por Josefina Andrés
Fue durante el confinamiento cuando la palabra resiliencia comenzó a tomar fuerza para integrarse en nuestro vocabulario. Y es que aquel fue el contexto idóneo para practicarla al vernos resignados a mantenernos en casa viendo cómo la salud del mundo se venía abajo y sin saber exactamente cuándo esa situación iba a mejorar. Tuvimos que replantearnos muchas cosas y enfrentar como nunca la frustración. Y la resiliencia es precisamente eso, la capacidad de resistir, afrontar y reorganizar positivamente la propia vida para enfrentar las situaciones adversas que a menudo encontramos.
La palabra resiliencia tiene su raíz en el latín, específicamente en el verbo “resilio”, que significa “saltar hacia atrás” o “rebotar”, implicando un retorno a la normalidad. Una noción que, en origen, está estrechamente ligada a la física, donde la utilizan para referirse a la capacidad que tienen los materiales para recuperar su forma original después de haber sido sometidos a altas presiones.
Pero ¿el resiliente nace o se hace? Según Silvia dal Ben, directora clínica en Unobravo España, hay quienes son un poco más resilientes de forma natural y quienes lo son un poco menos, “en cualquier caso, es importante subrayar que hablamos de resiliencia cuando la activación de las respuestas es consciente y meditada, es decir, es diferente de la resistencia pasiva a los eventos. La persona resiliente, de hecho, está orientada al crecimiento, tiende a reorganizar flexiblemente su forma de ser con cierto optimismo frente al estrés, a los eventos traumáticos y a las dificultades”.
En esto, Silvia cree que un aspecto que tiene cierto peso son las expectativas personales, familiares, sociales, culturales. De tal forma que la resiliencia de cada uno interactúa con las expectativas percibidas y por ello es fundamental poder ajustarlas en función del propio sujeto y la situación que enfrenta.
La resiliencia tóxica existe
Aunque se pueda pensar lo contrario, ser resiliente no significa ser impasible ante el sufrimiento o el miedo. Más bien será todo lo contrario ya que las personas que lo son sienten profundamente los matices emocionales de lo que sucede y logran afrontarlos utilizando sus propios límites y recursos. Por tanto, es un trabajo consciente y activo que requiere de mucha inteligencia y habilidades emocionales, pero que, sin embargo, no está exento de retos ya que, como humanos que somos, nuestra naturaleza existe gracias a los límites de esta.