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Las rutinas, el arma más poderosa para tener una mente muy despierta

Por Antonio Ortí

Automatizar actos cotidianos libera espacio mental para dedicarlo a asuntos más relevantes o creativos. Este es uno de los muchos beneficios de los hábitos, en especial en personas desorganizadas.

Cuando más desordenada es una persona y más desconcertante es la situación exterior, más necesarias son las rutinas para conjurar “la tiranía de los estados de ánimo”, concluyó el psicólogo William James. Irónicamente, el padre de la psicología moderna y el hermano mayor del escritor Henry James era una de esas personas que lo dejan todo para más tarde por padecer indecisión crónica y llevar una vida caótica, por lo que intentó aplicarse “hábitos de orden”. Cuando no lo conseguía, tomaba cloroformo para poder dormir. “Cuantos más detalles de nuestra vida cotidiana podamos entregar a la fluida custodia del automatismo, más libres quedarán las facultades superiores de la mente”, disertó James en una conferencia que impartió en 1892.

Genios rutinarios

Frank Kafka se ejercitaba desnudo frente a una ventana abierta antes de escribir y Beethoven se preparaba una cafetera en la que tenía que haber sesenta granos por taza

Una metamorfosis parecida afectaba a Frank Kafka. Si el escritor checo tenía por costumbre ejercitarse diez minutos al atardecer desnudo frente a una ventana abierta antes de lanzarse a escribir, Ludwig Van Beethoven preparaba rutinariamente nada más salir el sol una cafetera en la que tenía que haber sesenta granos por taza, que a menudo contaba uno a uno hasta obtener la dosis exacta. En cuanto a Benjamin Franklin seguía una rutina de 13 semanas para alcanzar la “perfección moral”. Cada semana la dedicaba a cultivar una cualidad (templanza, limpieza, moderación, etc.), ya que pensaba que si mantenía su devoción por una virtud en concreto durante siete días seguidos, esta se convertiría en hábito.

Rituales cotidianos (Turner), un libro desglosado en dos volúmenes (uno de ellos dedicado exclusivamente a las mujeres), escrito por Mason Currey, recoge las rutinas de 160 de las mentes más brillantes de todos los tiempos. Por lo que se desprende de su lectura, automatizar algunos actos cotidianos permite canalizar la energía hacia asuntos de mayor enjundia, como descubrieron en su día pintores, músicos, poetas, escritores, médicos, psicólogos y científicos. Tal vez por ello, Arquímedes gritó ¡Eureka! mientras estaba sumergido en la bañera, justo antes de salir corriendo por las calles de Siracusa, al igual que a otras personas les vienen a la cabeza buenas ideas en la ducha o en los viajes largos en coche. “Es como si tuviéramos un Google silencioso que sigue buscando ideas al ejecutar actos rutinarios, ofreciéndonos nuevas conexiones”, ejemplifica Connie Capdevila, vocal del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya.

Es como si tuviéramos un Google silencioso que sigue buscando ideas al ejecutar actos rutinarios, ofreciéndonos nuevas conexiones

Connie CapdevilaVocal del Col·legi Oficial de Psicologia de Catalunya

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En la práctica, no hay rutinas mejores que otras, sino que cada cual ha de dar con las suyas. A Haruki Murakami, el escritor japonés, lo que le va bien es despertarse a las cuatro de la madrugada, trabajar entre cinco y seis horas seguidas, correr o nadar por las tardes (o las dos cosas), hacer algún recado, escuchar música y acostarse a las 9 de la noche. Por su parte, Tony Schwartz, autor de The art of the Deal, el libro (1) que dio lugar en 1987 al mito de Donald Trump, reconoce usar un temporizador para trabajar en sprints de 90 minutos, que intercala con descansos significativos. Gracias a rutinas similares, dice, es capaz de separar el trabajo de las tonterías.

Etimológicamente, la palabra rutina procede del vocablo francés route y este del latín rupta o camino abierto en el bosque, ya que cuando se abre un camino y es recorrido muchas veces se convierte en una ruta, en un camino trillado, en una rutina.

Por estar inmersos en una encrucijada que dificulta saber qué dirección tomar, sustituir las antiguas rutinas por otras nuevas ha pasado a formar parte de la hoja de ruta de los psicólogos. Según Rosa Ramos, decana del Colegio Oficial de Psicología de Navarra, cuando hay discrepancias entre las expectativas y la realidad, se disparan en el cerebro toda clase de señales de angustia, a través de la amígdala. No importa si se trata de un ritual festivo como ir a cenar los viernes con los amigos o de un hábito más mundano: si no es posible hacerlo como se hacía normalmente, estamos diseñados biológicamente para molestarnos y estresarnos. Alterar una rutina, presupone hacer nuevas predicciones sobre el mundo que nos rodea, reunir información, considerar todas las opciones posibles y tomar decisiones. Y eso tiene un coste metabólico importante.

