por Merce Roura
Hay algo maravilloso en hacer el ridículo. En prestarse a experimentar aquello que que nos avergüenza y que nos dejará desnudos y vulnerables ante los demás.
Hay algo mágico en permitirte sentir aquello de lo que has estado huyendo durante toda tu vida y mostrar al mundo lo que tanto te asusta que sepan y que vean.
Aunque no es para demostrar nada ni acumular méritos sino para soltarlo y dejar de cargar con ello… Porque al final nunca lo haces para los demás, solo lo haces para ti mismo. Es una especie de homenaje para hacer las paces contigo. Un ritual en el que que te demuestras de una vez por todas que te aceptas y te valoras exactamente tal como eres, sin esperar ya nada más de nadie, ni necesitar recibir la valoración ajena.
Un compromiso contigo… Y no se trata de ir haciendo barbaridades ni locuras sin sentido, me refiero a hacer lo que realmente deseas sin temor a qué pensarán y dirán, sin miedo a fallar y caer, sin miedo a no estar a la altura y llevarte un rechazo. Porque realmente, la única persona que puede rechazarnos y que importe somos nosotros mismos.
Las personas acabamos muchas veces viviendo otras vidas que no son nuestra vida para evitar hacer ese ridículo… Eso que creemos que nos va a dejar expuestos y frágiles ante las miradas de aquellos que parecen siempre dispuestos a juzgarnos. En realidad quien nos ha estado juzgando durante todo este tiempo hemos sido nosotros mismos.
Quien decidió que éramos ridículos, que teníamos que escondernos y que no encajábamos fuimos nosotros. Sí ya lo sé, las burlas de otros y sus palabras nos ayudaron mucho a sentirnos miserables y diminutos, a darnos cuenta de que había algo que estaba pasando que nos hacía sentirnos aparte del resto del mundo. Y eso nos hizo creer que algo fallaba en nosotros, que teníamos algo erróneo en nuestra esencia, que sobrábamos y molestábamos.
Y partir de ahí, hemos pasado una eternidad haciéndonos perdonar, dándolo todo sin conseguir nada o escapando de las miradas de otros. Aunque lo que pasaba no era que no fuéramos suficientemente buenos ni capaces… No era que no estuviéramos a la altura sino que desde el primer momento no creíamos estarlo.
Las personas creen que si se muestran tal y como son, si dejan de escudarse y protegerse detrás de la armadura que llevan se van a librar del escrutinio ajeno y no van a ser presa del rechazo o del abandono… Y es mentira. Ese rechazo y ese abandono que vemos ahí afuera surge del rechazo y el abandono que tenemos por nosotros mismos.
La vida es un espejo dulce y amargo. Y a menudo, llevamos treinta años llevando una pesada armadura para que nadie nos vuelva a herir ni a descubrir nuestra vulnerabilidad y, al final, lo que pasa es que acabamos heridos y vulnerables, rechazados y dolidos exactamente igual mientras quedamos completamente exhaustos y agotados de llevar esa carga pesada y construir muros a nuestro alrededor.
Pensamos que la armadura nos protege del mundo, pero lo único que hace es aislarnos de nosotros mismos. Cada día que la arrastramos pensando que nos aparta del dolor y de vivir el miedo, lo único que hace es reafirmar de forma inconsciente que no nos sentimos dignos, que lo que llevamos dentro no es valioso como en realidad es… Que tenemos que ocultarnos porque nos rechazarán… Que hay algo malo en nosotros que hace que no encajemos en el mundo. Que no merecemos eso que deseamos.
Nos creemos que compartir lo que somos nos romperá… Que si nos no mostramos como realmente somos y nos protegemos detrás de ese caparazón que hemos creado estaremos a salvo y no sufriremos… Cuando en realidad sufrimos muchísimo más porque cada minuto que pasa en esa clandestinidad es una reafirmación de insuficiencia, de tener que sentirnos perseguidos, acosados y maltratados por nosotros mismos porque nos sentimos indignos de vivir como merecemos vivir. Como si nos hubiéramos enclaustrado en la torre más lejana para que el mundo no nos hiciera daño y cada día de soledad en ella nos recordara los ridículos que somos. Nos ridiculizamos nosotros mismos… Nos avergonzamos nosotros ocultándonos del mundo y pretendemos luego que el mundo nos acepte.
Creemos que si nos quedamos desnudos ante otros exhibiendo nuestra verdad, si mostramos nuestros sentimientos y deseos, si somos vulnerables y frágiles ante sus miradas eso nos hará ante ellos rechazables e indeseables… Que nos vean pequeños y nos sintamos miserables. Y en realidad es justo todo lo contrario.
Cuando alguien se valora suficientemente a sí mismo y se ama como para decir «aquí estoy yo y esto es lo que soy» se convierte en un ser completamente poderoso. Ya no depende de miradas ajenas. Ya no necesita el visto bueno de nadie. Ya no espera, ni mendiga. Ya no se somete. Ya no tiene que cargar con esa armadura que tanto pesa y que por dentro está recordándole que tiene que llevarla porque los demás cuando le contemplen se sentirán asqueados y le rechazarán.
Cuando te arriesgas a hacer lo que algunos llaman el ridículo para ser honesto contigo, para ser leal a tus sueños y necesidades, la recompensa es máxima. Piensas que quedarás tirado en el suelo y, en realidad, estarás justo a un segundo de levantarte con un poder hasta el momento desconocido por ti.
El poder que tiene a alguien que apostado por él mismo. Que se ha elegido sin esperar a que le elijan. Que ha dicho basta. Que ha dejado de esperar a que el mundo le diga que sí y se ha dicho que sí. Que ha decidido que no tiene nada de lo que avergonzarse porque es maravilloso. Que ha descubierto en él o en ella una valentía que desconocía y que estaba justo al otro lado del miedo. No hay nada como soltar la carga y decidir que no necesitas el lastre para demostrar nada ni ocultarte…
Justo en ese momento descubres que te has pasado la vida huyendo de vivir y sentir la experiencia que tú creías que iba a destrozarte y qué, sin embargo, era la gran oportunidad que esperabas para cambiar de vida.
Aquello que te asusta ha venido a liberarte si eres capaz de afrontarlo.
Hay algo maravilloso en permitirse hacer y es descubrir lo ridículo que era avergonzarte de ti.
Te invito intentarlo.
Fuente: https://mercerou.wordpress.com/2024/05/27/al-otro-lado-del-miedo/