por Virginia Cabrera Nocito
Están de moda los argumentos sobre cómo aprender a decir NO. De hecho, uno de los post más leídos de este blog, y eso que ya tiene algunos añitos, es ese de 5 negativas elegantes que funcionan. Y que escribí yo misma en 2016.
Y no, no es que haya cambiado de opinión.
Sigo creyendo que saber decir NO es muy importante.
No son pocos los famosos de todos los ámbitos que hablan de su capacidad para decir NO como parte innegable de su triunfo en su profesión, sus negocios o su vida. Desde luego, no voy a ser yo quien les enmende la plana. Quienes habéis trabajado conmigo (y quienes me leéis habitualmente ya me vais conociendo también) ya sabéis lo poco que me cuesta plantarme cuando algo se me escapa o no me interesa.
Me costó, lo reconozco, hacer que el mundo aprendiera la diferencia entre entusiasmo y proactividad e ingenuidad y tolerancia al marrón. No siempre fue fácil parar los pies a esos personajillos de morro subido, que vayas donde vayas, pululan por las empresas.
Pero, con más o menos sangre y sudor, lo hice.
Y seguiré toda la vida defendiendo aquello de que más vale una vez colorada que ciento amarilla. Porque cuando algo no se quiere o no se puede, es mejor armarse de valor y decir , simple y llanamente, NO.
Y podría seguir en una lista que sería interminable. Pero hoy no quiero hablar del NO, de cuya bondad ya corren ríos de tinta.
Hoy quiero hablaros de cómo he descubierto lo malo que es dejar de decir SÍ
Pues, la verdad es que no lo sé.
Supongo que por medio kilo de falta de necesidad, por 300 gramos de falta de confianza, por cuarto y mitad de pereza y, seguramente, por unas gotas de algún abuso que otro.
Porque nos hemos aposentado en lugares donde nos sentimos calentitos y relativamente cómodos aunque el trabajo no sea la caña y el jefe deje un poco o un mucho que desear.
O porque nos hemos hecho mayores y “la marcha” ya no nos llama.
Incluso a quienes todavía nos van los retos, cada vez somos más rácanos con el SÍ.
Y no sigo, pero ya todos nos reconocemos en alguno de esos SÍ omitidos. Y, ¿sabes lo peor? Que lo hacemos con la conciencia limpia como una patena.
Pues permíteme que te diga hoy que todos esos SÍ que hemos racaneado nos han mermado no solo la capacidad de crecer (y con ella, la de disfrutar) sino también la capacidad de equivocarnos (y con ella, la de aprender).
Que aprender a decir NO te habrá focalizado en lo tuyo, y que incluso te irá genial, no lo dudo. Pero que cada uno de los SÍ que no has dicho te ha quitado oportunidades para descubrir y explorar nuevos mundos, tampoco. Te han puesto un lastre, a veces más pequeño y otros muy grande, en tu capacidad de soñar.
Decir SÍ es ampliar tu mundo.
Cada SÍ
Decir SÍ es comprar boletos en la lotería de la felicidad. No siempre tocan, pero como decía mi abuela, “si compras muchas, al final te toca”.
Claro que, me diréis enseguida, para decir SÍ a una petición o a una propuesta lo primero es entender si estamos capacitados para atenderla.
Sí y no.
Salvo que te lo pida un loco o un auténtico desesperado (y a estas alturas de tu vida seguro que ya tienes tablas para pillarlos al vuelo), si te lo piden será que te creen capaz de hacerlo. Y si lo haces, tú también confiarás un poco más en tus capacidades cada vez.
También me sacaréis a la palestra el argumento del tiempo.
A este, un no bien gordo.
Que tardo dos segundos en tirarte por tierra con aquello de que el tiempo es siempre una elección. Siempre. Podemos retrasar, fasear, trocear, reducir el alcance, pero casi siempre, podemos ir.
¿Y qué decir lo de que “de bueno soy bobo” y siempre se aprovechan? O del ¿me dedico tanto a los otros que no me queda nada para mi?
