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Sesgo de negatividad, ¿por qué nos enfocamos en lo peor?

Por Jennifer Delgado Suárez

Todos tenemos un sesgo de negatividad y sucumbimos a menudo a su influjo. Es como si nuestro cerebro tuviese un imán para fijar las experiencias negativas mientras se olvida fácilmente de las experiencias positivas. Por ejemplo, es probable que recuerdes dónde estabas y qué hacías exactamente cuando se produjo el ataque del 11 de septiembre de 2001, pero no recuerdes qué hacías al mes siguiente. Ese sesgo negativo nos ayuda a mantenernos a salvo, pero también puede hundirnos en el pesimismo. Por eso es importante aprender a reconocerlo y saber cómo gestionarlo.

¿Qué es el sesgo de negatividad?

El sesgo de negatividad se refiere a nuestra propensión a prestar atención, aprender y utilizar información más negativa que positiva. Es una especie de asimetría en nuestra manera de procesar los sucesos y comprender el mundo, la cual hace que los estímulos negativos provoquen respuestas más rápidas y prominentes que los positivos.

El sesgo de negatividad puede explicar por qué recordamos más los insultos que los cumplidos y les damos más vueltas en nuestra mente. También explica por qué reaccionamos de manera más intensa a los sucesos adversos o por qué prestamos más atención a las noticias negativas que a las positivas. Este sesgo incluso explica por qué, aunque experimentemos varios sucesos positivos a lo largo del día, por la noche tendremos la tendencia a centrarnos en lo único malo que nos ocurrió. 

Esa tendencia a la negatividad está comprobada científicamente. Un estudio realizado en la Universidad de Michigan reveló que las noticias negativas suelen dominar los medios de comunicación porque generan más reacciones psicofisiológicas en los lectores, quienes suelen estar más atentos a las noticias negativas que a las positivas.

Tenemos un cerebro híper reactivo ante lo negativo

Un experimento realizado por el psicólogo John Cacioppo comprobó la tendencia de nuestro cerebro a reaccionar de manera más intensa a los estímulos que considera negativos. En su estudio, mostró a un grupo de personas una serie de imágenes que despertaban sentimientos positivos, negativos o neutrales. Mientras tanto, registraba la actividad eléctrica en la corteza cerebral, la cual refleja la magnitud del procesamiento de la información.

Apreció que los estímulos que generan emociones negativas como el miedo o la ira producían un aumento de la actividad eléctrica en el cerebro. En práctica, nuestro cerebro evalúa de forma rutinaria los riesgos que pueden representar las personas y las situaciones por motivos de seguridad. Los eventos negativos captan más nuestra atención que los positivos y generan una mayor activación a nivel cerebral. 

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Es probable que nuestra capacidad para prestar más atención a las malas noticias sea una adaptación evolutiva para mantenernos fuera de peligro ya que debemos ser capaces de distinguir las señales de amenaza rápidamente para esquivarlas.

El problema comienza cuando ese sesgo de negatividad se extiende a todas las esferas de la vida, alimentando una visión pesimista o haciéndonos creer que el mundo es un sitio peligroso y hostil en el que no podemos bajar la guardia ni un momento. Entonces no es difícil caer en la ansiedad.

De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Lübeck comprobó que “la formación de creencias relacionadas con uno mismo está sorprendentemente sesgada negativamente en situaciones que podrían ser oportunidades para mejorar”. Eso significa que nuestra tendencia a la negatividad también nos arrebata oportunidades de crecimiento y aprendizaje.

Proporción mágica: ¿Cuánta positividad necesitamos para compensar el sesgo de negatividad?

Podemos compensar el sesgo de negatividad centrándonos en las cosas positivas para lograr una perspectiva más equilibrada. Sin embargo, debido al peso desproporcionado que nuestro cerebro confiere a los eventos negativos, ese equilibrio no significa un ratio 50-50. 

John Gottman y Robert Levenson intentaron descubrir cuál es la “proporción mágica”. Para ello, analizaron a cientos de parejas. Registraron cuidadosamente la cantidad de tiempo que las parejas pasaban peleando o interactuando positivamente. Descubrieron que las parejas más equilibradas y satisfechas con su relación son aquellas que saben dosificar la cantidad de positividad y negatividad.

La proporción mágica es de cinco a uno. Es decir, en una relación deben producirse cinco veces más sentimientos e interacciones positivas para contrarrestar un evento negativo. Esa proporción se aplica a otras esferas de nuestra vida. Ello explica por qué las grandes experiencias positivas ocasionales, como una fiesta de cumpleaños o un viaje, son agradables, pero no tienen el impacto necesario en nuestro cerebro para anular el sesgo negativo de muchos pequeños eventos negativos. Necesitamos asegurarnos de vivir pequeñas experiencias positivas frecuentes para inclinar la balanza hacia la felicidad.

Además de saborear los momentos positivos, para maximizar su impacto en nuestro cerebro también es importante aprender a detener el diálogo interno negativo. Necesitamos empezar a prestar más atención al tipo de pensamientos que pasan por nuestra mente. 

Después de un suceso, aunque sea positivo, es posible que nos enfoquemos en los pequeños detalles que salieron mal o no fueron perfectos. Cuando esos pensamientos se pongan en marcha, debemos aplicar técnicas de defusión cognitiva para impedir que nos dañen.

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También es conveniente que aprendamos a reevaluar la situación. Si nos damos cuenta de que estamos interpretando algo de manera negativa o solo nos enfocamos en los aspectos negativos, debemos reenfocar nuestra mente para buscar lo positivo. Por supuesto, no se trata de ignorar los peligros potenciales o usar unas gafas de color rosa, simplemente se trata de desarrollar una visión más equilibrada para compensar el sesgo de negatividad que todos tenemos.

Fuente: https://rinconpsicologia.com/sesgo-de-negatividad-que-es-ejemplos/

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