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La resiliencia es crítica… y se educa

Por Francisco Alcaide

Vivimos en un mundo que ha venido a denominarse VUCA (o VICA en español: Volátil, Incierto, Complejo, Ambiguo) o más recientemente como BANI (o FANI en español: Frágil, Ansioso, No-Lineal, Incomprensible). Sea la nomenclatura que utilicemos, lo que está claro es que la incertidumbre y la inestabilidad rigen nuestras vidas, y en este entorno es clave tener una gran fortaleza mental, ser mentalmente fuertes, aguantar los zarandeos de la vida sin venirse abajo y a ser posibles salir fortalecidos de ellos.

Por tanto, una de las palabras más importantes en el contexto actual es el de RESILIENCIA. La palabra resiliencia procede del latín resilire, cuyo significado es rebotar, y se ha utilizado a menudo en el campo de la física para simbolizar la elasticidad de un material; es decir, la propiedad de algunos objetos de deformarse sin romperse cuando son presionados por una fuerza exterior, y seguidamente recobrar su forma original una vez que cesa dicha presión. Algunos ejemplos de cuerpos con resiliencia son: una cinta elástica, una pelota de goma, un muelle o la caña de bambú que se dobla sin romperse ante el viento para enderezarse de nuevo.

Aplicado al ámbito de las personas, el concepto de resiliencia comenzó a construirse en la década de los cincuenta del siglo pasado, cuando varios investigadores en el campo de la psicología empezaron a seguir de cerca la vida de personas que desde la infancia se habían enfrentado a circunstancias muy adversas –de pobreza, abandono, enfermedades, violencia, entre otras–, y que sorprendentemente no sólo habían sobrevivido a aquellas difíciles circunstancias, sino que habían salido fortalecidas.

Hace algunos años se hizo también un estudio a nivel mundial sobre liderazgo, y entre las personas que se identificaron como mejores líderes había una característica común: eran personas que a lo largo de su vida habían pasado por situaciones difíciles, pero precisamente esas situaciones eran las que les habían hecho crecer, llegar lejos y ayudarles a convertirse en las personas que se habían convertido. Por ejemplo, Nelson Mandela pasó casi tres décadas entre rejas y no puede despedir a su mujer e hijo cuando fallecieron. Él decía: «La prisión es una tremenda educación para la perseverancia y la paciencia».

Pero a diferencia de lo que pudiera parece a primera vista –algo de unos pocos privilegiados–, la resiliencia –como todo– también se educa. La resiliencia es un hábito que también se desarrolla, y se desarrolla a través de la práctica y la repetición. 

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Pongamos un ejemplo. El 30 de enero de 2022 el tenista Rafael Nadal disputó la final del Open de Australia contra Daniil Medvédev. Fue un partido épico que duró 5 horas y 24 minutos, y que después de ir perdiendo los dos primeros sets (2-6, 6-7), ganó los tres siguientes (6-4, 6-4 y 7-5) sobre la pista del Rod Laver Arena, acumulando 21 Grand Slams, récord histórico hasta esa fecha.

Tras aquel partido único, muchas plumas escribieron sobre la enorme fortaleza mental del manacorí, sobre su capacidad de sufrimiento heroica y sobre su determinación para ganar. Sin embargo, Toni Nadal, durante 27 años entrenador de Rafa y autor de Todo se puede entrenar, adoptaba una postura más serena, calmada y tranquila. Los periodistas telefoneaban a Toni para preguntarle cómo era capaz de tener esa resistencia mental, y el entrenador contestaba.

― Es sencillo de explicar, se acostumbró.

Desde bien pequeño Rafa se ha acostumbrado a sufrir, y cuando te acostumbras a algo (es un hábito) todo resulta más sencillo. Los hábitos te dan el control de tu vida. De ello hablábamos precisamente en el post Tienes que ser consecuente con lo que decidas. Allí recogíamos las palabras de Toni:

― Cuando Rafa entrenaba y le dolía algo, siempre le decía: ‘O nos vamos a casa o paras de quejarte’. De pequeño se estableció unas expectativas muy altas, y cuando fijas unas expectativas tan altas tienes que ser consecuente con lo que decidas.

Cuento todo esto, porque los niveles de ansiedad y depresión entre la gente joven están muy altos, y entre otros motivos es por su escasa tolerancia a la frustración. Hace unos días charlando con una persona de la organización del Congreso Expobienestar Canarias en el que participé como ponente, me comentaba que no sabía si en la educación de su hijo a veces se pasaba de exigente / disciplinada. Mi respuesta fue la siguiente:

― A todos nos gustaría encontrar ese punto de ‘equilibrio’, tanto en la educación como en el resto de aspectos de la vida, pero si hay que pecar de algo es mejor hacerlo por exceso que por defecto.

Esa es mi opinión, en la educación es mejor pasarse que quedarse corto, porque eso siempre le va ayudar al niño / joven en su vida futura ya que le tocará vivir momentos amargos, mientras que ser demasiado blandengues puede ser contraproducente a la larga. Vivir entre algodones se acaba pagando caro. Precisamente, el mismo día que escribo este post se publicaba en el diario El País el artículo La sobreprotección en la adolescencia cría hijos cobardes y pasivos en el que ahonda en este tema. 

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Eleanor Roosevelt, incluida en Aprendiendo de los mejores 2 (Alienta, 10ª edición), lo expresaba así:

«Cuando la vida es demasiado fácil, debemos tener cuidado o puede que no estemos preparados para afrontar los vientos que tarde o temprano llegan a todos, ricos o pobres».

El propio Toni Nadal comentaba igualmente en una ocasión: «La sobreprotección nos desprotege. Es muy difícil que alguien se desarrolle con un exceso de protección. Estamos en un mundo muy competitivo, por lo tanto, nos tenemos que preparar para ello. Para que una persona pueda ser mínimamente fuerte no queda más remedio que soportar algo de dureza y no ser tan protector con ella». 

Cierta vez Tal Ben-Shahar, uno de los representantes de la Psicología Positiva y autor de La búsqueda de la felicidad, contaba la siguiente anécdota: «Tengo tres hijos: no les privo de las frustraciones que son su oportunidad de aprender. No hagas nunca por un niño lo que pueda hacer por sí solo. El otro día a mi hijo se le cayó su muñeco de Superman de juguete por el hueco del ascensor y berreó como un poseso. Le pedí que se callara, que le compraría otro. Son tres dólares. Su madre, con más sentido que yo, supo decirle: ‘No te voy a comprar ningún Superman, porque éste lo has perdido tú’. Berreó más, pero fue asimilando que no tendría otro. Y llegó a casa tranquilo. Yo era un egoísta al comprar barato su silencio y mi tranquilidad, pero le dejaba sin su posibilidad de aprender. Algunas de las lecciones más importantes que aprendemos provienen de experiencias difíciles». 

En definitiva, y como contaba en mi cuenta de Instagram hace algún tiempo: 

«Si no eres capaz de gestionar los momentos de decepción, no puedes lograr nada destacable en la vida».

Los momentos difíciles (crisis, errores, fracasos, dudas, bajones, ataques, deslealtades…) aparecen siempre en cualquier biografía que aspira a algo extraordinario. Es el precio por pensar en grande. Cómo se gestionan esos momentos, con serenidad, paciencia y resistencia o con abandono, queja y debilidad, es lo que define a un ‘ganador’.

Fuente:https://franciscoalcaide.com/blog-francisco-alcaide-2/343-no-busques-la-seguridad-aumenta-la-confianza-en-ti-mismohttps://franciscoalcaide.com/blog-francisco-alcaide-2/345-la-resiliencia-es-critica-y-se-educa

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