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Considera por un momento la posibilidad de que las reuniones sean rituales.
Al decir rituales no me refiero a los ritos religiosos, aunque estos también son rituales. Tampoco me refiero a las rutinas personales, tales como cepillarse los dientes, en especial las que se realizan inconscientemente, que se han convertido en hábitos. Para los propósitos de esta reflexión, se define ritual como una práctica cultural repetible, un acto específico realizado en una ocasión determinada. Los rituales son comportamientos culturalmente codificados que nos dan un sentido enaltecido de identidad y significado. Los rituales nos ayudan a definirnos como comunidad; nos recuerdan quienes somos, cómo comportarnos y qué tiene valor primordial.
La especie humana se ha inventado a sí misma a través del ritual. Las culturas humanas son producto de rituales – y el ritual es nuestro producto cultural fundamental. Debido a que los rituales moldean y reflejan la evolución cultural, son una fuente rica de información acerca del orden social y una herramienta poderosa para su transformación. Estoy sugiriendo que las reuniones son uno de los rituales dominantes de nuestros tiempos y por lo tanto, si son utilizadas adecuadamente, pueden servir como un instrumento efectivo para el cambio social y cultural.
¿Qué tal si viéramos a las reuniones – entendidas como reuniones para hablar sobre cuestiones de importancia compartida y para tomar decisiones colectivas – como una necesidad humana básica, como el alimento, el sueño o el sexo? ¿Qué tal si las reuniones no fuesen tratadas como una aburrida obligación sino como algo fundamental para la sobrevivencia? ¿Qué tal si las reuniones nos conectaran con nuestras profundidades psíquicas, con nuestra comunidad local y con el gran misterio? ¿Qué tal si las reuniones nos recordaran lo que es sagrado, lo que debe ser apreciado y protegido? ¿Cómo podrían ser diferentes las reuniones si las viéramos como una oportunidad para educarnos, guiarnos, nutrirnos y curarnos a nosotros mismos? ¿Qué tal si entráramos a las reuniones con pasión, reverencia, y una sensación de que nuestra participación es de vital importancia?
El Eslabón entre el Mito y el Ritual
Los mitos son las “grandes historias” que contamos acerca de nuestro papel en el viaje evolutivo del universo. Son las narrativas que, al unirse al ritual, crean una red de significado de la cual surge nuestra identidad individual y colectiva. Somos las historias que contamos y los rituales que realizamos. Así que, ¿cómo podemos aprovechar el poder dual del mito y del ritual para hacer que nuestras reuniones sean más tolerables?
El Temor y Aversión al Ritual – y a las Reuniones
A medida que las culturas locales de todo el planeta han sido marginadas e incluso erradicadas por los intereses de las corporaciones multinacionales y los gobiernos que las sirven, muchos rituales han perdido su conexión con lo sagrado. Muchos de nosotros ya no celebramos la luna llena, el solsticio, la cosecha o el regreso de las aves migratorias. En cambio, acudimos en manadas a los centros comerciales, llenamos al tope los estadios deportivos y acudimos a reuniones horribles, aburridas, embarazosas, opresivas, enajenantes y exasperantes.
Los rituales practicados en la mayoría de las reuniones producen un determinado tipo de sufrimiento. Quienes toman decisiones, que saben de antemano lo que planean hacer, necesitan fingir que escuchan las opiniones de los otros. Los participantes son obligados a sentarse en reuniones en las que es obvio que sus ideas, si acaso son expresadas, no tendrán ningún impacto real en la decisión final. La gente habla mucho o nada en absoluto. Las agendas están demasiado llenas, pobremente organizadas o son inexistentes. Las discusiones ondulan de un lado a otro, las prioridades no son claras y el proceso de toma de decisiones oscila entre el despotismo y la anarquía. Y así siguen?
Aplicar los criterios para un buen ritual a las reuniones
Aquí hay algunas de las lecciones que podemos aprender de los “buenos” rituales, entendidos como los que nos inspiran y llenan de energía, que pueden hacer nuestras reuniones más significativas y exitosas.
El facilitador de reuniones como líder del ritual
Si las reuniones son un ritual contemporáneo, entonces el facilitador puede ser considerado como una especie de “sacerdote/sacerdotisa” que ayuda a dar el tono, mantiene el enfoque y guía al grupo a través de las varias etapas de su trabajo. Un facilitador novato, al igual que un sacerdote recientemente ordenado, puede estar algo inseguro al comienzo. Un facilitador con mayor experiencia puede manejar grupos mayores y más complejos. Un facilitador avezado que ha hecho su trabajo interno, puede desempeñar el rol de Chamán, acompañando al grupo a través de la confusión y la confrontación hasta que se llegue a una resolución.Una reunión larga o compleja, como una “gran” ceremonia, requiere un equipo experimentado de facilitadores, así como otros roles del proceso, para mantener la energía.
Si, como se sugirió al inicio de este artículo, las reuniones son prácticas culturales codificadas, entonces pueden ser modificadas para satisfacer los apremios de la época. Necesitamos reuniones que inviten al diálogo, promuevan el entendimiento, alienten la colaboración, estimulen la creatividad, y satisfagan nuestra necesidad fundamental de significado y pertenencia. Necesitamos reuniones que involucren a nuestros corazones y mentes, y nos den la oportunidad de hacer un cambio positivo en el mundo. Si nos conformamos con menos, estamos perdiendo nuestro tiempo.
Beatrice Briggs, fundadora y directora del Instituto Internacional de Facilitación y Cambio (IIFAC), es una consultora e instructora que ayuda a grupos en todo el mundo a trabajar en conjunto para alcanzar cambios positivos. Beatrice es nativa de los Estados Unidos y vive en México desde 1998. Se le puede escribir a bbriggs[@]iifac.org.
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