Anton-Wolfgang von Faber-Castell

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Anton-Wolfgang von Faber-Castell

El conde levantará por primera vez la mirada. Dejará caer su espalda de noble en el respaldo de la silla, respirará hondo, aliviado, y dirá lo esperable. Dirá que ésa es una pregunta interesante. No dirá “al fin”, pero seguro lo pensará.

Al fin una pregunta que le dará la excusa para hablar de lo que le interesa. Hasta ese momento había sentido el fastidio de tener que comentar acerca de su título nobiliario, de su castillo o de las ocho generaciones de historia familiar plagadas de condes y barones. Al fin llegaba la pregunta que él esperaba. Que permitió vislumbrar algo parecido al entusiasmo en ese poco demostrativo, canoso y elegantemente espigado conde alemán. lapiz faber

El conde Anton-Wolfgang von Faber-Castell pertenece a la octava generación de una tradicional familia alemana dedicada a la industria de los lápices y a los productos de alta gama para la escritura y el diseño. Una familia que conformó, generación tras generación, una empresa multinacional cuando las empresas multinacionales no existían.

Si bien fue el ebanista Kaspar Faber el que, en 1761, colocó la piedra fundamental del actual grupo Faber-Castell, la industria alemana del lápiz floreció a partir de 1839, con Lothar Faber. El fue el primer Faber en ostentar un título de nobleza y en ser nombrado consejero de la corte real. No era para menos: había creado el lápiz alemán para el mundo. El lápiz con la forma y la calidad como lo conocemos hoy. También había sido el primer fabricante que marcó sus productos con el nombre de la compañía, convirtiéndolos así en los primeros elementos de escritura de marca.

Quien custodia esa larga tradición familiar y hace que la marca siga rindiendo sus frutos aún hoy es este hombre de 67 años que se sienta a desgano a contar lo colorido de su vida de conde. Que clava la mirada en un punto indeterminado de la mesa que tiene adelante y deja que sus dedos jugueteen con un folleto de lápices Faber-Castell.

Sus ojos celestes sólo se elevarán, gravemente entornados, para analizar y evaluar, con lo que parece un juicio feroz, a su interlocutor.

-¿Por qué no empezamos hablando de sus orígenes? Se sabe poco de su infancia…

-La infancia es una larga historia. Estudié en una escuela privada durante 3 años y después fui a una escuela en Suiza. De pupilo. Era una escuela muy internacional y muy buena en el área de deportes.

-Esos son recuerdos educativos, casi institucionales… ¿Hay recuerdos familiares?

-Fui criado en la vida campestre, en un muy buen entorno. Tuve una familia muy numerosa: éramos nueve hermanos.

-¿Cuál es el primer recuerdo puntual que tiene de su infancia?

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-Recuerdo cuando los norteamericanos recuperaron Alemania, ya que mi familia era un hogar muy internacional y recibíamos a mucha gente de distintos lugares del mundo. Yo no quería hablar con los norteamericanos porque ellos me había destruido un tanque de juguete que tenía. Pero en líneas generales los norteamericanos era muy amistosos.

-¿Cuándo fue su primera participación en las cuestiones de la empresa familiar?

-Muy tarde. Yo siempre quise hacer mi vida independientemente de los negocios de mi padre y de mi familia.

-¿No pudo lograr esa independencia o no pudo mantenerla?

-Cuando yo tenía 18 años, mi padre me preguntó si yo lo iba a suceder, pero en ese momento pensé que era algo muy riesgoso y que quería seguir mi propio camino. Me recibí de abogado, viví en Londres, en Nueva York, y luego me dediqué a la inversión financiera.

-¿A qué edad se hizo cargo de la empresa?

-A los 33 volví a hablar con mi padre del tema, pero finalmente me hice cargo en 1978, cuando él se enfermó.

-¿Hay algo que lo diferencie a usted, que es conde, de un empresario alemán común?

-¿No ve la corona que llevo? (exagera y se ríe).

-Más allá de la corona, que no lleva, por lo menos en este momento, supongo que en la práctica alguna diferencia debe de haber…

-En cierto modo es verdad, porque la gente tiende a pensar que uno es particularmente estúpido o muy especial.

-Espero que me convenza…

-(risas) Por lo menos esto permite cierta apertura para que uno los pueda convencer de que es algo especial. Quizás hasta sea la razón por lo cual nosotros estamos hablando hoy. Si mi nombre fuera Tonny Mola, en vez del conde Von Faber-Castell, quizá nosotros ni estaríamos hablando.

-Probablemente.

-La gente siempre quiere saber cuáles son las ventajas de tener el título, y la ventaja es que puedo ser un “animal colorido” en el mundo de los negocios. Eso abre puertas, pero también le exige a uno estar a la altura.

