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En cierta ocasión, alguien me pidió que escribiera un cuento dirigido a una de esas personas que nos encanta tener cerca porque se preocupan constantemente por los demás, pero que en su afán de ayudar, se olvidan de sí mismos.
LA FUENTE QUE APRENDIÓ A SER FUENTE (Jaime Ros Felip, marzo de 2005)
En cierta época, en un lugar de nuestra tierra, una fuente se esforzaba en cuidar a todo aquel caminante que apareciendo por el sendero que la bordeaba, buscaba un trago de agua para calmar su sed.
En su esfuerzo por ayudar, nuestra fuente…
…consiguió que la sombra de los árboles cercanos creciera lo suficiente para dar cobijo del ardiente sol del mediodía,
…consiguió alzar unas piedras cerca del chorro de agua para calmar los cuerpos cansados por los largos caminos,
…consiguió crear un pequeño recipiente en el que el agua se embalsaba para aquél que quisiera remojar su cuerpo,
…consiguió construir en el sendero, señales que ayudaran a los caminantes a encontrar su refugio fresco,
…consiguió hacer crecer una suave alfombra de hierba a su alrededor que aliviara los pies doloridos,
Con el tiempo, nuestra fuente fue muy conocida por los caminantes y su fama se extendió convirtiéndola en emblema de ayuda y descanso.
Los años transcurrieron y llegó la sequía más intensa y duradera que se recordaba desde hacía mucho tiempo en la región.
Al principio, nuestra fuente resistió la sequía y siguió regando las bocas sedientas que acudían a ella. Pero transcurrieron las semanas, y el caudal que recibía la fuente fue disminuyendo y ésta no pudo más que ofrecer un pequeño goteo de agua insuficiente para calmar al menos sediento de los caminantes que se acercaban a ella.
Y así le llegó el olvido. Nadie se detenía frente a ella y la fuente se entristeció tanto que pensó que su vida no tenía sentido pues no le quedaba nada que ofrecer.
Fue entonces cuando uno de los escasos caminantes que cruzaban el lugar, se detuvo al escuchar los lamentos de la fuente.
Nuestra fuente se quedó sola cuando el caminante se fue y lloró. Al día siguiente miró a su alrededor y pensó que el caminante tenía razón. Sintió rabia, dolor y una voz interior que le decía que había llegado el momento en que debía utilizar el tiempo que tenía en ser ella misma.
Habló con la montaña para que encauzara sus aguas, abrió senderos en la profundidad del suelo que fueran reservas inagotables, habló con la lluvia para que nunca abandonara aquellos picos de los que llegaban los cauces,…
Así lo hizo y el agua volvió. Y con el agua los caminantes. Y con los caminantes llegaron algunos que decidieron crear más sombra, más estanques, más suelo de hierba.
La fuente por fin fue fuente. Se dio cuenta de que lo que los caminantes necesitaban y lo que debía darles era precisamente lo que ella era. Cuando se esforzó en ser ella misma y en crecer ella misma, se convirtió en lo que realmente era y en lo que debió ser desde un principio.
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que experiencia mas extraordinaria y ahora seguire siendo yo mismo con mas fuerza, con motivo de esta enseñanza
Muy buena siempre tiene que ser uno mismo y no como los demás