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Una inteligencia para las ocasiones y las decisiones

Por José Enebral Fernández

Enfoquemos la intuición. Estamos ante un constructo complejo, del que se ha hablado mucho; ciertamente la intuición constituye un recurso dorado de nuestra mente; en verdad está detrás de muchísimos aciertos y avances de los seres humanos. Puede que resulte útil dejar de documentarnos sobre la intuición y buscarla dentro de nosotros mismos. Hay veces en que, en vez de cometer errores, nos mostramos inteligentes y logramos aciertos que nos sorprenden a nosotros mismos. En algunas de estas ocasiones, si no en todas, puede haber brotado, oportuna, determinante, la más genuina intuición.

Los intentos de definirla acaban a menudo simplificándola, y aun desdibujándola, aunque son muchos los expertos que han contribuido a destacar su valor, su magia, su potencial, su fenomenología. La intuición pone a nuestro servicio un saber que nos resulta tan extraño como útil, valioso, determinante, providencial. Pero no la cultivamos en correspondencia, no aprovechamos este recurso adicional; de hecho, ni siquiera aprovechamos bien la inteligencia más racional.

No, no es que propiamente podamos llamar a la intuición y esperar a que responda; es ella la que suele tomar la iniciativa de hacerse notar de manera oportuna, aunque también podamos catalizar su aparición: podemos. Quizá debamos tomar mayor conciencia de que disponemos de un plus de la inteligencia, un algo que va más allá de la razón y supone un recurso precioso. Sí, sin duda estamos ante un fenómeno que ocasionalmente nos hace parecer más inteligentes de lo que somos; ante una suerte de regalo que nos sorprende, ante la propia suerte en lo cogitacional y lo emocional.

En una de nuestras charlas informales y en tono burlón, sobre sí mismo me decía un colega que en una ocasión “había parecido inteligente”. A mí me lo parecía en general, pero él se refería a una ocasión real, a una mesa redonda en Las Palmas, en la que salió airoso y aun felicitado de una situación complicada que él mismo había creado por un exceso de confianza. Su relato me convenció de que había reaccionado por encima de lo que cabía esperar de su perfil conocido y la conversación se prolongó fuera ya de la máquina de café. Habiendo cometido ambos tantos errores en nuestra trayectoria personal y profesional, había empero ocasiones en que los dos… “habíamos parecido inteligentes”.

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Por entonces ya había formulado yo algunas reflexiones sobre la intuición, aunque sin haber penetrado suficientemente en su naturaleza; reflexiones teóricas, desplegadas más desde fuera que desde dentro. A partir de aquella charla con mi colega, empecé a percibir la intuición de otro modo; sobre todo como una inteligencia extra con la que yo mismo había podido contar sin que su control estuviera siempre a mi alcance. Empecé, sí, a observar mis propias modestas experiencias intuitivas, como las que me hacían saltar en la mañana de la cama con una buena idea a aplicar, o me permitían resolver un conflicto sin generar otros.

En efecto, la intuición puede procurarnos salidas airosas en situaciones difíciles, ideas valiosas a materializar… A veces nos descubre al oído lo que procede que hagamos o digamos, las oportunidades que se presentan, los riesgos y peligros a prevenir, las claves a considerar, las pistas a seguir, las piezas a encajar, las soluciones por que apostar, las realidades e intenciones subyacentes, los mensajes entre líneas, los argumentos a formular, las cautelas a desplegar, las relaciones a potenciar, el grado de fiabilidad de una información… Las señales intuitivas pueden mostrarse incompletas y efímeras, y otras veces nos parecen más explícitas; pero siempre parecen llevar un marchamo de autenticidad ante el que asentimos. Y no se agota con todo esto la magia de la intuición.

Ahora, cuando en la sociedad tanto resuena la igualdad, acaso no cabría hablar de intuición femenina (tal vez más emocional) e intuición masculina (quizá más cognitiva), de modo que hablemos mejor de intuición genuina y distingámosla bien de habituales ocurrencias, conjeturas, preferencias o fijaciones, cuya naturaleza sí podríamos típicamente conectar con la razón (o la sinrazón), es decir, con la inteligencia cotidiana y sus interferencias diversas. Sin menoscabo del uso coloquial del término, pensemos, sí, en la intuición más pura, más auténtica, más estimulante.

Pero situémonos ya en el desempeño profesional: ¿en qué momentos precisamos un plus de la inteligencia? Hay en verdad ocasiones en que hemos de ser especialmente cuidadosos en el despliegue del raciocinio: uno de ellos es la toma de decisiones de considerable trascendencia. La intuición ayuda en la comunicación, en el aprendizaje, en la solución de problemas, en la detección de oportunidades, en el desafío creativo…, pero detengámonos, sí, en la toma de decisiones con fuertes implicaciones a considerar.

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En general nos vamos a ver obligados a explicar con la razón nuestras decisiones y, en efecto, para todas suele haber argumentos disponibles, aunque aquellas resultaran finalmente desacertadas. De hecho, no cabría descartar que, a veces y acaso por comodidad, se hayan tomado algunas decisiones sabiéndolas desacertadas, si había una sólida explicación racional —tal vez un protocolo a aplicar— que nos dejara a salvo de la responsabilidad. Los fundamentos racionales pesan porque sabemos que nos pueden pedir explicaciones. Diríase que sólo al nivel de empresarios se podría sortear el trámite racional, y abrir paso franco y directo a la intuición (lo que no significa que se haga siempre, o que… sea intuición todo lo que reluce).

¿Nos queda, o no nos queda, espacio para la intuición en la toma de decisiones? Ciertamente conviene que nuestras decisiones dispongan de solidez fundamental; pero conviene sobre todo que resulten acertadas. Al evaluar las diferentes alternativas decisionales hemos de elegir la mejor, y en esta evaluación sí hay espacio legítimo para la intuición. De hecho, también hay espacio para la intuición en el propio estudio de la situación que demanda una decisión: recordemos que difícilmente cabe el acierto si no hemos estudiado a fondo el desafío.

De modo que, si bien hay mucho que hablar sobre las decisiones rápidas por intuición, si cabe empero aceptar un espacio legítimo para la intuición en la toma racional de grandes decisiones. Tanto para la penetración en el reto encarado, como para el aconsejado estudio del polinomio DECISION (derivaciones, eficacia, coste, implicaciones, sintonía, independencia, oposición, novedad) en la consideración de cada alternativa, sin menoscabo de otras evaluaciones. En la historia de los grandes fracasos empresariales hay algunos de ellos en que pareció cerrarse la puerta a la contribución intuitiva, incluyendo aquí fallos en la sintonía con los valores compartidos por los stakeholders.

Pues sí: conviene catalizar la aparición de la intuición genuina en el desempeño personal y profesional; y familiarizarse con la fenomenología intuitiva; y cultivar un razonamiento de alta calidad, alineado con el critical thinking movement; y conciliar razón e intuición. Hay ciertamente una inteligencia adicional, intuitiva, de la que no —de la que tampoco— hacemos suficiente uso. No obstante, tal vez debamos percibir la inteligencia (racional e intuitiva) como un todo; como un todo con el idóneo engranaje entre piezas. Aprovechemos bien, si el lector asiente, nuestros recursos de seres inteligentes, en lo profesional y lo personal.

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Fuente https://managersmagazine.com/index.php/2021/03/una-inteligencia-para-las-ocasiones-y-las-decisiones/

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