-¿Qué pasa fuera del mundo empresarial… en el día a día, en su vida cotidiana? Por ejemplo… ¿dónde vive?

-Desafortunadamente, el castillo no llega automáticamente con el título. Uno lo recibe como herencia de los padres. Si yo fuera político promovería una ley que dijera que si uno tiene un título de nobleza, automáticamente debe recibir el castillo. Por otra parte, una de las desventajas de los castillos es que son muy caros de mantener. De modo que quizás uno esté mucho mejor si tiene un muy lindo departamento y no debe preocuparse por el techo. Eso lo sé por el castillo que tenemos en Stein, que tiene un estilo único de art déco. Mi madre, que era una mujer muy poco convencional, cuando vio el castillo le recomendó a mi padre que directamente lo demoliera.

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-No me contó dónde vive…

-Vivimos en un lugar muy agradable. En el campo. El lugar al que mis abuelos iban en invierno. Fue una decisión de mi madre no vivir en el castillo. La verdad es que a mí tampoco me gustaba.

-¿Cuál es la lapicera que asoma de su bolsillo?

-El Perfect Pencil.

-¿La trae sólo para las entrevistas o la usa habitualmente?

-No, la uso todos los días porque me parece que realmente es un instrumento perfecto. Es lápiz, goma, sacapuntas. Me sirve para llevar mi agenda y borrar las citas cuando varían, o cuando me equivoco al escribir.

-¿Usa sólo lápiz?

-Mi segundo instrumento es una lapicera roller de madera de palmera de la India.

-¿Colecciona algo?, ¿lapiceras, relojes, autos, castillos?

-Sólo unos chops en los que se sirve la cerveza alemana. Ah, y dibujos. En cuanto a los artículos para escritura, tengo muchos.

-¿Todos de su marca?

-No, si me gusta alguno de la competencia lo agarro.

-¿Lo agarra o lo compra?

-Bueno, voy y les pido que me hagan precio. Esa es la ventaja si uno es fabricante (risa).

-¿Hay algún producto de la competencia que hubiera querido tener?

-Eh… (piensa largamente; es probable que esté evaluando cómo su respuesta puede modificar el curso de las acciones de la empresa). Lo importante es tener un estilo propio y no pensar en los competidores. Hay algunas ediciones limitadas que sí me gustan, como las lapiceras Omas, pero yo estoy bastante satisfecho con nuestro estilo propio y con nuestras ediciones limitadas producidas con materiales únicos (Faber-Castell produce la Pen of the Year, una edición limitada para coleccionistas que llega a costar aproximadamente 17 mil pesos). Ahora estamos lanzando una nueva línea que nos permite incorporar materiales preciosos.

-¿Cuál es el secreto para que una empresa familiar perdure a lo largo de 247 años vendiendo lápices y lapiceras y amasando, gracias a ellos, una considerable fortuna?

-Esa es una pregunta muy interesante. Le voy a contar las razones: Primero, tener a la gente adecuada en los lugares adecuados, elegir a los gerentes y los socios que se identifiquen con los objetivos y los valores de una empresa familiar más que con su propia carrera. En segundo lugar, siempre tiene que haber un miembro de la familia que sea capaz y que sea quien toma las decisiones. Yo tengo un hermano que trabaja para la compañía con el que me llevo muy bien, pero él sabe que la decisión final sólo puede ser tomada por mí. En tercer lugar, para la siguiente generación… Para tener una generación de chicos inteligentes, es conveniente casarse con una mujer inteligente. Y, por último, está la suerte. Uno también necesita de la suerte.

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-Usted la ha tenido…

-Sí.

El conde se ríe. Se ríe y aprovecha para mostrar las quince lapiceras que tiene en un muestrario frente a él. En los ojos, celestes, entornados, se le nota algo parecido al entusiasmo.

Por Leonardo Blanco

La compañía que dirige Faber-Castell es una de las más antiguas del mundo y permaneció en manos de la misma familia por ocho generaciones. Nació en 1761, y hoy está presente en 120 países con 15 fábricas y 18 sociedades de ventas distribuidas por el planeta. Es, a nivel internacional, uno de los fabricantes líderes de lápices de madera, con una producción de 2200 millones de lápices de grafito y de colores al año.

La empresa alemana se esmeró en ser pionera en cuestiones sociales. Junto con el sindicato alemán de empleados metalúrgicos ideó un estatuto que se ajusta a los lineamientos de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) y que se aplica en todas las sedes que la compañía posee distribuidas por el mundo.

En la década del 80, estableció bosques en la región sudeste de Brasil como un suministro sustentable de materia prima para la fabricación de lápices de madera. De allí se extrae el 80% de sus requerimientos de madera para todo el globo.

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