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Habla de mí cuando estés en mis zapatos

por Vanessa Carreño Andrés

¿Cuántas veces has sentido que alguien te juzgaba por algo, sin entender realmente tus motivaciones o por qué hacías eso?

¿Y cuántas veces has sido tú quien ha juzgado a alguien por algo, sin saber todo lo que había detrás de esa decisión o de ese comportamiento? Me refiero a cuando, con la boca grande, decimos “uy, a mí esto no me va a pasar” o “yo esto no lo haría” o “de esta agua no beberé”.

Por ejemplo, yo siempre he pensado que nunca llegaría a no hablarme con una ex pareja, que no entendía cómo había personas que, después de compartir tantísimo, llegaban a odiarse y a tirarse los trastos a la cabeza. Y ahora me doy cuenta de que eso es muy bonito decirlo, pero hay que estar en la situación para saber lo que pasaría.

Porque resulta que esto de tener una buena relación con una ex pareja no solo depende de ti, también del otro. Porque cada persona gestiona una ruptura como puede y con las herramientas que tiene. Y porque del amor al odio, es cierto, que muchas veces solo hay un paso.

Quiero decir que hablar es muy fácil. Que decir que “yo nunca me comportaría así” o “yo nunca estaría en una relación como esa” es muy fácil.

Pero no puedes saber lo que harás o cómo responderás a algo hasta que no estés en esa situación.

Por ejemplo, si ves a alguien gritando a otra persona en la calle y piensas “yo nunca le gritaría a alguien así” o “yo no permitiría que me gritaran así”.

Pues resulta que, para valorar eso, no solo has de estar en la misma situación que esa persona, sino que tendrías que ser ella.

Y tal vez si tuvieras su mochila, si hubieras vivido sus experiencias, si hubieras aprendido lo mismo que ella, si tuvieras sus mismas circunstancias…, actuarías exactamente igual que ella.

Es decir, no hablemos del camino del otro hasta que lo hayamos andado con nuestros propios zapatos.

Porque a nosotros tampoco nos gusta que nos lo hagan y porque nunca, por más que nos esforcemos, andaremos ese camino siendo esa persona…

Telita la rabia que te da cuando te sientes juzgada por alguien y te dan ganas de decirle “¡¡¡ni eres yo, ni estás en mis zapatos, ni sabes cómo me siento!!!”.

¿¿¿O no da rabia??? Pues eso.

Por ejemplo, ¿cuántas personas conoces a las que su pareja las ha dejado por un tercero? Seguro que más de una. Y, cuando eso pasa, y la persona a la que han dejado se queda sola y dolida y te lo cuenta, todos tendemos a juzgar y a condenar al que se ha ido. El malo siempre es el otro.

Hasta que llega un día en que es tu amiga la que se enamora de un tercero y la que deja a su pareja por ese motivo. ¿Qué pasa entonces? ¿Es ella la mala? Pues seguramente no, lo mismo que en los otros casos tampoco. Puede ser alguien que ha cometido un error, que no ha sabido ver a tiempo que algo no iba bien, que no ha sabido expresar que ya no sentía lo mismo… Pero, ¿es mala por ello?

Que claro que es difícil no juzgar al otro cuando te han dañado, pero en la vida nos pasan cosas que cada uno vamos gestionando como mejor sabemos y podemos en esos momentos. Y, en todo caso, más que hablar del “qué ha hecho”, nos serviría valorar el “cómo lo ha hecho”. Porque todos podemos equivocarnos en el qué, pero siempre podremos elegir hacer las cosas lo mejor posible en el “cómo”.

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Quiero decir que juzgamos sin estar ahí, que decimos “si yo hubiera estado en esa situación habría hecho x”, pero hasta que no estemos de verdad en esa situación, todo eso son solo palabras.

Y, como escuché decir una vez, desde la barrera todos somos toreros.

