Lo sé, el título es extraño y nunca hago esto, compartir esta clase de historias, pero lo cierto es que es una lección sobre negocios que se me quedó grabada para siempre.
Apenas tendría unos diez u once años, y ninguna intención, por aquel entonces, de ponerme por mi cuenta.
Y más después de ver aquello.
Mi padre se ha pasado toda la vida conduciendo camiones primero y autobuses después. Antes que eso, cargó troncos con 14 años y las cicatrices en los hombros fueron para toda la vida. Mi padre se levantaba de noche y volvía de noche, trabajó más que nadie y no se hizo rico. Eso me enseñó que el trabajo duro no es lo único que hace falta, pero no es esa la principal lección ahora.
Un día mi padre volvió a casa con una cierta ilusión. Le dijo a mi madre que vendería el coche que teníamos y se compraría una pequeña furgoneta, una Citroen C15 blanca, la recuerdo bien.
En sus pocos ratos libres mi padre había visto una pequeña oportunidad de negocio llevando y trayendo paquetes. Conocidos y amigos a los que había comentado la idea le habían dicho que era muy buena, que tuviera por seguro que cuando necesitaran algo así le llamarían a él.
Otro conductor de su empresa le comentó que él hacía lo mismo en los ratos y se ganaba un dinerillo extra.
Mi padre pensó que era su oportunidad, quizá incluso podría crecer y dejar de someterse a los terribles horarios del autobús, yendo hasta pueblos lejanos por carreteras secundarias. Cumplidor como ninguno, con todo el mundo a su alrededor animando a que se lanzara, vendió el coche, compró la furgoneta y a mí me gustaba ir detrás.
Me gustó brevemente.
Porque ocurrió lo que he visto una y otra vez con la infinidad de emprendedores con la que he trabajado.
De pronto, todos esos que le animaron y aplaudieron no le «compraban».
Todas esas promesas de contaré contigo, todos esos castillos en el aire… De vez en cuando trajo algo y llevó otra cosa. Pero era un goteo agónico, dejar el poco rato libre que tenía para ir con sólo un paquete a cobrar unas pesetas (eran otros tiempos). No cubrían la gasolina y, ni mucho menos, su esfuerzo y el dejar a su familia en los pocos ratos que le permitía su principal trabajo.
Una tarde casi de verano yo jugaba al otro lado de la casa y en la pequeña sala de estar escuché sollozar a mi padre. Solo le he visto hacerlo dos veces en la vida y una fue esa.
Confesaba su fracaso a mi madre y no entendía por qué, cuando todo parecía a su favor, se torció. Sobre todo, no entendía dónde estaban todos esos conocidos ahora, que le animaron y le dijeron que qué buena idea y que seguro que tendrían encargos para él.
No entendió algunas de las cosas más básicas que todo emprendedor debería conocer antes siquiera de plantearse la idea:
Fui a ver qué pasaba, pero mi madre salió a mi encuentro, dijo que no ocurría nada y no me dejó pasar a la sala de estar. «Vete a jugar a tu habitación». Pero en realidad me quedé cerca y lo oí todo.
Las piezas de lo que ocurría tardaron años en encajar. De hecho ,alguna vez tuve que cometer los mismos errores que mi padre para que me quedaran claras esas lecciones tan importantes a la hora de montar un negocio.
Mi padre vendió la furgoneta, perdió dinero, compró un Renault 5. Se iba más cómodo detrás aunque no me gustara tanto.
Comprendería que alguien, con la ilusión de emprender, o ya de lleno en ello, hiciera oídos sordos y a lo mejor no quisiera volver por aquí. Sobre todo puede ocurrir si se está en la fase inicial de las ideas, de planes en la cabeza y castillos en el aire.
Planificar en la imaginación es fácil y agradable, al contrario que el trabajo diario necesario.
Entiendo si se marcha. Quizá, si quisiera vender libros y vivir e ello, debería empezar animando a hacer esos paseos hacia el barranco. Otros lo hacen, trafican con humo y cuentan billetes y, cuando los otros fracasan, alegan los tópicos mentirosos de siempre: quizá no trabajaron suficiente, quizá no tenían motivación o creyeron bastante. Excusas no faltan por falsas que sean.
Esto no significa que emprender no vaya a ser una de las cosas más gratificantes que uno puede hacer en su vida. Yo no lo cambiaría, incluso con algún que otro llanto derramado como mi padre, no lo negaré.
Pero es que da igual que trabajes para otro, seas funcionario o tu propio jefe, no hay un camino libre de piedras, es sólo que las piedras son distintas.
Fuente: https://recursosparapymes.com/por-que-las-lagrimas-de-mi-padre-me-ensenaron-lo-mas-importante-sobre-los-negocios/