Por Jennifer Delgado.
Es probable que conozcas a alguna de esas personas que siempre se están quejando, esas que se quejan cuando llueve y cuando sale el sol también, cuando hace frío y también cuando hace calor, cuando están solas y cuando están acompañadas. A esas a las que nada les contenta y que encuentran los motivos más estrambóticos por los cuales quejarse, motivos que harían palidecer de envidia la fértil imaginación de Kafka.
En mi familia, donde nadie se queja sino que aguanta con estoicismo hasta la última estocada de la mala suerte, quejarse es sinónimo de miopía severa con los problemas del prójimo, ingratitud para con la vida y ganas de perder el tiempo inútilmente.
Pero como estas cosas normalmente no se las podemos decir a rajatabla a esas personas que tienen la manía de quejarse por todo, no nos queda más remedio que salir corriendo apenas las distinguimos o aguantar el rosario de quejas asintiendo levemente con la cabeza y esperando que termine pronto.
De hecho, existen mil y un motivos por los que quejarse no conduce a nada, es un hábito tan inútil como una danza india para llamar la lluvia. Entonces, ¿por qué estas personas tienen la manía de quejarse por todo?
Las personas pueden quejarse cuánto quieran pero lo cierto es que llorar sobre la leche derramada no les servirá de mucho. Quejarse implica asumir el papel de víctima, implica despojarse del control y ponerlo en una entidad externa, implica quedarse inmóvil al borde del camino, lamentándose por lo ocurrido mientras las personas a su alrededor, que quizás han vivido la misma situación, se recomponen y continúan adelante.
Lamentarse por los errores del pasado, por las oportunidades que no se aprovecharon o por los problemas del presente solo consume energías inútilmente. La queja implica una focalización en los aspectos negativos mientras que lo que necesitamos para avanzar es precisamente lo contrario: centrarnos en los aspectos positivos. La persona que se queja continuamente lleva unas gafas grises y con ellas percibe el mundo (algunas incluso han olvidado que existen los colores).
Todos los sucesos entrañan aristas positivas y negativas, centrarse en las limitaciones, los daños, la incomodidad y los fracasos solo generará frustración, tristeza e ira. De hecho, las personas que se quejan por todo casi siempre están enfadadas y sienten una profunda inquietud porque están a la espera permanente de que el mundo las sorprenda con otra “desgracia”.
Como estas personas no son capaces de apreciar el aspecto positivo de los hechos, se quedan regodeándose en la pena. No son capaces de sacarle provecho a las situaciones y aunque la fortuna tocase a su puerta, no podrían verla y aprovechar la oportunidad que les brinda. Por tanto, al final, la queja continua se convierte en una profecía que se autocumple.
Todos tenemos nuestros propios problemas pero normalmente no andamos por el mundo pregonándolos para ver cuál es mayor, como si se tratase de un concurso de víctimas. Un día, nos da placer consolar a un amigo y escuchar sus penas. Al otro día, también. Pero al tercer día comienza a ser desgastante. Por eso, preferimos evitar a las personas que se quejan por todo y se comportan como verdaderos vampiros emocionales. Como resultado, estas personas se quedan solas, debido a un macabro mecanismo que ellas mismas pusieron en marcha. Y si los demás les dejan solo, pues ya tendrá un nuevo motivo para quejarse.
Normalmente la persona que se queja por todo no es consciente de ello (la carga de la conciencia la soportan los que están cerca y ni siquiera se lo pueden hacer notar porque de esta forma solo le estarían dando un motivo más para lamentarse: la profunda e insondable incomprensión de los demás).
En un primer momento, la queja puede haber surgido de un motivo razonable, como por ejemplo: una pérdida o una experiencia muy negativa. En aquel momento, la persona se quejó y encontró el apoyo de quienes la rodeaban. Demostró que era una víctima (sufriente y doliente) y probablemente le perdonaron sus errores.
Así, descubrió que lamentarse era un mecanismo válido para manipular a los demás. También descubrió que los sentimientos de culpa que sentía se esfumaban como por arte de magia, entró en el mundo de la autocomplacencia. En este punto la queja se convirtió en una puesta en escena, en un hábito para enfrentar los conflictos y para atraer la atención de los demás.
De esta manera, poco a poco, lo que comenzó siendo una queja por un motivo válido se convirtió en un lamento cada vez más trivial, por el calor, el frío o el sonido de una mosca al volar. Sin embargo, lo más curioso es que las personas menos favorecidas o quienes han atravesado experiencias realmente desgarradoras, no se quejan porque esta actitud no tiene nada que ver con las calamidades sino con la forma de enfrentarlas.
Por tanto, la próxima vez que pienses en quejarte, pregúntate:
Y si aún así decides quejarte, rezo por no estar cerca.
Fuente: https://manuelgross.blogspot.com/2016/08/tres-causas-y-5-efectos-de-las-quejas-y.html