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En otra oportunidad, participé en una organización sin fines de lucro que tenía un “líder” muy especial. Toda decisión agradable y generosa la tomaba solo, pero aquellas decisiones negativas y controversiales las traía a comisión anunciándolo a los interesados. Luego dejaba bien marcada cuál era su posición para que los participantes la apoyaran. Esta manipulación lograba que se saliera con la suya elegantemente. Por último comunicaba a los esperanzados la mala noticia, que la comisión había reprobado su pedido. De esta forma cuidaba su imagen, haciendo aparecer a la comisión como un conjunto de villanos insensibles. Este juego maquiavélico le daba resultados y aún sigue al frente de la organización. Casi escapo por la ventana en el apuro por salirme de semejante grupo.
Quiero enumerar algunos rasgos de carácter, enemigos de la excelencia, que permiten observar el perfil de liderazgo y prever qué puede suceder cuando estas tendencias no se corrigen antes de una crisis. Estos rasgos son más sutiles que los que habitualmente se analizan y con frecuencia son tolerados como pequeñas concesiones propias del que asume “la soledad del poder”. S está solo es porque no le interesa formar un equipo.
Aquel que asume la soledad del poder es porque nunca fue un líder.
1. El egoísta. Las personas egoístas son incapaces de conformar un equipo. Solo pueden conseguir conjuntos de obsecuentes que se mantienen en su posición alimentando su ego. En su afán por quedar bien con “el líder”, corroboran toda decisión intimidados por su personalidad egoísta. De esta forma constituye un grupo de “corroboradotes” en vez de un equipo de colaboradores. En las crisis los egoístas quedan absolutamente solos porque nadie le quitará el privilegio de devorar todo su fracaso.
2. El desconfiado. Si el líder desconfía de su gente, su grupo engendrará desconfianza y sospecharan el uno del otro. Esto trae como consecuencia, que no compartan sus ideas por el temor de revelar información comprometedora. En las crisis todos se sienten traicionados y se culpan mutuamente sin encarar una solución integradora. El principio de la desintegración es la desconfianza.
3. El soberbio. La falta de humildad en el liderazgo estanca la creatividad de un grupo. Nadie quiere aportar sus ideas cuando el “líder” es incapaz de recibirlas con interés. El soberbio cree que todo lo hace perfecto y desprecia los aportes de quienes están debajo de su nivel de autoridad. Esto trae aparejado una enorme falta de entusiasmo. En las crisis se descubre que muchos habían advertido de antemano lo que estaba por ocurrir y para evitar el mal momento de comentárselo al soberbio, dejaron que éste lo descubriera demasiado tarde.
4. El omnipotente. Al que pretende que nunca necesita ayuda, nadie lo ayudará para no ofenderlo. El grupo proyectará que nunca ocurre nada que el “líder” omnipotente no pueda solucionar por sí mismo. La gente tendrá la tendencia de acercarle una mayor cantidad de problemas que los que debe atender y cuando sobrevenga una crisis estará sobrecargado de tareas, con riesgos de ser aplastado.
5. El Sabelotodo. El sabelotodo tiene la tendencia a opinar de todas las cosas. A veces sufre de incontinencia verbal. Cuando es descubierto en un exceso, hablando con suficiencia de lo que ignora, pierde la credibilidad de su grupo y adquiere la categoría de charlatán. Es alarmante la cantidad de “líderes” capaces y bien intencionados, que caen en la trampa del descrédito, por no seleccionar adecuadamente los temas donde vierten sus comentarios y opiniones. Un charlatán es la última persona a la que se acude en una crisis. De todas maneras, el sabelotodo ya lo sabe.
6. El que compite contra su equipo. El “líder” que compite contra su equipo, lo hace en una desigualdad de fuerzas que implica deslealtad. La gente suele dejar ganar a su “líder” para que se sienta bien y no los moleste pidiendo permanentes revanchas. El problema es que mientras el líder se entretiene y conforma ganándole a su equipo, sus verdaderos competidores le pasan por encima. En las crisis el equipo no sabe si debe alentar al líder o al problema.
7. El humillante. Un grupo de personas resentidas tendrá una tendencia a quebrarse antes de enfrentar el desafío de una crisis. La humildad es una virtud que cada uno debe desarrollar por su propia decisión. El “líder” que cree que está a la cabeza para humillar a su grupo faltándoles el respeto, cosechará más resentimientos que humildad. Un líder sabio desarrollará la humildad de su equipo por imitación y no por humillación reiterada.
Autor Daniel Tigani
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Últimamente me he visto en la dificultad de la organización de grupos. Estoy en la universidad y es difícil que no surjan discrepancias y tensiones. Tengo la sensación que parte de este conflicto surge de uno de los individuos con los que colaboramos, que me atrevería a categorizar como un mediocre en toda regla.
Como bien describe el artículo, tiende a la descalificación, pero además obstaculiza constantemente el trabajo, en un continuo suceder de rabietas y caprichos… sin la menor propuesta alternativa. Subestima constantemente el trabajo ajeno, tiene dificultades para aceptar los logros de los compañeros… todos somos conscientes, en menor o mayor medida, de que carece en verdad de la habilidad para aportar dinamismo con ideas interesantes, pero su agresividad, su conflictividad y su capacidad para afectar a los demás con su estado anímico, son muy destructivas. Es agotador.