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Todas las veces que dijiste que sí y, en realidad, querías decir que no.

Por Merce Roura

Hay muchas personas que andan por ahí rotas.

Caminan como lo han hecho siempre. Trabajan. Conducen. Se sientan a la mesa solos o en familia. Mantienen conversaciones con otras personas e incluso a veces esbozan sonrisas cuando toman café con sus amigos. Están aunque no están presentes en su vida. Por fuera mantienen un rostro cómodo y amable mientras por dentro lloran, lloran desesperadamente. A muchos les gustaría gritar y decir en voz alta unas cuentas de sus verdades pero se las callan porque tienen miedo de que los demás se enfaden. Porque no las educaron para levantar la mano y explicarse sino para aguantar lo que les echen. Porque para hacerlo hay que confiar y les asusta demasiado acaparar miradas. Porque les asusta incluso oír su propia voz y descubrir que la tienen y no la usan. Porque ellos no son de ese tipo de personas que se muestran a los demás. No viven sus vidas, viven las vidas ajenas…

Viven sin notar que viven porque no pueden ocupar su lugar en mundo porque están demasiado atareadas ocupando el lugar que otras personas necesitan que ocupen. Siempre pendientes de otras tragedias que no son su tragedia. Siempre pendientes de otras alegrías que no son su alegría… Siempre pendientes de otras vidas que no son su vida.

Están rotas. Rotas de tragar. Rotas de callar y no decir basta. Rotas porque han pensado que si tomaban decisiones se rompería la vida de otros y han preferido romperse ellas. Rotas porque no pueden más. Rotas porque de tanto sofocar esa tristeza y esa rabia ya no les apetece nada en la vida.

Hasta ahora han podido mantener sus pedazos pegados entre ellos. Como si fueran un puzzle que se mantiene intacto por la presión de cada una de las piezas. Ahora algo ha cambiado. El dolor anímico es ahora físico. El cuerpo no da. No tira. No alcanza a seguir para arrastrar tanto desánimo, tanta falta de ganas, tanta ausencia de vida. No encuentran nada a lo que agarrarse para seguir porque de tanto ceder miran su vida y no la reconocen.

Antes les dolía cada vez que decían que no, porque sentían que decepcionaban al mundo y ahora cada “sí» les pesa en la espalda, en la nuca, en las manos, en los pies… Una pesadez enorme les invade e invalida. No pueden casi moverse porque llevan el peso de cada una de las veces que dijeron sí y, en realidad, deseaban decir que no.

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Sin embargo, ahora se han dado cuenta. Ya no pueden esperar más ni sostener este patrón de vida por más tiempo. Ya no les quedan ganas de nada de llevar el peso tantas vidas ajenas en su vida que parecen depender de ellos. Es el peso de no querer defraudar, de no querer decepcionar, de no soportar sentir que no sirven, que no ayudan, que los demás no encuentran en ellos un salvavidas… No pueden decir “no» pero saben que si sueltan por la boca otro sí ya no habrá retorno. Si cargan otro peso ajeno más ya no regresarán a ellos mismos. Las piezas rotas que ahora se mantienen pegadas por la presión se harán añicos y ya no podrán volver a levantarse. Un no les convertiría en un desengaño ante el mundo, pero otro sí les mataría.

Están rotos porque cargan y arrastran el peso de los demás y ni siquiera reconocen el suyo. Es como si no tuvieran identidad porque su rostro es el de todas las personas que les rodean y les piden que sigan porque sienten que si no el mundo se cae y se desmorona. Como si de ellas dependiera el equilibro de todos los que les rodean…

Si embargo, hoy es el día. Ya no pueden más. Cuando se han despertado se han dado cuenta. Las piezas chirrían. Todo está a punto de desmoronarse. Todo va a caer porque ya no pueden más. No aguantan. La ruptura interna es demasiado grave. Necesitan parar y soltar. Necesitan llorar tanto de rabia porque nadie les echa una mano, porque nadie les ve porque son ellos siempre los que echan manos y miran a los demás.

Para todas esas veces pasadas sin decir basta ya es tarde, pero no para las siguientes. Ha llegado ese momento del que llevan huyendo hace siglos, el momento de poner límites y decir no. Va a doler mucho pero ahora ya es la única opción, la única posibilidad de mantenerse en pie y existir. La única forma de respirar profundo y no notar que el mundo entero depende de ellos… La única forma de vivir su vida y no las vidas de todas las personas que les rodean. Asumir la responsabilidad de vivir por ellos mismos y por nadie más.

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Tal vez por ello se han dejado invadir tanto, porque tenían demasiado miedo de vivir solo su vida y descubrir que han vivido tanto otras vidas ajenas que no saben cómo habitar la propia. Porque si lo hubieran sabido no se hubieran dejado… Es la hora de crear su propia vida. De dejar de ponerse a la cola y estar en primera fila por primera vez.

Ha llegado el momento de decir que no, aunque duela y sacuda relaciones y esperanzas ajenas. Empieza un largo viaje hacia el amor propio.

Por todas las veces que dijiste que sí y, en realidad, querías decir que no… ¿Ha llegado tu momento?

Fuente: https://mercerou.wordpress.com/2023/06/26/todas-las-veces-que-dijiste-que-si-y-en-realidad-querias-decir-que-no/

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