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Un examen de conciencia para managers

Por José Enebral Fernández

Reciente la Pascua Florida y por aquello de “al menos una vez al año”, acaso un cierto examen puede haberse producido en algunas conciencias. Al margen de otras faltas, bien podemos admitir que los homo sapiens-sapiens renunciamos a menudo a nuestra añadida condición de homo cogitans. Puede hablarse de un compromiso moral, cuando no de una condición inseparable —la de pensadores— de nuestra dignidad de seres humanos; diríase que somos dignos en la medida en que pensamos, en la medida en que funciona nuestro cerebro.

Y nos falta con frecuencia reflexión para sintonizar con las realidades, para distinguir lo cierto de lo falso, para ponernos en la piel de los demás, para leer entre líneas, para separar las causas de los síntomas, para atender a nuestras voces interiores, para prever y prevenir, para desplegar perspectiva sistémica, para resolver, para sumar aciertos. Todo ello resulta determinante en managers y asimismo inexcusable para todos en general.

Lo de acertar en las decisiones y actuaciones exige una conjunción de factores pero enfoquemos, sí, el conocimiento y el pensamiento, diríase que endógenos y sinérgicos elementos. Cuando, allá por los noventa, empezamos a hablar con frecuencia de la economía del conocimiento, del trabajador del conocimiento y de la gestión del conocimiento, no faltó empero quien deseara enfocar asimismo el pensamiento. Hacía falta pensar mejor las cosas a todos los niveles, por mucho que la tradición cultural no ayudara al respecto; había que vencer la cultivada pereza ante la creciente necesidad de pensar.

Hoy, treinta años después, podría decirse —aunque con sólidas reservas— que el saber está a nuestro alcance, a través de la información disponible; pero no puede decirse que seamos ágiles pensadores. Y en verdad no cabe aplicar con acierto el conocimiento sin pensar bien las cosas. Es más, no cabe considerar incorporado un conocimiento sin haberlo ubicado debidamente —incluso reposadamente— en nuestro mapa mental de saberes; con sus conexiones, sus inferencias, sus implicaciones. En el ejercicio discente casi siempre se nos escapa algo, y además en ocasiones hacemos falsos aprendizajes.

A unos más que a otros pero, en general, nos falta destreza cogitacional como asimismo destreza informacional (y acaso destreza informática). No nos enseñaron suficientemente a pensar por nosotros mismos en la etapa educativa y, ya en la adultez, sea en la condición de profesionales o de ciudadanos, mostramos a menudo desgana ante el esfuerzo reflexivo. Puede que, en el mejor de los casos, recelemos de las personas que con vehemencia —tal vez con soberbia, con arrogancia— se sienten en posesión de la verdad y la razón; pero esta alerta intuitiva no impide que a menudo sucumbamos ante las sofisticadas variantes con que se presenta la posverdad.

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No deberíamos sucumbir, no, ante la circundante avalancha de realidades adulteradas, de fake news, de piruetas inferenciales, de conclusiones falaces, de falsos dilemas, de relatos urdidos, de analogías sesgadas, de sugerencias arteras, de extrapolaciones gratuitas, de conceptos retorcidos al gusto, de cortinas de humo, de ilaciones interesadas, de ambigüedades calculadas, de convenientes hipérboles, de argumentos inconsistentes, de evasiones tangenciales, de tercas resistencias ante verdades incómodas… Así, especialmente en lo referido a la información de los medios y las redes sociales, pero también a la mucha que utilizamos en el trabajo. La verdad se nos escapa, sí, y con ella el buen juicio, el acierto. Y no somos siempre conscientes de ello.

La búsqueda de la verdad y el acierto exige una cierta excelencia extendida; no basta con las habilidades racionales sino que, más allá de lo cognitivo, abarca lo volitivo, lo actitudinal, lo emocional. Todo ello afecta al pensar: lo que sabemos, lo que inferimos, lo que creemos, lo que valoramos, lo que queremos, lo que sentimos, lo que somos. Una suerte de metapensamiento precisamos: pensar sobre nuestro propio proceso pensante. El constructo pensamiento crítico define nuestra necesidad y cabe observarlo como una cierta excelencia cogitacional.

¿Somos conscientes de lo limitado de nuestra objetividad, de que las cosas pueden percibirse de diferente manera desde otras posiciones e incluso desde la misma? Tenemos tendencia a considerarnos inteligentes, infalibles, ingeniosos, intuitivos, íntegros; pero acaso resultemos incompetentes, insípidos, insignificantes y aun inmorales. El autoconocimiento resulta crucial, y ha de abarcar nuestro grado de calidad como pensadores.

Una vez escribí a un prestigioso consultor para felicitarlo por un artículo en una revista que recibí (también aparecía un texto mío). Me respondió su secretaria (o una colaboradora) diciendo algo así como que el pensador español estaba de viaje pero agradecía mi mensaje. En verdad parece haber una categoría social de “pensadores”, pero uno diría que corresponde ya a esa etapa pasada en que la mayoría de nosotros debía dejar a sus jefes la tarea de pensar. Hoy —y no sólo ante la desinformación reinante— todos los ciudadanos deberíamos cultivar más el pensamiento.

Este cultivo pasa por haberlo desplegado bien, y a ello anima uno a menudo sin perder de vista el natural solape, la concurrencia. Pensamiento conceptual, analítico, conectivo, inferencial, exploratorio, sintético, estratégico, creativo, receptivo, inquisitivo, argumentativo, sistémico, intuitivo, empático… Esta vez pondría el foco en el pensamiento inquisitivo, tan propio de los procesos de aprendizaje, tan preciso para llegar a la verdad.

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Asociamos el pensamiento inquisitivo a la indagación, a la averiguación. A veces nos quedamos cortos al hacernos las preguntas, nos falta curiosidad; otras veces nos desviamos del camino idóneo y hasta parecemos en ocasiones más inquisidores que inquisitivos. Del camino correcto también nos desvían los intereses o deseos, y vamos buscando información que avale nuestras posiciones mientras desechamos el resto. Estos son algunos de los pecados en torno al pensamiento inquisitivo, traídos para animar a un examen de conciencia penetrante, en todas las categorías del pensamiento y desde la presunción de culpabilidad.

Y para quienes toleren otro párrafo (ya el último), cuidado con el pensamiento argumentativo porque puede conducirnos a creer que poseemos la razón y la verdad. Formulemos sólidos argumentos pero, en principio o especialmente, para sostener nuestros puntos de vista; sólo cuando sea preciso, cuando la situación lo demande, para convencer a los demás. Si el lector asiente, habríamos de formularlos sin vehemencia, con mesura y templanza, cardinal virtud.

Fuente: https://managersmagazine.com/index.php/2021/05/un-examen-de-conciencia-para-managers/

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