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Vivimos en un mundo obsesionado con la ciencia, preocupado con previsibilidad y el control, y embelesados en el análisis cuantitativo. Los pronosticadores económicos hacen predicciones sobre el desarrollo económico con sus modelos econométricos masivos. Los directivos dan mensajes “hasta el céntimo” a los mercados de capitales sobre las ganancias previstas para el siguiente trimestre. Vivimos por los adagios como: “Muéstreme los números” y por los truismos como por ejemplo “si usted no puede medirlo, no cuenta.”

¿A dónde nos ha llevado esa obsesión? Los economistas han estado consistentemente equivocados. Sin ir muy lejos, durante la primera mitad de 2008, ningún macroeconomista prominente u organización importante del pronóstico económico, predijo que la economía no crecería en 2008 (o 2009), y menos aún que se hundiría tan desastrosamente. Pero, dicha la verdad, los mismos economistas que no previeron para nada la recesión regresaron de nuevo a los mismos modelos cuantitativos, científicos para predecir cómo la economía se recuperaría, solamente para estar equivocados otra vez. Los directivos persistieron en dar sus previsiones trimestrales basadas en sus sistemas de planeamiento financiero sofisticados y consistentemente incorrectos – y entonces no logran sino cierres espinosos, no por el mal desempeño, sino para que su falla al predecir este desempeño con exactitud como habían prometido apenas unos meses atrás.

En esta vida “oh-tan-moderna”, tenemos deseos profundamente arraigados de cuantificar el mundo alrededor de nosotros de modo que podamos entenderlo y controlarlo. Pero el mundo no se está comportando (como esperamos). En lugar de ello, está demostrando a sus modernos y científicos habitantes, que la cantidad no nos dice tanto como desearíamos. Mientras que los macroeconomistas amarían sumar todos los préstamos para proporcionar un total para el “crédito excepcional” (“credit outstanding” ) y después insertar esta cantidad en sus modelos económicos para poder predecir el producto interno bruto del año próximo, descubrieron en 2008 que todos esos préstamos no eran iguales – algunos, especialmente las hipotecas, no valían ni el papel proverbial en el cual fueron escritas.

Y los directores y gerentes financieros amarían poder extrapolar la cantidad de las ventas del mes pasado y predecir las ventas del trimestre siguiente, pero descubren a veces que esas ventas no eran tan sólidas como base para el crecimiento como pudiesen haber pensado – especialmente si algunas de las relaciones con los clientes que las sustentaban no eran tan fuertes como puede ser que se hayan imaginado.

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El defecto fundamental es que todos estos métodos científicos dependieron enteramente de cantidades para producir las respuestas que se esperaba que generaran. Eran todos dichosamente ignorantes de “cualidades” (nota de adaptación: elementos no cuantitativos sino cualitativos). Hilary Austen, que está escribiendo un libro fantástico sobre la importancia del arte, describe la diferencia entre las cualidades y las cantidades:

“Las cualidades no pueden ser medidas objetivamente, mientras que una cantidad como temperatura se puede medir con un termómetro. Podemos contar el número de personas en un salón, pero eso nos dice poco sobre el humor – elevado, plano, intenso, discutible – de la interacción del grupo”.

¿Por qué son las cualidades tan importantes? Necesitamos entender el papel de las cualidades frente al mundo complejo, ambiguo e incierto en el cual vivimos; porque entender, medir, modelar y manipular las cantidades solamente, no nos dará una lectura suficiente del panorama. La mera suma de la cantidad de crédito excepcional no nos dirá lo suficiente sobre qué papel desempeñará en nuestra economía. La suma de ventas no nos dirá qué clase de compañía realmente tenemos. Necesitamos tener una comprensión mucho más profunda de sus cualidades – lo ambiguo, aspectos blandos pero “duros de medir” en todas estas características.

Para obtener esa comprensión, necesitamos suplir las técnicas cuantitativas derivadas del avance de la ciencia con la comprensión “del arte” y de las cualidades que nuestra obsesión con la ciencia han hecho a un lado. Debemos parar la obsesión sobre las métricas que conocemos, al punto de que excluimos cualidades esenciales, pero inmensurables, de nuestra comprensión de cualquier situación dada. Debemos también considerar la posibilidad que si no podemos medir algo, puede ser que sea el aspecto más importante del problema en el cual estamos trabajando.

Roger Martin es el decano de la escuela de Rotman de Gerencia en la Universidad de Toronto en Canadá y el autor de El diseño del negocio: Porqué el pensamiento del diseño es la ventaja competitiva siguiente (Harvard Business Press, 2009).

Autor Publicado Jesus Sanchez Este artículo es una adaptación del original publicado en el blog de HBR.

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