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El hombre que no podía parar de trabajar

*por Juan Manuel Otero Barrigón (psicólogo, Universidad del Salvador, Bs.As, Argentina)

Matías era un joven de 37 años que gustaba de  jactarse ante sí mismo, y ante los demás, de tener “puesta la camiseta de la empresa” para la que trabajaba, una consultora en marketing con la cual estaba vinculado desde hacía 6-7 años atrás. Sin embargo un día, advertido por su pareja con quien compartía cada vez menos tiempo, empezó a darse cuenta de que realizaba jornadas laborales de hasta 14 horas, sin lograr reconocer exactamente cuando había comenzado esta “esclavitud auto-impuesta”, como él mismo la llegaría a denominar posteriormente. Cuando comenzó a ser consciente de este proceso de alienación existencial en el que se había sumergido, entraba al trabajo a las siete de la mañana y salía promediando las diez y media de la noche, sólo para continuar desarrollando actividades laborales desde su hogar.

Trabajar, ya lo sabemos, no sólo es una necesidad y una actividad culturalmente impuesta, sino que en condiciones ideales, debería ser una fuente de realización personal y espiritual derivada del hecho de dedicarnos a aquello que amamos y que con libertad, elegimos.

Lamentablemente, lo antedicho dista en la práctica de ser la realidad imperante; las sociedades de consumo en las que vivimos imponen ritmos y necesidades que empujan a la gran mayoría de las personas a trabajar mucho a fin de asegurarse lo necesario para vivir, desarrollando actividades que no son las que quisieran.

O como se ha escuchado por ahí: “para tener un buen nivel de vida , hay que ganar un buen salario. Para ganar un buen salario, no podés tener una vida”.

Es en el contexto sociocultural contemporáneo del que emerge dicha sentencia donde se instala la denominada adicción o dependencia al trabajo.

Vale aclarar que, cualquier actividad humana puede arraigar lazos de dependencia que disminuyan la libertad de una persona. Hay adicciones a sustancias específicas, como adicciones a actividades o estados emocionales susceptibles de alterar la vida de quien la padece, al estar todo el paisaje vital circunscripto a dicha sustancia, estado emocional o tarea.

Durante mucho tiempo, y al ser la dependencia al trabajo un tipo de alienación no ligada a sustancias, se le restó importancia, siendo socialmente aceptada como algo normal al responder a ideales y  valores instituidos y bien considerados. Y es que la adicción al trabajo es una adicción no tóxica que supone algunos beneficios secundarios para quien la padece:  dinero, actividad, estatus, apuntalamiento de la autoestima, etc.

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En una ocasión, le preguntaron a Freud cuales eran las condiciones de un funcionamiento psicológico óptimo, y este respondió sencillamente: “Lieben und arbeiten” (Amar y trabajar). El genio vienés reconocía allí la importancia que tanto el trabajo como la capacidad de amar y ser amados tienen en términos de ser legítimas aspiraciones del ser humano, de allí que la dependencia al trabajo haya sido una patología tan difícil de abordar, y que sólo en años recientes se le haya prestado la necesaria atención. Algo que fue posible solo al ser desligada del tan mentado mandato cultural que obliga a ganar el pan con el sudor de la frente.

Inmersos en marcos culturales que tienden a definir a la persona en base a lo que “hace” más que a lo que “es”, nos vemos impelidos a “hacer” para ser aprobados y reconocidos por el semejante.

Son archiconocidas ya las consecuencias derivadas de la dependencia adictiva al trabajo, tanto en términos personales, como sociales y familiares. No ahondaremos aquí en ello. Pero aquellos que suponen que los beneficiados en esta espiral son los ámbitos laborales en los que el dependiente se desenvuelve, deberían moderar su entusiasmo. Aparentemente, puede ser ventajoso para las empresas en las que los padecientes trabajan en un corto o mediano plazo, sin embargo, con el paso del tiempo, este desequilibrio entre la vida laboral y la psico-socio-familiar terminará desembocando en complicaciones mayores que sin duda van a afectar el rendimiento del padeciente en el trabajo, y por ende a la empresa, pudiendo acarrear consecuencias más graves.

La forma en la que se manifieste este cuadro de alienación y dependencia excesiva al trabajo, si bien exhibe características similares en todos los casos, requerirá para su adecuada comprensión ser entendida en función de la singularidad expresada por la particular estructura psíquica de aquel que lo padece. Esto es debido a que más allá de que la manifestación conductual pudiera ser similar en diversidad de casos, existen distintas razones por las que una persona puede verse empujada a trabajar en exceso. Rasgos obsesivos compulsivos, problemáticas familiares intrahogar, posiciones masoquistas frente a la demanda del otro, cada caso requerirá su lectura especialísima con el fin de orientar la ayuda y posibilitar un cambio.

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Cambio que tendrá como horizonte volver a conectar al padeciente con su deseo, el cual en su alienación existencial, fue reemplazado muchas veces por el proyecto de otro, como en el mencionado caso de Matías.

Cambio que, en aras de recuperar la conexión con el auténtico self, supondrá desmontar el falso yo que como armadura erigió el padeciente en torno a la organización y sus metas.

Quizás, para terminar, sea oportuno remitirse a Plutarco en su célebre libro Vidas Paralelas, cuando al referirse a Pericles, le adjudica una máxima que valdría tener presente en estos tiempos: “Todo a su medida, y armoniosamente” . Considerando la cultura del exceso en la que vivimos, nadie podría asegurar que no se trata de una buena hoja de vida.

Fuente http://www.derrhh.net/profiles/blogs/el-hombre-que-no-pod-a-parar-de-trabajar

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