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Más vale ciento volando

Por Merce Roura

La vida sabe el camino y, a veces, no es el camino que has soñado. No es el camino que has dibujado en tu mente ni le ves mucho sentido. A veces, a pesar de que brilla el sol parece que la vida te lleva por rincones absurdos y oscuros, por espacios angostos y tristes, cuesta arriba, hasta desgastar tus zapatos, hasta que estás tan cansado que no recuerdas ni por qué empezaste a andar.

La vida sabe el destino, tú solo lo imaginas y aciertas pocas veces. Y cuando aciertas, nunca es igual a la foto que había en tu cabeza, nunca.

En ocasiones, sólo comprendes de qué va tu historia cuando miras atrás y te das cuenta de que el lugar oscuro te sirvió para agudizar los sentidos, el tramo cuesta arriba para que tus piernas se pusieran fuertes, el tramo angosto, para aprender a pasar por cualquier resquicio… Y justo ahora, todo aquello ha tomado forma en ti y se convierte en necesario. Todo lo que encontraste por el camino, todas las personas que lo compartieron contigo y te regalaron palabras que ahora vienen a tu mente y llenan vacíos de información… Todas las emociones que sentiste con ellas y que ahora te das cuenta de que eran material básico para afrontar lo que pisas y vives… Todas las herramientas que encontraste al caminar y ahora te llevan a abrir puertas, resolver situaciones y conectar con personas eran parte de un mapa que ahora cobra sentido si lo miras desde otra perpectiva. Eran el equipaje que realmente necesitabas para llegar aquí. Lo único que debías hacer era seguir y confiar e ir soltando por el camino las piedras que cargabas en tu mochila para poder liberarte y ver la vida de otro modo, verte a ti mismo de otro modo.

Dejar de huir de lo que llega a ti porque si llega es porque, aunque nos disguste, es necesario. Ser capaz de mirar esas piedras acumuladas, y sacarlas de tu equipaje. Sentir el peso de cada una de ellas. Sentir el dolor. sentir el miedo, la rabia, la ira, el resentimiento, la impotencia, la tristeza inmensa por lo que no fue… La ira desatada por tanta injusticia tragada y no gritada. El asco por no poder cambiar nada a pesar de intentarlo, de resistirte a lo inevitable, de ver pasar la vida sin poder sujetarla y corregirla… Esas creencias que te llevaban a contener la risa, a la desconfianza, a la susceptibilidad, a maltratarte y exigirte demasiado, a culparte por todo, a culpar a otros porque no te daban lo que tú no te dabas, a decidir que no mereces, que no sirves y que no eres suficiente… A sentirte rechazada, abandandonado, a ver siempre la vida injusta y humillante. A amasar traiciones sin sentido. Esa necesidad de juzgarlo todo y controlar lo que jamás controlamos, de pensar en todas las posibilidades y anticiparse para cubrir todos los flancos y evitar todas las tragedias… Toda esa masa oscura y pegajosa que se adhiere a tus pies y tus zapatos, a tus pestañas, a tus manos, a tu alma.

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Aceptar y sentirlo todo y luego soltarlo. Y ver que no era nada. Que eran solo pensamientos. Formas de ver la vida que te sirvieron durante un tiempo pero que ahora son un lastre para caminar liviano y libre. Notar el vacío inmenso tras dejarlo ir todo y llenarlo de aire puro, de calma y de pausa. Y caminar.

La vida conoce el camino y el plan. La vida sabe porque mira desde lo alto el pasado, el presente y el futuro y los hace desaparecer y los funde en un momento, que siempre es este, que siempre es ahora. El único instante en el que puedes decidir si sigues o paras, si te vas o te quedas, si rompes o continuas atado , si sueltas o amarras, si dices que sí o dices que no…

Tú a veces no entiendes nada y solo tienes aprender a mirar la vida sin juzgarla, sin predisponerte a que nada sea malo o bueno, sino que sencillamente es. Mirar y fijarte en la belleza, en lo que amas, en lo que es, en aquello que te hace sentir vivo y en caminar hacia lo que sientes que es tu propósito.

Y solo puedes mirar lo que te pasa y ver ese espejo de lo que llevas dentro, lo que te dice la vida a través de otras personas que se cruzan en tu camino. Lo que te susurra con cada experiencia que se repite. Lo que sientes cada vez que a pesar de intentar evitarlo acabas en el mismo recodo del camino habiendo surcado la misma historia una y otra vez.

La vida sabe y vivirla es surcar este mar, sin dejar el timón pero jugando con el viento a favor, dejándote llevar por la marea, a ratos, y otras mirando al cielo y observar la sincronía perfecta de los pájaros que siempre saben a dónde van sin mapa, y encontrar tu destino muy dentro de ti. Es un caminar y un parar… Un sostenerse y un soltar… Un amar y un dejar ir… Un volar y un pisar el suelo firme de tus pocas certezas y descubrir que las piezas encajan a la perfección pero que tú todavía no ves todo el rompecabezas.

Y romper con todo lo que no te sirve o no te deja ser tú. Y cuestionar lo que parece incuestionable. Y por primera vez estar donde estás. Aunque no haya nada a lo que sujetarse, ni el suelo esté estable ni las palabras te calmen y tengas miedo. Darte cuenta de que en realidad todo es incierto siempre, digan lo que digan, prometan lo que te prometan, aunque creas que sabes y conoces, aunque intentes controlarlo todo siempre algo se escapa… Y es mejor así, abierto, libre, inesperado, infinitamente impredecible…

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Fuente: https://mercerou.wordpress.com/2021/07/19/mas-vale-ciento-volando/

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