Poner límites al teletrabajo

El filósofo Byung-Chul Han, una de las mentes más preclaras en la crítica de la sociedad actual, advierte que trabajar en solitario cansa más que hacerlo acompañado. Con un agravante: el teletrabajo tiende a eliminar los horarios regulares, los almuerzos compartidos y las actividades presenciales con otras personas. En La desaparición de los rituales. Una topología del presente (Herder), el filósofo coreano señala que estamos perdiendo algunas estructuras temporales fijas que daban estabilidad y sentido a la vida. “El virus acelera la desaparición de los rituales”, indica. Su aviso para navegantes es que el coronavirus exacerba un mal ya existente: “La permanente escenificación del ego”. El coronavirus, dice Han, ha eliminado rituales como ir al fútbol, asistir a un concierto o comer en un restaurante. Además, el teletrabajo está acortando la duración de las comidas principales y los minutos de descanso para facilitar a los empleados ponerse a trabajar un poco antes y así aumentar su productividad. El consejo de Han es salvaguardar, tan pronto como se pueda, los rituales sociales, las costumbres compartidas y las rutinas para no caer en las auto-exigencias de optimización que impone la egocéntrica y narcisista sociedad digital.

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“Las rutinas nos aportan coherencia y dan sentido a nuestra vida”, recuerda Ramos. “Más del 40% de lo que hacemos es habitual”, informa. “Crear rutinas, no solamente favorece la salud mental, sino que también puede contribuir a mejorar el sueño y a revertir hábitos poco saludables”, interviene Capdevila. Por otra parte, “estructurar el día, reduce el nivel de estrés”, apunta.

Capdevila y Ramos consideran que las rutinas proporcionan, por decirlo de alguna forma, “más espacio mental”, ya que liberan la corteza prefrontal, donde se ubican funciones ejecutivas como planificar, organizar, pensar en abstracto, etc., explican. En cambio, cuando no tenemos rutinas, el cerebro se sobrecalienta y hay menos ancho de banda disponible para reconocer sutilezas y desarrollar ideas creativas. Por si fuera poco, las rutinas no solamente ordenan la vida, sino que, además, producen placer al completarlas, seguramente por infundir confianza.

Ángel y demonio

El cerebro no diferencia entre buenas y malas rutinas, es lo mismo repantigarse en el sillón de casa al acabar de trabajar que salir a correr o ir al gimnasio

Pese a que cada persona desarrolla rutinas personales e intransferibles, Capdevila se atreve a sugerir una combinación ideal, inspirándose en el psiquiatra estadounidense, Daniel J. Siegel. La rutina fantástica podría consistir, dice, en tener un automatismo para conectar con uno mismo y reflexionar internamente, así como otra rutina para conectar con los demás. A su vez, es recomendable instaurar otro automatismo para conectar con el cuerpo y reservar algunos momentos del día a caminar, correr, hacer estiramientos en momentos puntuales para darse una pausa del trabajo, etc. También debería haber una rutina para relajarse y no hacer nada sin sentirse culpable. Finalmente, instaurar una rutina para el sueño ayuda a consolidar los aprendizajes.

Las rutinas son especialmente importantes en niños, “ya que les hacen ser más autónomos y les permiten auto-regularse mejor en sus comportamientos”, argumenta Capvedila. Cualquiera con hijos sabe que alterar sus pautas de comida o sueño puede llevarlos al descontrol. Lo mismo cabe decir, apunta, de las personas de edad avanzada, a quienes los automatismos les devuelven seguridad. Ahora bien, las rutinas, añade, pueden convertirse en un pozo sin fondo, como prueba lo mal que lo pasan ciertas personas tras retirarse de trabajos muy rutinarios. Aunque jubilarse viene de júbilo, es habitual “entrar en una fase de duelo, en caso de no crearse rutinas alternativas”, recuerda esta psicoterapeuta.

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El problema es que el cerebro no diferencia entre buenas y malas rutinas, por lo que una vez surge el hábito de repantigarse en el sillón de casa al acabar de trabajar, en vez de salir a correr o de practicar algún tipo de actividad física, por ejemplo, ese patrón permanece aferrado en la conducta. Por esta razón, cambiar de hábitos es tan complicado. Curiosamente, algunos estudios señalan que quienes han sufrido un infarto de miocardio (o padecido alguna enfermedad grave) cambian de estilo de vida y llegan a vivir más tiempo, incluso, que quienes no padecen un trastorno de este tipo. Es decir, ver las orejas al lobo puede acabar facilitando adquirir rutinas que ayuden a lidiar con el caos exterior, al ofrecer un andamiaje interno desde el cual empezar a construir lo que nos aguarda a la vuelta de la esquina.

La importancia de tener hábitos regulares

“La clave no reside tanto en la rutina en sí, como en la regularidad”, recalca la psicóloga Rosa Ramos para insinuar que aunque es imposible vaticinar qué sucederá mañana, es posible auspiciar rutinas diarias que den a la vida un ritmo más predecible. A partir de ahí, se trata de instaurar rutinas a prueba de pandemia como telefonear cada tarde a un amigo que viva en otra ciudad, cuidar de la tomatera del balcón o dar una passeggiata en compañía de la pareja cada domingo después de desayunar. “Se trata de administrarse uno mismo situaciones gratificantes y pequeños refuerzos que nos hagan sentir bien”, explica Ramos. A modo de curiosidad, algunos estudios refuerzan la idea de que el mejor día para establecer una nueva rutina es el lunes. Al respecto, un estudio desarrollado por la Universidad John Hopkins vincula a este día con los hábitos saludables.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/magazine/buena-vida/20210504/7425230/rutina-arma-poderosa-mente-despierta.html?fbclid=IwAR2h7NVm-0na6_1IUBq5ErJdZAtbNwDVoAUtg4KyBkJDC9rOpQjXGfiktNg

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