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Quítate los parches

Por Merce Roura

Vamos por la vida buscando parches para poder tapar todos esos orificios por donde se nos escapan las ganas. Por los que nos sale la esencia de lo que realmente somos y que es imposible disimular… Tapamos esos resquicios por los que se nos esfuma nuestra verdad avergonzados para que los demás no vean lo vulnerables que somos y lo frágiles que nos sentimos… Creemos que los parches nos salvan la vida, pero en realidad, nos la comprimen.

Los usamos de todo tipo. Relaciones tóxicas y obsesivas, adicciones varias, trabajos con horarios indecentes que no nos hacen sentir realizados y todo tipo de compulsiones que nos hacen creer por un rato que somos eso que el mundo espera que seamos, al menos hasta el próximo descalabro emocional. Nos sirven por un tiempo para tapar lo que nos asusta ver, lo que se nos escapa de dentro, para disimular el miedo que nos da la vida y lo culpables que nos sentimos por nuestra supuesta insuficiencia. Nos da tanto miedo mirarnos de verdad que pagamos el altísimo precio que supone renegar de nosotros por no tener que reconocernos la sombra.

Luego, lo que pasa es que son parches flojos, de usar y tirar. A veces, nos agarramos a ellos como si fueran soluciones reales porque pensamos que más allá no hay nada. Que no merecemos nada mejor que seguir en ese bucle en el que todo se repite en nuestra vida cambiando a veces de escenario y otras de compañeros de viaje, pero que siempre es lo mismo. Estiramos el parche al máximo, le ponemos parches al parche hasta que un día nos despertamos y se cae. Y la cruda realidad nos golpea en la cara com la mano abierta y nos sentimos tan diminutos que todos los parches que hemos encontrado, por tristes y sórdidos que sean, parecen mejor que ser nosotros mismos. Hasta que no quedan parches, ni máscaras suficientes, ni excusas suficientes para seguir escondiéndonos y no vernos, no reconocer que estamos hartos de estar hartos y queremos salir de nosotros mismos.

Lo hacemos porque nos asusta ser como realmente somos y que los demás nos contemplen de verdad y no a la versión edulcorada y triste que nos hemos inventado. Porque rechazamos nuestra esencia antes de ser rechazados. Porque nos hemos acostumbrado a contenernos y esforzarnos para no decepcionar a otros y ser aceptados por personas que tampoco se aceptan. Porque necesitamos tanto pertenecer al algo somos capaces de traicionarnos para encajar donde sea y pasar la vida en un reducto incómodo o con un traje que nos aprieta y va pequeño con tal de que nos respeten y nos valoren. Y al final, eso ni siquiera pasa. Nadie valora ni respeta a una persona que no se valora ni respeta.

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Nos parcheamos la vida pero la vida nunca es deshonesta, siempre encuentra el camino que no habías controlado o previsto y se desborda. No controlamos nada, nada. La vida se sale y revienta los parches que hemos puesto para contener el aire y la esencia y evitar deshincharnos, los lanza al fondo del abismo y, lo que es más duro, te deja claro que hará lo mismo con todos los parches que en el futuro vas a usar mientras no vayas a buscar el origen, la causa y el sentido de ese escape constante de ti mismo, de ese vacío que quieres evitar reconocer.

Tal vez porque la solución no pasa por contener lo que llevamos dentro y atrevernos a dejar salir lo que hay. Permitirnos sentir y notar cómo el aire sale y, al quedarnos desinflados y pequeños, descubrir que nada es lo que parece. Que esto no va de mantener el tipo y fingir sino de dejarse llevar. Que no podemos contenernos ni controlar nada, nada. Que la vida se ríe de nuestros planes y nos invita a caminos diferentes que no sabes a dónde llevan y tienes que aceptar.

Tal vez porque el origen de todo se encuentra al dejar de huir de ese silencio rotundo que llega cuando paras y te das cuenta de que llevas mil años buscando algo que no existe y que ya estaba dentro de ti y te escuchas. Entonces es cuando te oyes decir basta. Y por fin algo encaja, tú encajas.

Y te das cuenta de que no quieres usar ningún parche nunca más. Que prefieres vivir a pelo, sin paliativos, sin subterfugios, porque ya no puedes volver a enredarte en esa tela pegajosa del miedo y la culpa por no ser ni parecer. Que ya no necesitas todas esas estrategias absurdas y agotadoras que usabas para que el mundo te perdonara la vida y dejara en paz mientras intentabas sobrevivir. Que prefieres mil veces antes una verdad cruda a un placebo de sabor agradable que luego resulta ser una decepción bárbara. Que ya no puedes esconderte más buscando excusas para no vivir lo pendiente y afrontar tus miedos y prefieres salir a buscarlos desnudo, sin armadura, sin defensa, sin red… Y mirar a la vida a la cara y saber que no sabes nada, pero que estás en ti.

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Sin parches. Sin placebos. Sin medias tintas. Sin sueños descafeinados con que calmar estados de ansiedad permanentes que no nos atrevemos a reconocer. Sin besos por compromiso y rutina, sin abrazos fingidos, sin declaraciones de amor de pacotilla que nos hagan sentir cinco minutos de placer y cinco meses de dolor inmenso cuando descubres que era de arena fina ante la marea. Solo amor de verdad, sin estar sujeto a dependencias ni chantajes, sin retorcer palabras ni argumentos, sin esperar nada más que amor y dar amor.

Sin pastillas para remediar los efectos secundarios de las pastillas que remedian los efectos secundarios de no vivir la vida como realmente nos da la gana, porque estamos más pendientes de vivir otras vidas más ejemplares.

Vamos por la vida buscando parches para tapar todos esos orificios por donde creemos que se nos escapan las oportunidades cuando, en realidad, las oportunidades llegan cuando sueltas el miedo a que eso pase. Cuando dejas de esperar algo perfecto y abrazas lo que es como si lo hubieras elegido y aceptas romperte porque intuyes que no pasa nada.

Vale la pena arriesgarse a sentir y soltar porque mientras no sueltas no eres y tampoco llegas a nada. Dejas ir y te agarras a ti y descubres en ese momento que amar tu fragilidad te da fortaleza y aceptar tu inconsistencia te hace tremendamente sólido.

Es mejor reconocer que ya no puedes más y dejar que pase lo inevitable. Que lo que tiene que ser sea. Dejar de contener la presa y permitir que la vida te guíe hacia donde es el camino porque está claro que a veces tú no lo encuentras. Yo tampoco, no creas. Lo que pasa es que me ha dado cuenta un minuto antes y estoy tan sorprendida de que dejando que la vida pase todo se equilibra que deseo compartirlo.

Soltar los parches es también quitarse los candados, arrancarse las etiquetas, romper con los límites, salirse de los caminos marcados, enviar a tomar viento a los «deberías» y los «casi casi».

Es no conformarse con la «versión oficial» y mirar el mundo de otro modo.

Y sí, cuando te quitas el primer parche el miedo es atroz, pero el alivio es delicioso.

Ser uno mismo sin tener que ser distinto, ni mejor, siempre es delicioso.

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Fuente: https://mercerou.wordpress.com/2022/05/23/quitate-los-parches/

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