Por Guillermo Carmona Molano.
Qué preocupación para las familias y para el sector educativo cuando aún encontramos personas con cédula, pero sin norte o proyecto de vida; qué susto para los bancos y para los indicadores macroeconómicos cuando todavía existen organizaciones familiares y empresariales sin “protocolos de familia” ni planes estratégicos de largo plazo; qué arriesgados son la banca, los organismos internacionales de crédito y las calificadores de riesgo, cuando avalan la deuda pública de los gobiernos solo con sustento en reformas tributarias y marcos fiscales de largo plazo, generadores de ingresos que soporten el pago de la deuda, sin exigir la formulación de acuerdos sociales y un direccionamiento estratégico y sostenible de largo plazo.
En el mundo contemporáneo debatimos sobre los enormes desafíos globales y las erosiones geopolíticas por guerras comerciales y en incubación, lucha por poderes y territorios, productos y servicios, por alimentos y recursos naturales, drogas y armamentismo; pobreza y derechos humanos; democracia y libertad de prensa; cambios demográficos y migratorios; avances y riesgos de la inteligencia artificial; cambio climático; crisis inflacionaria.
Internamente, en Colombia, padecemos daño sistémico y una encrucijada compleja por problemas estructurales y endémicos en educación; salud; corrupción, narcotráfico y conflicto armado; paz, seguridad y transparencia; administración de justicia; equidad y desarrollo humano; debilitamiento de la institucionalidad; peligroso adelgazamiento del sector productivo; insuficiente empleo y oportunidades; endeudamiento y déficit fiscal, gobernanza generadora de incertidumbre y carencia de líderes y estadistas, visionarios y altruistas.
Increíblemente, la familia, como núcleo básico de la sociedad; la empresa como generadora de riqueza y empleo y los patrimonios como pilares de inversiones y desarrollos, no tienen la caja de resonancia que ameritan su trascendencia social, económica y ética, porque el mundo gira alrededor de la información mediática capitaneada por los fragores de la aldea global y por las indetenibles convulsiones internas.
La primera generación crea la familia y el patrimonio, ético, moral y económico, tiene pensamiento de largo plazo, pero una elevada muestra estadística de la casuística, evidencia que estas creaciones no están secundadas por una adecuada planificación, gestión y modernización de las prácticas empresariales. Los padres luchan, trabajan, crean sus empresas, generan riqueza y empleo, mal forman a quienes han de sucederlos y cuando sus asesores o consejeros les muestran los semáforos en rojo, reaccionan tardíamente, con signos de cansancio y sin energía y disposición para ordenar las cosas.
Un sector de la segunda generación, hace bien la tarea, son visionarios, se forman bien, respetan y le dan continuidad a los valores y caminos recorridos por sus padres, los modernizan y enriquecen, entienden las responsabilidades éticas en materia de viabilidad, rentabilidad, sustentabilidad, sostenibilidad y crecimiento, frente a las siguientes generaciones y a la sociedad en general. Una parte no menos representativa de la segunda generación, se forma autónomamente, sin suficiente articulación, compromiso y sentido de pertenencia con los valores, creaciones, desarrollos y logros de sus padres; disfruta y/o padece las imprevisiones de ellos y al no contar con suficiente formación e información, concentra su interés en la monetización de lo que heredaron y no en la continuidad de las empresas familiares, o militan, con entusiasmo, en la idea de la entrega anticipada de la herencia por parte de sus padres, sin asumir responsabilidades frente a los gestores del patrimonio, ni respecto de las siguientes generaciones. Lo que nada les cuesta …
La tercera generación, dependiendo del sendero dejado por las dos primeras generaciones, siguen preservando y fortaleciendo los patrimonios familiares, pero si heredan familias disfuncionales, malos ejemplos y cimientos frágiles, terminan labrando el cierre de las empresas familiares y la destrucción rápida del patrimonio construido por sus gestores, durante más de 30, 40 o 50 años.
La siniestralidad de las empresas familiares es alta. Por falencias del sistema educativo, por defectuosa administración de las empresas familiares y por falta de intervención de los poderes ejecutivo y legislativo.
Con el apoyo de estudios y estadísticas contundentes, hay que socializar y motivar a los gestores del patrimonio, a los miembros de la segunda y tercera generación, a las organizaciones empresariales, a los administradores, a gobernantes, líderes y dirigentes, a las entidades bancarias, al sector académico, a los gremios y a los legisladores para que promuevan desarrollos legislativos de gran impacto social.
Por excelencia, los protocolos de familia son verdaderos instrumentos gerenciales que permiten cohesionar mejor la triada familia-empresa-patrimonio y prever las diversas realidades y circunstancias de cada organización familiar y empresarial, mediante acuerdos consensuados con sus suscriptores, régimen de garantías sólido en favor de los padres, con clara fuerza legal vinculante y con finalidades como las siguientes:
El legislador, las facultades de derecho, administración de empresas, economía y contaduría, los gremios, los medios de comunicación y los Colegios de Abogados están en mora de trabajar en el desarrollo y socialización y regulación de los protocolos de familia, si quieren detener la alta siniestralidad de las empresas familiares y la acelerada destrucción de empleo y riqueza.
Fuente: https://www.elespectador.com/especiales/protocolos-de-familia-imprescindibles/