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San Juan tiene una historia muy particular con las empresas familiares. En la década del 70, la industria vitivinícola era por lejos la más importante de San Juan y la tercera más importante del país. Sin embargo, en la década del 90 no había quedado ninguna de las familias tradicionales vitivinícolas en el mercado: todas habían desaparecido. Es como que no hay una buena transferencia generacional en la gestión de las industrias. El abuelo o el padre generan un buen negocio, pero cuesta que los hijos lo continúen.

En la actualidad, el grueso de las industrias locales tienen menos de 20 años, es decir que prácticamente no tienen historia. En el mejor de los casos, hay acompañamiento de los hijos, pero es poco frecuente que el fundador se retire y las nuevas generaciones tomen la posta.

Es evidente que San Juan se ha refundado. El grueso de la actividad industrial viene de la mano de los diferimientos impositivos y no de la tradición productiva. Hay familias que hace 100 años que están en la vitivinicultura, pero con poca participación en el mercado.

Un dato llamativo es que esta escasa continuidad generacional se da al mismo tiempo que se produce un salto en la década del 90, época en que San Juan se vuelve a reindustrializar y aparecen por ejemplo, las fábricas de aceite. Pero son todos diferimientos con gerentes, la mayoría de ellos, de afuera de la provincia, es decir que en todo caso se podrá hablar de un recambio generacional dentro de 25 años. El sector minero es un sector que se ha desarrollado desde hace pocos años, es decir que el cambio generacional tardará más todavía.

En San Juan, el único sector de la economía donde se ve una continuidad generacional es en el comercio, porque en el resto es escasa. Hay un refrán en administración de empresa que reza que el fundador es el que crea la empresa, el hijo es el que la lleva y el nieto es el que la funde y eso se da prácticamente en todo el mundo. La forma de superar esto es profesionalizar la empresa en esta tercera generación: en vez de tomar la posta los nietos, entra un gerente y los dueños quedan como accionistas, a cargo de las macrodecisiones. Esto es lo más recomendable y en todos los países del mundo ocurre esto, ya que son pocas las familias que mantienen la gestión de los negocios. Una excepción son aquellas industrias en que el nombre de la familia tiene mucho que ver con la marca, como sucede con el negocio de la ropa.

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En San Juan prácticamente no hay empresas gerenciadas. Y probablemente haya contribuido a esto la no existencia, durante mucho tiempo, de una carrera de ingeniería agronómica. Al ser una provincia eminentemente vitivinícola y no poder estudiar una carrera vinculada con esto, los hijos de los productores se volcaron a estudiar otras carreras, que los obligaron a emigrar o trabajar en otra cosa. Esto puede haber influido para que ocurran estos baches generacionales.

En cuanto a las industrias nuevas, encaradas por gente joven, tiene que ver con una realidad impulsada por el auge de la actividad minería. Un ejemplo son las fábricas de ropa de alta montaña, por ejemplo, donde han aparecido muchos emprendedores. El otro sector que ha crecido es el de los servicios, ya que no demanda de mucha inversión y es mucho más fácil que emprender una industria.

El consejo para los industriales jóvenes es que si se van a incorporar a una empresa tradicional, esa tradición es parte del capital de la empresa. El nombre es algo que potencialmente va a generar buenos negocios, en la medida que tenga trayectoria de cumplimiento, responsabilidad y calidad. Y eso hay que preservarlo. Integrarse en la gestión de la empresa familiar implica un doble compromiso: respetar la tradición y el apellido y aceptar que uno debe arrastrar con ello, para bien o para mal.

Y para aquel que inicia su propia industria, el consejo es escribir su propia historia con el desafío de hacer su propia tradición, para sus hijos y sus nietos.

Autor Eduardo Coria Lahoz Economista

Fuente http://www.diariodecuyo.com.ar/home/new_noticia.php?noticia_id=421153 

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