Yo nunca me compraría eso

Y, ojo, que esta dificultad para ponernos en los zapatos del otro no se da solo en situaciones más serias, sino también en tonterías cotidianas en las que nos sale el “yo nunca haré eso”.

Por ejemplo, recuerdo una vez que iba por un bosque hablando sola, reflexionando sobre algo en voz alta. El típico lugar apartado en el que no esperas encontrarte a nadie. Pero, de repente, me crucé a alguien que me escuchó. Me sentí avergonzada y pensé que esa persona habría pensado que estaba loca, ¿sabes por qué? Por las muchas veces que seguro que yo había pensado que alguien que hacía algo así estaba loco ☹.

O cosas como “yo nunca me compraría eso”, “yo nunca haría eso con mi perro” o “yo no podría vivir sin reloj”. Y llega un día en que te lo compras, o en que haces eso con el perro, o en que no llevas reloj y estás bien.

Por ejemplo, recuerdo a una coachee de esas que no sabía parar y no se permitía descansar (si tú también quieres aprender a ser flexible contigo misma, puedes rellenar este formulario para tener una sesión de valoración), que un día me decía “antes me parecía una locura pensar en tumbarme relajada en una bañera, ¡me entraba urticaria solo de pensarlo!. En cambio, ahora me encantaría hacerlo, porque he aprendido a ser flexible conmigo misma”.

Es un estupendo ejemplo de cuando dejamos de estar marcadas por los condicionamientos que hemos aprendido de fuera, de cuando dejamos de ser tan rígidas con nosotras mismas y con los demás, y nos permitimos evolucionar hacia lo que nos hace sentir bien 😊.

Lo que hay detrás del “yo nunca haría”

¿Qué crees que hay detrás de alguien que habla mucho de lo que nunca haría y que juzga a los demás cuando lo hacen? ¿Qué me doy cuenta de que había en mí cuando hacía eso? Te lo cuento:

1.Falta de flexibilidad.

Demasiadas normas sobre cómo tienen que ser las cosas, qué es lo correcto y cómo hacerlo bien. Demasiados “tengo que”, “deberías”, “siempre” y “nunca”, que no te permiten estar en lo que de verdad quieres, te apetece o necesitas en este momento.

Por ejemplo, alguien que no entiende que otra persona vaya al gimnasio en coche porque “¿qué sentido tiene ir a hacer deporte y no ir andando?”. Bueno, pues mira, es que igual esa persona si no fuera en coche no iría, y al menos, así, va.

2.Dificultad para ponerte en el lugar del otro.

Creo que, cuantas más experiencias vivimos y cuanto más dolor sentimos, más capaces somos de ver de verdad al otro y de ponernos en su lugar.

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Por ejemplo, de entender que detrás de alguien con muy mal carácter lo que hay son muchas heridas y mucho dolor bloqueado (ojo, ponerte en el lugar de alguien así no significa permitir que traspase tus límites).

O que detrás de alguien que pueda dar una imagen de serio, incluso de borde, tal vez lo que hay es mucha vergüenza. Como me decía una coachee, “sé que en mi trabajo doy imagen de subidita porque cuando están en grupo hablando me cuesta acercarme. Pienso que les voy a molestar o que voy a interrumpir la conversación, y paso de largo”.

3.Miedo a no hacerlo bien.

Y, desde ese miedo, me resulta más fácil decir que nunca haré algo que atreverme a hacerlo y equivocarme.

4.Necesidad de seguridad.

Y, desde ahí, para sentirme segura de mi manera de hacer las cosas, para reafirmarme en que lo estoy haciendo bien, lo que hago es juzgar que el otro lo hace mal.

5.Un sentimiento de superioridad (que en realidad camufla un sentimiento de inferioridad).

Así que, desde esa mirada negativa y superior hacia los demás, compensas ese sentimiento de inferioridad.

Por ejemplo, si juzgo a alguien por ser poco atrevido o por no arriesgarse y yo me siento superior por ser echada para adelante, lo más probable es que también me sienta inferior cuando no lo soy. Y que me exija y me juzgue por ello.

