por Carlos Alberto Rosales
Cuando el líder se encuentra dispuesto a asumir los desafíos empresariales con una actitud positiva y optimista, es capaz de ver el cielo despejado y de color azul. Sin embargo, cuando el líder imperceptiblemente se carga de negatividad, lo que consigue es generar un sinnúmero de nubes grises que opacan la brillantez de su talento para asumir los desafíos que se le imponen.
Bien sabemos que la actitud del líder es determinante en la formación de la cultura de la empresa, pero también en el cultivo de unas sólidas relaciones interpersonales que necesitan motivación y un trato humano cordial y generoso. Por tanto se requieren de líderes amables, respetuosos y abiertos a los demás.
Para ser un buen líder no basta sólo con tener sólidos conocimientos académicos, aptitudes para ejercer un determinado cargo, sino también actitudes que demuestren un trato personal de talla. Ser líder, más que ciencia es un arte que hay que saber conquistar con un aprendizaje continuo en el cuál lo importante no es no caer, sino levantarse siempre, corrigiendo los errores que como seres humanos cometemos.
Una de las actitudes necesarias es aquella para afrontar el cambio. Es innegable que no siempre en las actividades empresariales se vislumbran cielos azulados que perfilen un buen destino financiero. Sin embargo, si existe la voluntad de poner los medios adecuados sabiendo que son las personas y el talento humano la clave para el impulso, podemos hacer cambiar el panorama referido.
La iniciativa para proponer cambios necesarios debe ir acompañada de un orden que sistematice su ejecución y evaluación respectiva, pues no se trata de plantear intenciones temporales sino que perduren en el tiempo y que tenga efectos positivos en quienes laboran en la empresa.
Tal como lo precisaran ÀNGEL CASTIÑEIRA y JOSEP M. LOZANO, profesores de Esade, en “Liderazgos: una apuesta de futuro” (La Vanguardia, 20/05/05), “El buen liderazgo es generador y multiplicador de ideas, valores y actitudes… no es un debate sobre quién manda, sino sobre el sentido que le damos a nuestra acción cotidiana; sobre cómo se construye el sentido de lo que hacemos, cómo se comparte y hacia dónde nos moviliza”.
Lo importante será que quien se proponga formarse como líder empiece por reconocerse humildemente a sí mismo, un auto-conocimiento sincero que le leve a percibir sus falencias y tomar un plan de acción concreto que permita corregirlas a tiempo. El líder debe aprender a valorarse con sus defectos y virtudes. Luego de ello, el líder deberá tomar una actitud obsecuente con el cultivo de la libertad responsable, es decir que siempre que tome una decisión en cualquier ámbito de la empresa debe medir las consecuencias humanas o financieras que traerá dicha acción en el futuro.
La mejor actitud que podemos rescatar de un líder es aquella que considera el alcance de la excelencia y el éxito en la empresa como un servicio, una donación a los demás, lo cuál implica terminar con los prejuicios negativos o actitudes pesimistas predeterminadas, de las que mucho se ven cuando se convocan a reuniones de equipos o reuniones generales.
Si una persona no cambia de actitud hacia horizontes nuevos y con fines nobles, los resultados siempre seguirán siendo los mismos. Sin embargo, si toma una rectitud de intención firme proclive hacia una acción directiva y de liderazgo correcto, se puede vislumbrar no un interés por hacer crecer egoístamente el talento sino un talento orientado al servicio de los demás.
Carlos Alberto Rosales
Licenciado en Educación en la especialidad de Matemática y Física, formado en la Universidad de Piura, Perú. Actualmente labora como educador en el Colegio HUMTEC Humanismo y Tecnología de Lima.
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