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Cuando no hay cultura del compromiso con la empresa

por Julen Iturbe Ormaetxe

Las empresas son instituciones. Peter Drucker dijo en su día aquello de que son instituciones sociales que encarnan y fortalecen los valores y las creencias de la sociedad a la que sirven. Demasiado simple, ¿no? Las cosas ahora se han vuelto confusas. En parte, porque «la empresa» no existe. Son muchos diferentes tipos de empresa. Probablemente poco tengan que ver una organización que apuesta por las diferentes fórmulas que ofrece la economía social y solidaria con otra que vive del capitalismo financiero global y en la que lo que manda es hacer caja para los inversionistas. «La empresa» se concibe, así, como un constructo en el que caben organizaciones de lo más diverso.

No obstante, cualquier empresa conforma un sistema sociotécnico abierto. Sistema por aquello de que se compone de partes interrelacionadas que, en principio, buscan un objetivo común. Sociotécnico porque implica elementos técnicos (incluimos aquí las «tecnologías») que funcionan a partir del uso que las personas hacen de ellos en procesos de influencia mutua. Abierto en tanto que, por su propia definición, interactúa con su entorno: son necesarios clientes, proveedores y otros grupos de interés para que el asunto funcione.

En algunas de mis clases empleo un ejercicio del que ya he hablado aquí en alguna que otra ocasión: Las personas ya no son «de» las organizaciones. Se trata de conectar, mediante preposiciones, personas y organizaciones y luego, a la inversa, organizaciones y personas. Y ahí surgen los monstruos. Vamos con un par de cargas de profundidad a modo de ejemplo:

Organizaciones sin personas

¿Lo llegaremos a ver? ¿Llegaremos a ver empresas en las que son los robots quienes se encargan del trabajo, ese que antes era cosa de humanos? Quizá la evolución nos conduce hacia una sociedad de ocio, una sociedad en la que los humanos han decidido que se merecen una renta básica universal y que los robots trabajen y paguen impuestos. Es el abandono de la ética protestante: el trabajo duro, la disciplina, la frugalidad y el ahorro ya no deben ser medios para alcanzar la salvación y el éxito en la vida. No, eso se acabó.

Organizaciones sobre personas

En un mundo en el que las empresas asumieron el crecimiento como axioma, los inversionistas tienen, lógicamente, puestas sus esperanzas en ganar más y más dinero. «Más y más» se vuelve enfermizo. Mercadona dice que ha conseguido un beneficio neto de 1.009 millones de euros, un 40,5% más que el pasado año, y una facturación bruta en 2023 de un 14,45% más, hasta alcanzar los 35.527 millones. Fantástico. Eso es lo que importa. Porque eso es generar riqueza. Lástima que se distribuya de manera tan desigual. Primero es lo primero. O hay beneficios económicos o no hay juego. Las organizaciones, en ese sentido, están sobre las personas.

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Así pues, si las empresas no se ruborizan por buscar plantillas capaces de multiplicarse por cero o por anteponer el beneficio económico a la consideración social de la persona, ¿por qué seguimos buscando la «cultura del compromiso»? ¿Compromiso con qué? ¿Con la «entidad»?, ¿con la «institución»?, con un ¿»CIF»? En otro plano: ¿con unos valores (hoy tengo unos, pero, al más puro estilo Groucho Marx, no hay problema en cambiarlos si hace falta) que compartimos?, ¿con una visión, misión, propósito o no sé qué otros fuegos artificiales de consultoría?, ¿con las compañeras y compañeros de trabajo? Y, no obstante hay quien sigue creyendo:  Frederic Laloux insiste en que puede haber «plenitud» en el trabajo.

Leí en algún sitio que si quieres lealtad, mejor te haces con un perro de compañía. Las personas, en tanto que trabajadoras en una empresa, deben tener cuidado. La lealtad se vuelve asimétrica demasiadas veces. La organización que logra sus objetivos económicos se olvidará de ti cuando los números no salgan. Anda que no hay ejemplos.

La cultura del compromiso no va con los tiempos presentes. Las instituciones se vuelven entidades en las que confiar… solo lo justo y necesario, durante un cierto tiempo, y siempre con la amenaza presente: si las cosas vienen mal dadas, pasaras a la lista de recursos prescindibles. La cultura del compromiso ha virado. De existir, mira hacia otros ámbitos. Podemos y debemos comprometernos. Hay tantas causas que lo justifican. ¿Las empresas? Vamos a andarnos con cuidado. 

Dicho lo anterior, ¿debemos trabajar esta cultura en las organizaciones? Por supuesto que sí. Desde una postura crítica, en busca de una simetría apoyada en hechos reales y aceptando que lo lógico es que el compromiso se manifieste a lo largo de un continuo en el que hay que respetar que no todo el mundo se coloque en el mismo lugar. Por ejemplo, cada vez que trabajo con profesionales del sector de las industrias creativas y culturales me doy cuenta del gran poder de la vocación. Ahí hay mucho trabajo vocacional: lo hago porque me gusta. Claro que este tipo de trabajo, aunque a veces queda subsumido en entidades que podríamos llamar «empresas», es muy especial y escapa a la lógica cotidiana. Porque, en el fondo, es un compromiso con lo que cada cual es. Solo que para llevarlo a la práctica a veces hace falta la «institución empresa», un medio para un fin.

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En fin, tengo la sensación de que la cultura del compromiso con la empresa es una conversación de museo, con alguna que otra vitrina en la que poder observarla. ¿Ves? Así era antes. Entonces, ¿cómo son las empresas sin cultura del compromiso?

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