Porque cuando juzgas y criticas a otros, es porque también te juzgas y te criticas a ti.

6.Estar reprimiendo o rechazando algo de ti.

A veces, cuando juzgas algo del otro, es porque lo reprimes en ti, porque a ti te gustaría ser más de eso.

Y otras veces, cuando juzgas algo del otro, es porque lo rechazas en ti, porque no te permites ser eso, aunque lo estés necesitando.

Por ejemplo, quien juzga cuando una persona se valora o dice lo que hace bien, quien la tacha de “presumida” o de “creída”, cuando lo que pasa es que esa persona no se permite valorarse o reconocerse a sí misma y en el fondo le gustaría ser más así.

Cuanto tenga algo que ver contigo, dilo

Una cosa importante: no quiero decir que ponerte en los zapatos del otro o ser más flexible signifique que tienes que anular lo que tú sientes.

Lo primero es distinguir cuándo lo que hace otro no tiene nada que ver contigo y no te afecta, y cuándo sí. Y, en cualquier caso, es legítimo que te mueva algo, pero no lo es que juzgues al otro si no estás en sus zapatos. No es adaptativo que te quedes en el juicio sin ver lo que te está pasando a ti con eso.

Lo adaptativo sería que, en los casos en que sí te afecte y sí tenga que ver contigo, si te das cuenta de que juzgar al otro te está sirviendo para no conectar con el dolor que eso te provoca, seas capaz de volver a ti, de dejarte sentir ese dolor y de expresárselo al otro sin juzgarle.

Ay, expresar lo que nos pasa, ¡cuánto bien nos hace y qué poco lo hacemos!

¿Te das cuenta de la cantidad de relaciones que se pierden por esto de juzgar lo que hace el otro, sin ser capaz ni de ponerme en sus zapatos, ni de comunicarle lo que me está pasando a mí con eso?

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Cuando piensas que tú nunca harías lo que ha hecho alguien, ¿sabes todo, absolutamente todo de esa persona y de los motivos que le han llevado a comportarse así? ¿Sabes su historia, lo que le pasó cuando tenía seis años, cuando tenía nueve y cuando tenía quince?

¿Sabes cómo fueron su infancia, su primera relación y su primer trabajo? ¿Sabes desde dónde se ha construido esa persona, lo que cree de sí misma, lo que le motiva, lo que le preocupa y lo que le da miedo?

La mayoría de las veces en que criticamos al otro desde la superioridad de “yo nunca haría eso”, lo que estamos haciendo es hablar desde la inconsciencia del que no sabe lo que haría si fuera esa persona y estuviera en esa misma situación.

Pero lo peor de esto es que, desde esa rigidez de pensamiento con el otro, tampoco te dejas ser flexible contigo misma. Te quedas en la norma de lo que está bien y lo que está mal, de lo correcto y lo incorrecto, en vez de sentir lo que quieres y lo que te gustaría.

Cuanto más te das cuenta de que la vida es cambiante y de que tú cambias con ella, cuanto más te permites evolucionar y menos te cierras a lo que crees que debe ser, cuanto más integras la flexibilidad en tus pasos y en tus decisiones, más te liberas de los “yo nunca haría” y de juzgar al otro por lo que hace.

Así que, si estás dispuesta a ganar en flexibilidad, contigo y con los que te rodean, te voy a proponer que hagas dos listas:

-En la primera, escribe todas esas cosas que alguna vez dijiste que nunca harías y que has terminado haciendo. Esas cosas que ahora te has permitido y por las que te dolería que alguien te juzgara o no te entendiera.

-En la segunda, escribe todo eso que sigues diciendo que nunca harás y que, después de lo que has leído, te gustaría poner en duda. Esas cosas que quieres atreverte a cuestionar porque, tal vez, un día llegues a hacerlas.

Y, como siempre, me gustará mucho que compartas lo que te ha inspirado este post en los comentarios aquí debajo.

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