Aquí entran los matices.
Y las sensaciones. Evidentemente, cada decisión es una apuesta a un futuro posible. Y entre todas las que tomas, tienes que sentir que hay equilibrio y que como en el casino, lo que unos días pierdes, otros lo compensas. Pero que, en general, ganas.
Salvo que ese SÍ te reste en algo que te está rentando mucho, te invito a que te plantees, al menos una primera vez, y por defecto, siempre el SÍ.
Siendo obvio que no puedes decir a todo que SÍ, lo que no lo resulta tanto es ver que podemos permitirnos mucho más esos SÍ.
Valoran los impactos, claro. Pero sin olvidar que ningún resultado está escrito. Y que tomar buenas decisiones es hacerlo con procesos de apertura mental y mapa de pérdidas y ganancias bien establecido.
No valores una decisión pasada por el resultado que acabó teniendo.
La gente que se siente bien con su trabajo y su vida no lo es porque diga NO a todo. Lo es porque dijo tantos SÍ que vive enfocada en un escenario donde se siente más que bien. Y, ni siquiera quienes dejando de hacer ese algo pierden dinero u oportunidades cierran la puerta al SÍ. Porque saben qué es lo que los llevó hasta allí.
Esa es la cuestión.
¿Y cómo saber qué es mejor? No lo sabes. Nunca sabrás si dejarla abierta hará que se cuele un ladrón o si dejarla cerrada te impedirá escapar de un incendio.
Cuando yo miro hacia atrás, y mi recomendación es que hagas con toda honestidad lo mismo, puedo valorar qué parte de lo que hoy soy y tengo se debió a mis SÍ y qué parte a mis NO.
No te estoy diciendo que digas SÍ a todo y a todos para empezar a hablar. Ni que sea un SÍ a pecho descubierto y sin paliativos. Lo que comparto contigo es una reflexión sobre cómo ponernos la venda antes de la herida nos cierra puertas y empobrece nuestra vida. La personal y la profesional.
Porque sin nuevos estímulos, sin nuevas aventuras y sin exponernos a ningún riesgo nos vamos apoltronando.
Nos mustiamos.
Abrirse al SÍ por defecto es aprender a plantearse como primera opción un ¿y por qué no?
Es abrirse a explorar lo que podrías ganar en lugar de ver lo que puedes perder o el precio que tendrás que pagar. Es algo así como probarte esa camisa que, vale, no es tu estilo, pero que te gusta, sin mirar la etiqueta del precio. Y decidir luego, no antes.
Es decidir desde el crecimiento o el divertimento potencial.
Es dejar hablar a tu intuición por delante de tu racionalidad. Y luego, decir a veces que sí, y otras que NO.
Dejando un poco de lado todas esas teorías de que decir NO nos hace sentir que tenemos el control. Elegir es renunciar. No renuncies “por defecto” a nuevas experiencias, a nuevas personas ni a nuevas
Renunciando a todo lo que tengamos que renunciar con corazón y cabeza, pero nunca con miedo o pereza. Entendiendo tanto la pérdida potencial al decir NO como la correspondiente ganancia hipotética al decir SÍ.
Ya sé que a nuestro cerebro le duelen mucho más las pérdidas que las ganancias. Los estudiosos de la conducta dicen que el doble.
No te dejes siempre llevar por tus tripas.
Abre algo más tus puertas. Y antes de decidir, completa bien el mapa de costes y ganancias potenciales.
Proponiéndote analizarlo todo. Para empezar qué es eso mejor que crees que tienes que hacer o qué puede pasarte si pierdes esa parte de tu tiempo o tu dinero.
O subiéndote al carro de los SÍ condicionales o faseados, que, como decía mi abuela, para decir NO, siempre hay tiempo.
Mantén fuerte tu capacidad para el NO, pero mírate eso de abonarte al SÍ.
Fuente: https://balcon40.com/2024/02/16/aprende-a-decir-si/