalidad de la gente considera al miedo como un sentimiento negativo; algo que no deseamos experimentar o que incluso percibimos como debilidad humana. Permítame decirle que estoy en total desacuerdo con ello. El miedo es tan sólo una sensación que lejos de perjudicarnos puede ser un excelente consejero y ayudador ante nuestros retos y decisiones.

El peligro de no sentir miedo

Imagine que se encuentra disfrutando una función de circo cuando uno de los leones, desobedeciendo al domador, abandona la pista y avanza en dirección a los espectadores. Lo más recomendable en una ocasión como ésta es sentir miedo, ya que al hacerlo, el cerebro se encarga de poner a nuestro cuerpo en alerta y le provee con la adrenalina suficiente para generar una respuesta inmediata y vigorosa. El corazón incrementa el ritmo de sus palpitaciones y surte más rápidamente de sangre a nuestros músculos para poder responder con prestancia y velocidad. No experimentar temor ante estas circunstancias sería una terrible desventaja competitiva con relación al resto del público. Así, el verdadero problema respecto a sentir miedo reside, no en que lo experimentemos, sino en que no sepamos como aprovecharlo o utilizarlo a nuestro favor.

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Miedo en las personas valientes

Durante la plática con mi compañera de viaje, me cuidé de mantener la conversación alrededor de sus hijos para ayudarle a no pensar en su temor a volar. Me comentó que había enviudado y que ella era el sostén de su familia. Tenía una tienda en la que comercializaba ropa. Cada dos o tres meses tomaba un avión a California para visitar proveedores y conocer las tendencias de la temporada. Desafortunadamente, nuestra conversación dio un giro cuando la aeronave entró a una zona de turbulencia que le recordó que nos encontrábamos a más de diez mil pies de altura. Su barbilla inició nuevamente un baile repetitivo y con voz quebradiza me confió: “cada vez que me bajo del avión, paso al baño y me maquillo para que mis hijos no se enteren que me da miedo volar”. “¿Por qué hace eso?”, le pregunté. Me respondió que no quería contagiarlos con su mal, no deseaba que sus dos varones y la pequeña se convirtieran en unos miedosos como ella. Mi formación como coach y consejero me traicionó y le aconsejé: “si yo fuera usted dejaría que mis hijos me vieran temblando de pavor al bajarme del avión, para que se dieran cuenta que madre tan valiente tienen”. Desconcertada afirmo que no comprendía por qué decía eso, ¿cómo les iba a infundir valor a sus hijos a través de que la vieran experimentar miedo?

Los verdaderos valientes

La mejor manera para enfrentar nuestros miedos es siendo valientes. Me imagino que está pensado, ¿Cómo es posible ser valiente mientras sentimos miedo? La respuesta es sencilla, nos han educado erróneamente respecto al valor. Ser valiente no significa no sentir miedo. Quien afirma que es valiente porque nunca siente miedo, no es una persona valiente, sino una mentirosa, pues todos experimentamos temor ante algo o alguien en el transcurso de nuestra vida. Las personas valientes son aquéllas que hacen lo que deben hacer a pesar de experimentar miedo. Sí, los valientes sienten miedo y su valor radica en actuar conforme a lo que es correcto aunque al hacerlo sientan temor. Mi vecina de asiento es una mujer muy valiente, pues aunque sabía que para ella el sólo hecho de pensar en subirse a una aeronave, le alteraba sus emociones, no se detenía ante ello; por el contrario se subía y trituraba entre sus dedos el Rosario convencida que debía hacerlo para beneficio de su familia. ¡Qué valor!

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El miedo como consejero.

Considere la última ocasión en que sintió temor. Le aseguro que se debió a que pensaba que algo o alguien valioso para usted estaban en riesgo. Siempre es así. La sensación de miedo se produce por esos pensamientos y podemos aprender de ellos. Para aprovechar la sabiduría que brindan nuestras emociones, en este caso el temor, lo que debemos hacer cuando lo experimentemos es preguntarnos qué o quién es lo que creemos que está en riesgo. Al descubrirlo sólo nos resta analizar si ese peligro es verdadero. Si el riesgo es demasiado tal vez optemos por desistir por cuestiones de seguridad; pero si es menor, lo cual sucede la mayoría de las veces, entonces debemos actuar con valor. Antes de hacerlo es importante investigar al respecto y tomar las precauciones convenientes. La información reduce el temor porque nos permite dimensionar el tamaño del riesgo. Bajo esta perspectiva el miedo es un gran aliado que nos avisa, ante situaciones difíciles, que debemos investigar, protegernos, tomar precauciones o huir.

Ignoro si mi ejemplar compañera de viaje perdió el temor a volar. Me imagino que ahora sus hijos son más conscientes y orgullosos de lo valiente que ha sido su madre durante sus travesías aéreas y, seguramente, en muchas otras ocasiones. Espero que hoy usted, mi estimado lector, haya identificado una o más circunstancias que le brindan la oportunidad de ejercer su valentía. No se preocupe si siente miedo, recuerde que es tan sólo un medio utilizado por nuestra mente para ayudarnos a identificar lo que debemos hacer. Hasta pronto y espero que nos volvamos a encontrar en otro vuelo.

Fuente: https://www.emprendices.co/sentir-miedo-es-para-valientes/

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